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Mónica Spear, cuando la violencia ganó

En las telenovelas, la protagonista no debe morir. Esta norma no escrita, pero pocas veces alterada por quienes se dedican a la creación de estos espacios dramáticos de tanto arraigo en América Latina, la destacó Leonardo Padrón con marcado dolor en el prólogo del libro Capítulo final: el homicidio de Mónica Spear, de los periodistas Deivis Ramírez Miranda y María Isoliett Iglesias.

Dejó explícito el libretista venezolano, en tono que puede reconocerse como una legítima protesta, que son demasiadas las veces en que la vida real se empeña en colocarse en contra de los desenlaces felices. Y aunque resulte una obviedad, sus palabras reúnen todo el sentido cuando se vuelve a caer en la cuenta de que la víctima del episodio doloroso que le tocó comentar es Mónica Spear, la protagonista de una sus obras emblemáticas, La mujer perfecta.

El asesinato de Mónica Spear fue cometido justo hace hoy diez años. Ocurrió en una Venezuela cuya vida real ya estaba marcada por la violencia y la inseguridad desmedida. Una Venezuela ya sin Hugo Chávez (había fallecido, según se anunció, el 5 de marzo de 2013), pero notablemente desestructurada como consecuencia del populismo de nuevo cuño que impuso a troche y moche y con buena parte de la población -más de lo razonable después de 14 años de desbarajuste- todavía sensiblemente embelesada con su legado.

Era una Venezuela donde las expropiaciones, el ensanchamiento del Estado a costa de las riquezas del país y la confiscación de empresas fundamentales de la economía estaban dejando como saldo la escasez de productos de consumo básico, el aumento de los servicios, la inflación desatada, el hambre y el empobrecimiento general. Era una Venezuela donde, como consecuencia del deterioro de la calidad de vida, con la educación y la salud en caída libre, la delincuencia encontraba un camino propicio para desandar.

De hecho, en el discurso del Gobierno, que con la productividad en el suelo trataba de suplir las carencias con misiones y asistencialismo, el problema de la inseguridad no figuraba entre los asuntos prioritarios. Al contrario, directa o indirectamente, los sucesos delictivos encontraron justificación en no pocas ocasiones entre los voceros oficiales, y hasta como revanchas justicieras contra el capitalismo llegaron a ser presentados. Cómo no recordar, por ejemplo, la ocasión en que Chávez, en presencia de la entonces presidenta de la Corte Suprema de Justicia, Cecilia Sosa, justificó el acto de robar por razones de necesidad.

En ese marco, el año 2013 cerró con más de veinticinco mil muertes violentas. Una cifra para aterrorizar. Y así se acostumbró a vivir el venezolano: atemorizado. Encerrado en sus cuatro paredes. Recogido después de las seis de la tarde. Sin vida social. A merced del hampa y la impunidad. Todo digno de análisis sociológico. Tanto el elevado número de muertes como la manera en que, a través del miedo a ser víctima de la delincuencia favorecida por la impunidad, la población quedó sometida a un efectivo control social, con la urgencia de protegerse antes que de organizarse.

La mala hora de Mónica

Mónica Spear y su esposo Thomas Henry Berry se sumaron a la lista de víctimas apenas comenzado el año 2014, exactamente el 6 de enero. El asesinato de la ex reina de belleza y admirada actriz y de su esposo conmovió al país. No era para menos. Se trataba de una figura conocida y querida. De dos jóvenes que, entusiasmados, querían reencontrarse en el amor y, juntos, llenar de felicidad a su hija. De dos personas que, como tantos, pasaban a ser parte de una estadística de terror.

El modus operandi de los asesinos se ajustó a una rutina macabra. Mónica y Thomas venían con la pequeña Maya de regreso de unas vacaciones por varias regiones del país. Habían acordado una reconciliación y ella escogió a su país, al cual quería entrañablemente, como el lugar ideal, a pesar de que en varias ocasiones había sufrido los rigores de la inseguridad. Thomas, quien también había experimentado traumas con los ladrones, se mostró un tanto inquieto, pero al final aceptó.

Ese fatídico día, a las diez y pico de la noche, sufrieron un percance en el carro: un caucho estalló al pasar sobre objetos tirados en la vía. Estaban a la altura de la población El Cambur, en la autopista que une aValencia y Puerto Cabello. Deivis e Isoliet describen en su libro que se trata de una zona de miedo, trazada por barrios e invasiones que convirtieron el perímetro en un criadero de criminales. “Son unos diez kilómetros de accidentes premeditados, de robos planificados, de muertes y de pistolas inquietas”.

