El 10 de agosto de 1945, Diógenes Escalante lee en su suite del Hotel Ávila, en San Bernardino, una supuesta entrevista suya en Últimas Noticias. La firma el joven periodista Ramón J. Velásquez, quien entonces, a falta de escuelas de periodismo, era un abogado entregado a los reportajes, pero que, en este caso, se inventó una conversación que nunca tuvo lugar. Hoy sería una noticia falsa.
Escalante era el hombre, el candidato de consenso, de la unidad del Partido Democrático Venezolano, la tolda del Presidente Isaías Medina Angarita y las fuerzas de la oposición lideradas por Acción Democrática con Rómulo Betancourt a la cabeza. Hasta ese momento se había encargado de la Embajada de Venezuela en los Estados Unidos, frente a la administración de Harry Truman.
Desde ese despacho, en Washington, pudo mirar en primera fila el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, el triunfo de los Aliados sobre las fuerzas del Eje, la repartición del mundo y la oleada democrática que dejó como consecuencia el conflicto. Coordinó el establecimiento de relaciones de Venezuela con la Unión Soviética, y la inserción del país en la recién creada Organización de Naciones Unidas.
No era un novato. Había representado a Venezuela en la Sociedad de Naciones, creada tras el final de la Primera Guerra Mundial, gracias a las recomendaciones del Presidente estadounidense Woodrow Wilson. Pero la nación no era la misma de la primera posguerra, Gómez había muerto hacía una década y los venezolanos transitaban lentamente hacia una democracia, o eso esperaban.
Por eso su presencia en Caracas. Había sido convocado por las fuerzas políticas para que se convirtiera en el protagonista de ese proceso de reformas. Su civilidad y compromiso con el mundo libre, pero sobre todo su origen tachirense, hacían de él un candidato ideal para la transición. Sin embargo, el azar (o el realismo mágico) cambió los planes: fue inhabilitado por insania mental.
Sobre lo ocurrido el 3 de septiembre de 1945 no hay sentencias ni diagnósticos claros. Lo que se conoce obedece a la memoria de los pocos que presenciaron aquel hecho. Mucho se ha dicho y escrito en la cultura popular sobre la demencia de Diógenes Escalante, pero realmente es poco lo que ha podido ser corroborado por los historiadores e investigadores que se han dedicado a estudiar ese caso.
Lo de las camisas voladoras es de Óscar Yanes, así lo escribió en su libro: “Amores de última página”. No hay certeza de que haya sido exactamente así, sólo el cuento del cronista quien era hábil con su pluma y voz, gracias a las historias que oía y con los datos que recordaba y documentaba. Esa leyenda se ha extendido, al igual que el origen de la demencia atribuida al general Eleazar López Contreras.
La omisión de este episodio por la historiografía venezolana pudiera responder a dos causas: la primera, la posible carencia de un archivo personal de Escalante que permita confirmar las versiones que existen sobre el hecho y contribuir con su comprensión histórica, y la segunda, al desinterés que generan estos temas dentro de una historia que parece caminar detrás de los héroes y el militarismo.
Así, pues, pareciera no haber cabida en la historia de Venezuela para aquellos que se salen del procerato y no cumplen con los criterios del héroe, y en caso de que uno de estos personajes padezca de alguna condición, esta tiende a omitirse, así como los ataques de epilepsia de José Antonio Páez, de lo que se ha escrito poco, pese a que él mismo se refiriera a esos estados en su autobiografía.
Aparte del registro hemerográfico, el único trabajo basado en datos y fuentes históricas es la biografía escrita por la periodista Maye Primera Garcés, volumen 58 de la Biblioteca Biográfica Venezolana, coordinada por Simón Alberto Consalvi y Carlos Hernández Delfino, bajo el sello de El Nacional y Bancaribe. Un importante esfuerzo, sin duda, pero que al ser biográfico no ahonda lo suficiente en el hecho.
No sucede lo mismo con el mundo de la ficción, en el que Diógenes ha sido una figura protagónica. El pasajero de Truman, de Francisco Suniaga, publicado a comienzos de este siglo reconstruye el episodio a partir de un diálogo entre dos personajes inspirados en Ramón J. Velásquez y Hugo Orozco, dos de los pocos testigos que presenciaron la insania mental de Escalante en septiembre de 1945.
Otro esfuerzo es el de Javier Vidal: Diógenes y las camisas voladoras, que a pesar de no inspirarse en el libro de Suniaga, toma a los mismos personajes: Orozco y Velásquez como protagonistas estelares. La obra parte de un cuento que Óscar Yanes le contó a Vidal en el pasado, por eso lo de las camisas volando. Se ha montado en varias oportunidades y en momentos cruciales de la política del país.
A pocos días de la elección presidencial, la obra vuelve al Trasnocho Cultural y Vidal encabeza de nuevo la producción, junto a los actores Jan Vidal Restifo (su hijo) y Theylor Plaza, bajo la dirección de Julie Restifo (su esposa). Al caer el telón, Vidal, todavía vestido como el personaje, dice unas palabras que generan emoción: “Diógenes pasó a nuestra historia, y nosotros, el 28, haremos historia”.
