“No le vamos a entregar el país a la derecha fascista y violenta”, dijo Maduro en una de sus recientes cadenas de televisión. Había repetido la afirmación en otras intervenciones, anteriores y posteriores. Unas palabras familiares para los venezolanos, debido a que las estrenó con bombos y platillos cuando empezaba la campaña electoral. Anunció entonces que continuaría en la presidencia “por las buenas o por las malas”, sin siquiera pestañear después del pregón que hacía sobre inicio de una justa baldía, sobre un tiempo perdido, sobre un resultado cantado de antemano que debía pasar por un episodio de simulación para que el se eternizara en el poder junto con sus secuaces. Así empezó el capítulo de nuestra historia que ahora está buscando desenlace.
Lo curioso de la advertencia presidencial radica en el hecho de que nadie la consideró como una amenaza letal. Muchos líderes la sintieron como una bravata sin consecuencias, apenas digna de respuestas superficiales y apuradas. También fue pasto de las tertulias de los botiquines y de alguna caricatura obvia, sin que las organizaciones políticas, los tribunales, los sindicatos, las universidades, las academias, los colegios profesionales y los intelectuales concernidos por lo que debía considerarse como un anuncio ilegal, o como una intimidación inaceptable, se tomaran la molestia de una respuesta categórica. El hábito de escuchar sus vocablos sin consecuencias, la repetición de voces que no tocaban tierra, seguramente condujo a la indiferencia. Si habla por hablar, sin que lo que diga influya en la realidad, ¿por qué preocuparnos ahora por unas declaraciones que, como todas las suyas, se quedarán en el limbo de las vaciedades?
En efecto, la mayoría de lo que ha anunciado Maduro sobre las prioridades de su gobierno no ha pasado del discurso. Dice algo hoy y mañana dice lo contrario sin que nada de importancia se materialice. Si no le importan los hombres que gobierna, si es incapaz de hilvanar alguna idea que realmente concierna a la sociedad, ¿va a formular conceptos y programas relacionados con su destino? De allí que el terrible anuncio sobre su permanencia en el gobierno, pasara lo que pasara, no fuese motivo de preocupación. Se consideró como una fanfarronada propia de sus rutinas televisadas. El desarrollo de la campaña electoral confirmó la sensación. Como no fue capaz de llenar media cuadra para mitinear, como su propaganda no prometía nada, como caminaba en un desierto a la vista de los futuros electores mientras se afirmaban en términos clamorosos el liderazgo de María Corina Machado y la popularidad de Edmundo González Urrutia, el “por las buenas y por las malas” de la indigente figura del continuismo quedó como parte del folklore.
Terrible omisión. No nos detuvimos en lo único que le importa al guapetón y a su nomenklatura: el disfrute ilimitado de poder. Para los miembros de la cúpula que se ha entronizado en Venezuela desde el ascenso del teniente coronel Chávez, solo conviene y trasciende el aprovechamiento desenfrenado del poder político. Es una meta suprema para cuyo mantenimiento son capaces de cometer cualquier especie de delito, cualquier arbitrariedad, cualquier aventura o temeridad que ni siquiera pasa por la cabeza de unos asaltantes de caminos. La felicidad del pueblo no les importa ni les ha importado jamás, sino como banderín de sus fiestas de oligarcas advenedizos, de aventureros que necesitan la justificación de una consigna y la repetición de unos lemas para la legitimación del negocio vitalicio y hereditario de expoliar a la sociedad. De allí que no solo se pasen por la bragueta el resultado electoral, como se han pasado antes los códigos y los valores republicanos, sino también la opinión de los gobiernos extranjeros que se han escandalizado por el escamoteo de los escrutinios.
El que busque otra explicación de los entuertos venezolanos no tiene una mínima idea de la escala de degradación que ha predominado en tres décadas de revolución, del sumidero de barbarie que ha conducido al fraude electoral más evidente y chambón de la historia universal, del apetito de una barriga que todavía no se ha saciado. Pero ha sido de una magnitud tan gigantesca el envilecimiento, que ha conducido al nacimiento y a la fortaleza de unos adversarios tan sólidos y ubicuos que encontrarán la solución del rompecabezas. Ojalá antes de que a Maduro se le ocurra importar del limbo otra de esas consignas que parecen rutinarias y tontas.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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