En la oscuridad, Mónica se puso a pedir ayuda a los choferes de los vehículos que transitaban y el alma le vino al cuerpo cuando una grúa se detuvo. El chofer, Luis Sarcos, y el ayudante, Jorge Abad, fueron claros. Lo mejor es remolcar el carro y salir de aquí lo más rápido posible. No hay tiempo para cambiar el caucho, sugirieron, palabras más, palabras menos. Conocían la zona.

Pero no hubo tiempo para más nada.

Como temían los dos trabajadores, al momento escucharon unas voces, según la declaración del chofer recogida en el libro citado.

-¡Quietos! -gritó un hombre desde un matorral- ¡Quietos! Esto es un asalto.

Deivis e Isoliet narran que de inmediato sobrevino la confusión. El chofer comenzó a correr, el ayudante se lanzó al piso y se protegió en una cuneta. Los criminales dispararon a mansalva al carro donde estaban Mónica, en el puesto del copiloto, Thomas en el del piloto, y la pequeña Maya en el asiento trasero. Ambos murieron y la niña sufrió una herida de bala en una de sus piernitas.

Al día siguiente, la noticia copó los titulares de toda la prensa. En el diario 2001, fue lo único que se destacó en la tapa: un titular con un breve sumario y una hermosa foto de Mónica.

“Gato” evasivo

En los días siguientes, se produjeron varias detenciones, entre los cuales figuraron dos maleantes que no tuvieron que ver con el hecho: el “gordo” Danilo -que murió en una rencilla entre presos- y el “mancha”, hermanastro del gatillo alegre. También cayeron cinco de los implicados, que confesaron su participación y fueron condenados a penas de entre 24 y 26 años. El más evasivo fue el autor material de los asesinatos, el que disparó sin contemplación, Gerardo José Contreras Álvarez, alias “El Gato”.

Ese individuo fue apresado un año después y jamás sintió arrepentimiento, según lo cuentan Deivis e Isoliet al periodista Darwin Rojas en una entrevista que montó en YouTube. Además, se sentía seguro de que saldría en libertad, sin duda sabedor por experiencia propia de la impunidad existente en el país.

“El Gato”, antes de asesinar a Mónica y a Thomas, tenía cinco crímenes en su andar. Y a los autores del libro, cuya primera edición fue publicada en septiembre de 2014, les dijo que él sabía que estaba preso porque había matado a una persona importante. También, en la entrevista con Darwin, cuentan que “El Gato” tuvo esa noche relaciones con su novia y la dejó embarazada. Finalmente, el pronóstico de “El Gato” no se cumplió: murió de tuberculosis en el año 2020, en el anexo Ezequiel Zamora de la cárcel de Tocorón.

Conmoción adentro y afuera

El asesinato de Mónica Spear tuvo una inmensa repercusión afuera y dentro del país. En América Latina y en Estados Unidos, donde residía, hubo mucho pesar. E incluso en países tan distantes como Nueva Zelanda, Australia, Zambia o Kuwait lamentaron la terrible noticia.

En Venezuela, provocó llamados de Nicolás Maduro para actuar juntos contra la violencia. Artistas, intelectuales, políticos y la sociedad civil se movilizaron para exigir acciones efectivas contra la inseguridad. La muerte de Mónica pudo ser una más, pero no lo fue. Es aventurado establecer una conexión, pero es imposible no destacar que, a los pocos días, a principios de febrero, comenzaron las manifestaciones de 2014, con una población enardecida por el cúmulo de problemas, entre ellos la delincuencia desatada en un país desgajado.Mónica Spear estaba llena de ilusiones. Fue reina de belleza. En 2004 ganó el concurso Miss Venezuela. Era una actriz consolidada. Elogiada por sus papeles protagónicos en telenovelas como Mi prima Ciela; Calle Luna, Calle Sol; Flor Salvaje; Pasión Prohibida, y La mujer perfecta.En 2011 firmó un contrato de exclusividad con la cadena Telemundo y se instaló en Miami. Había nacido en Maracaibo. Era talentosa, esmerada, profesional. Hablaba español, inglés y francés con fluidez. Tenía 29 años y unos hermosos ojos oscuros. Hace diez años, fue la protagonista de una tragedia que el país no deja de lamentar.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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