Javier Vidal interpreta a Escalante en la obra «Diógenes y las camisas voladoras». Cortesía: Trasnocho Cultural
―La última vez que montaron la obra fue en 2013, justo antes del anuncio de la muerte del presidente Chávez. ¿Esperan estos picos políticos para eso? Lo digo por lo del presente. ¿Cómo fue la receptividad entonces?
―Sería fifty-fifty (risas). Es una obra que escribí en 2009 y montamos en 2011, entonces la situación política no tenía muchos horizontes. Lo que me preguntas es porque la presidente de Fundarte la vio en el Trasnocho y quería que la presentáramos en el Festival Nacional de Teatro que se iba a realizar en 2012, pero se fue retrasando y se terminó estrenando en marzo de 2013. Entonces, la situación política estaba un poco tensa porque desde el 31 de diciembre de 2012 había filtraciones sobre la muerte de Chávez, la sociedad estaba muy sensible y hubo momentos que no se repitieron en el año 2011 ni siquiera ahora en 2024, que respondían a la situación que se estaba viviendo, al punto de que dos días después de haberla presentado, es decir, el martes 5 de marzo, declaran la muerte de Chávez. Por eso el impacto. Ahorita, 2024, fueron Douglas Palumbo encompinchado con mi hijo Jan los que vieron un buen momento para volver a montarla. Sin embargo, fue varias semanas después, cuando ni siquiera habíamos comenzado con los trabajos de mesa, cuando queda como candidato de la Unidad y de la transición un embajador como Edmundo González Urrutia, cuya campaña electoral produce ciertos paralelismos con la historia de Diógenes.
―Sobre el caso de Diógenes se ha escrito poco. De hecho, lo más conocido son El pasajero de Truman, de Suniaga, y esta obra original suya. ¿Hubo alguna influencia del libro en ella? ¿Cómo fue la investigación para la obra?
―Una de las primeras referencias que tuve de Diógenes Escalante, fuera de las menciones que hizo mi profesor de historia de tercer año, fue de Óscar Yanes en persona, a mediados de los años 80. Fue esa conversación junto con el libro Amores de última página que tiene un capítulo dedicado a este incidente político. Años después vinieron los trabajos de Maye Primera Garcés y el libro de Rafael Simón Jiménez, Cinco sucesos que cambiaron la historia, ambos muy importantes. Lo mismo vale decir del ensayo de Simón Alberto Consalvi: 1945 y la otra mitad del siglo XX, la novela de no-ficción El pasajero de Truman de Francisco Suniaga y la revisión hemerográfica de los meses de agosto y septiembre de 1945 en El Universal, Últimas Noticias, La Esfera, Ahora, El Nacional y la revista Élite. Sin embargo, como te dije, quiero remarcar la conversación con Yanes sobre esa noticia, de la que él fue un testigo presencial.
―¿Qué licencias tomó?
―Todo el diálogo de la pieza es ficcional, lo de las camisas voladoras lo saqué del libro de Yanes. Lo del doctor Labastidas lo saqué de Suniaga, quien leyó la obra y me hizo algunas referencias. Toda la discusión sobre la gira de oriente, entre Diógenes y su secretario, es una gran licencia que yo me tomo, lo mismo el debate entre Hugo Orozco y Ramón J. Velásquez sobre esconder o no la noticia.
―No es historiador, por eso me permito hacerle esta pregunta: ¿qué hubiera cambiado, a su consideración, la elección de Diógenes a la presidencia?
―El hubiera no existe en la historia, pero si quisiéramos jugar con eso, no creo que hubiese aparecido la democracia de abajo hacia arriba, con el golpe del 18 de octubre, porque había un programa para una Constituyente, que contemplaba el voto directo, universal y secreto, y Diógenes quería entregar el poder, quería ser la transición. A lo mejor el PDV hubiera lanzado a Arturo Uslar Pietri como candidato y Acción Democrática a Rómulo Gallegos, esos dos monstruos de la literatura presentándose a la elección. Eso hubiese marcado una Venezuela muy distinta, pero el caso de Diógenes nos mandó por otro lado.
―¿Qué nos dice esta obra a los venezolanos del presente, en víspera de una elección presidencial y en un momento político tan crucial como en 1945?
―Que lo que están viendo, lo que han visto o lo que van a ver, es decir, Diógenes y las camisas voladoras, es historia y que el 28 de julio haremos historia. Es un canto, una oda, una defensa de la civilidad, de la civilización, del estamento civil, porque los militares solo están para la defensa del territorio y no para la conchupancia, que termina enmarañando a la democracia. Hay muchas dudas sobre el 28, pero uno no tiene que dudar de uno mismo. Por uno, por la defensa del individuo ante el colectivo hay que votar, aunque no confiemos en el proceso.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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