Desde hace algunos días, la dictadura ha comenzado a incluir contenido misógino en su discurso público. Algunos de sus voceros refieren a aspectos de la condición femenina de María Corina Machado para ridiculizarla y denigrarla. Algún lector pensará que es más de lo mismo. Se podrá preguntar: ¿Qué importancia podría tener un insulto en nuestra cotidiana hostilidad? Sin embargo, he decidido escribir este artículo por dos razones: Primero, soy mujer y política. No en pocas oportunidades he escuchado comentarios de ese tipo. Y esta es una extraordinaria oportunidad para reflexionar sobre el tema y cultivar conciencias. Segundo, en el ejercicio de mi vocación me he encontrado con cientos de mujeres que luchan por la democracia en nuestro país. He visto su entrega, su generosidad y su valentía. Estos párrafos son para ellas.
Ser mujer y hacer política es desafiante. En mi experiencia, que no pretende ser única ni excluyente, he visto que se nos juzga de manera especialmente incisiva. Por ejemplo, un hombre que habla con determinación es fuerte; una mujer que hace lo mismo es destemplada. Y así, muchos ejemplos que no vienen al caso. Lo que quiero destacar es que cada logro que alcanza una mujer política en nuestro país es producto de un esfuerzo personal y colectivo extraordinario que merece toda nuestra admiración y respeto. Por eso, quizás, me he detenido a reflexionar sobre lo que significa o podrá significar en la historia de nuestro país el liderazgo de María Corina Machado. Ciertamente, aún es pronto para establecer juicios definitivos sobre este particular. Pero, como esta columna se llama “Abierta al tiempo”, me atrevo a compartir algunas ideas con ustedes.
Por primera vez, en veinticinco años de lucha democrática, nos lidera una mujer. Su triunfo en las primarias fue indiscutible. Y este resultado impone una realidad que no es menor: por primera vez, las jóvenes de este país tienen un modelo político en el que se podrán ver representadas y al que podrán aspirar. Esto es maravilloso y puede significar un parteaguas en nuestra mancillada cultura política. La tosquedad, la vulgaridad y la chabacanería dejaron de ser referencia. Ocurre ahora lo contrario. Después de veinticinco años de decadencia chavista-madurista, lo que mueve el corazón de los venezolanos es una señora de mediana edad que viste con sencillez y habla con claridad. Se trata de una mamá que vio emigrar a sus hijos y que trabaja incansablemente para que regresen lo antes posible. ¿Acaso existe algo más venezolano en los tiempos que nos han tocado vivir? Por eso, tal como me lo refirió una nueva amiga que me ha regalado la política, su liderazgo es un triunfo cultural de la sociedad entera.
Por eso, no me sorprende que la palabra que la dictadura quiere utilizar para denigrarla sea “doña”. Supongo que se quiere decir con esto que la candidata está entrada en edad y es caprichosa. Sin embargo, ocurre algo curioso: Venezuela se ha convertido en un país de doñas. La migración se ha llevado nuestro bono demográfico y en nuestras calles predominan mujeres de mediana edad que se quedaron en el nido, mientras sus hijos volaron en busca de un futuro mejor. Si les contara las veces que he visitado parroquias de este país y me he encontrado en reuniones llenas de mujeres. Me quedo sin palabras. Valientes, generosas, entregadas, exigentes, críticas. Motores de trabajo. Son extraordinarias. Muchas de ellas, todavía jóvenes, dejan asomar sus canas porque no tienen dinero para pintárselas. Trabajan con tesón, cuidan los detalles y son las líderes de su comunidad. En Primero Justicia tenemos una unidad de formación para su promoción. Les damos herramientas para que se destaquen en su trabajo político. Hemos atendido a más de mil quinientas justicieras en todo el país. Sé de lo que les estoy hablando y quisiera que pudieran escucharlas. Es esperanzador y reconfortante.
Nosotras, «las doñas», tenemos un rol fundamental en este momento. Lejos de acudir a lugares comunes o frases prehechas, la afirmación anterior está cargada de responsabilidad. Nuestro papel no se limita a lo político operativo, que nos convoca a todos y es el terreno en donde se libra gran parte de lucha democrática. Me refiero a la insustituible contribución que le debemos hacer a todo el proceso de liberación.
Siempre es difícil hablar en términos universales cuando nos referimos a grupos plurales, pero me atrevería a decir que las mujeres, expertas en donación personal, estamos llamadas a rehumanizar los espacios políticos en los que participamos. Se podría pensar que se trata de una tarea abstracta. Pero no es así. Rehumanizar demanda acciones concretas. Modos y procederes que nos acerquen a lo que Edith Stein identificó como lo esencial de ser mujer: relacionarnos con los demás para sacar lo mejor de la otra persona. Ese es nuestro verdadero poder. Acudamos a él y trabajemos con generosidad por este país que ha demostrado ser firme en la esperanza y noble en sus aspiraciones de libertad.
*Periodista, política e intelectual venezolana. Doctora en Ciencia Política por la Universidad de Rostock (Alemania). Presidente del Instituto de Estudios Políticos FORMA y editora de la revista “Democratización”.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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