No vayan a creer mis lectores que me voy a referir en estas notas al repetitivo tema de todas las miserias que ha creado la “revolución bolivariana” en nuestro país, pero sí, quizás, a uno que creo ha sido poco tratado y debatido: el de la “miseria de las ideas”, no solo las que lleva consigo la propia ideología conductora del “proceso”, sino de las que han faltado del lado de quienes las adversan y, a veces, es oportuno recordar una breve historia de ellas, que pueden ayudar a comprender mejor de qué se trata esta “revolución” que, como muchos han señalado y ahora lo hacen sus propios defensores, poco tiene de un auténtico cambio y mucho de otra manera de hacerse de la riqueza de Venezuela.
Mucho se ha escrito en este mundo para entender en algo la historia del conocimiento en la humanidad y algo pudo aportar la filosofía para esa comprensión, desde ideas tan clásicas como aquella de “solo sé que no se nada”, atribuida a Sócrates hasta la concienzuda investigación de Aristóteles y Platón para situarnos en un formato mas riguroso y sistemático de comprensión. Pasan los años y en una escala de avanzada llegamos a nuestros días con la igualmente clásica dialéctica hegeliana, al “Imperativo Categórico” Kantiano, al descubrimiento de la razón Cartesiano y así y así, hasta que ese intento fabuloso de querer entender qué cosa somos fue fulminado drásticamente por las luminosas ideas de Carlos Marx.
Se trataba, nada más y nada menos, de desmontar el aparato construido sigilosamente durante siglos del vínculo entre las ideas, la razón y la realidad. Aristóteles y Platón, de un solo plumazo desaparecerían en la pluma de Marx, puesto que el materialismo histórico no podía admitir ninguna otra cosa que la historia explicada por la lucha de clases. Esa ley inexpugnable del determinismo arrasaría con cuanto concepto, idea o razón se atravesase. Pero eso no bastó: la dialéctica hegeliana sería puesta al revés y la tesis, la antítesis y la síntesis no se darían sino en el terreno del materialismo y el determinismo. Nada, ni nadie tendría incumbencia sobre el final de la historia. La “batalla” contra la filosofía había sido ganada. No quedaba nada por explicar.
Una clase contra otra nos daría la pauta de cómo progresó o no la humanidad. Guerra, conflictos, batallas todos explicados por esa ley inmutable que daría con el fin de la historia y cuyo desenlace sería el surgimiento del socialismo, cuando la clase explotada venciera a la explotadora y se alcanzara el reino aquel donde habrían desaparecido todas ellas. El ser humano alienado de las ideas que no eran las suyas habría sido liberado.
Menos mal que a alguien se le ocurrió que esa argumentación debía ser refutada y fue Karl (otro Karl) Popper quien se dio a cargo de la tarea.
Pocos trabajos pueden ser tan cortos y tan sustantivos como este desarrollo de Popper contra el determinismo histórico, el historicismo, cuyo comienzo está en poner en duda si puede construirse una ley de la historia y, más todavía, si de ella se puede prescribir o predecir. Muy lejos del enfoque marxista le da un respiro a la Filosofía al regresar al campo donde las ideas y la realidad alguna relación tienen, no dialéctica, por cierto, sino en dirección a explicar sucesos y acontecimientos en esa mezcla de la inteligencia y la realidad que son los conceptos, las teorías y las leyes que no se vuelven inmutables.
Detrás queda la lucha de clases como único determinante de la historia cuando otras “pequeñas” esferas del conocimiento, de la voluntad operan para explicar los fenómenos. La unilateralidad materialista desaparece para dar paso a lo multidimensional que, aunque más complicado, es más cercano a la vida real.
Pues bien, nada de eso ha sido asimilado por el marxismo criollo, que sigue apegado al determinismo en un país donde, inclusive, se puede poner en seria duda aquello de la lucha de clases con el petróleo insertado en el medio entre capitalistas y proletarios. Tanto es así que todavía la “revolución” no consigue “patente de corso” de ninguna de las clases sociales. Por esa razón esta batalla que se libra en Venezuela bien puede ser llamada:
En general las “revoluciones”, todas, todas, terminan causando miseria, porque, como es lógico, su único objetivo es destruir el orden establecido. Así pasó con la francesa, la rusa, la china, la mejicana, la cubana y, por supuesto, la venezolana. La lógica de este suceso es inevitable pues, si su mandato es ir contra la monarquía, el orden feudal o el capitalismo no queda otra alternativa que abatirlos, a la fuerza o por “cuotas” como ha sido aquí. Por esa razón, todas esas cosas que nos suceden día a día, la falta de comida, de medicinas, de agua, de luz, de transporte, todas ellas, son producto de esa lógica destructiva. No hay otra explicación.
Todos esos males y carencias se sintetizan en una sola palabra: miseria, porque resulta que en ese combate contra el orden establecido, la “revolución” se lleva por delante todas las fuerzas productivas preexistentes, es decir, las que crean bienes y servicios, las que producen, las que invierten, las que prestan dinero, etc., etc., con el fin de sustituirlas por aquellas del “nuevo orden”, las comunas, los consejos productivos, los “koljoses”, las granjas colectivas, las cuales a final de cuentas han sido y son incapaces de sustituir las primeras, ergo, el resultado es una repentina o progresiva miseria.
Algunas revoluciones se dieron cuenta de ello a tiempo y otras no, y el resultado está a la vista: para evitar o evadir la miseria tuvieron que apelar al orden precedente, en el caso de las más modernas, al orden capitalista. La China, en primer lugar, seguida por Vietnam, Laos, Camboya, hasta Corea del Norte o Cuba, poco a poco, van por ese camino, eso sí, resguardando el poder para el partido comunista del lugar. El caso contrario fue el de la Unión Soviética, la que muy tarde se dio cuenta y se desmoronó de un solo golpe.
La pregunta es qué hará la venezolana y qué camino va a tomar después de estas elecciones, si el “soviético” o el “chino”, de lo que depende que tengamos más miseria o, quizás, una rectificación que la atenúe o la revierta, pero, en todo caso la miseria de la revolución no está en los hechos materiales, sino en la mente, en la cabeza de sus líderes. Su grado de inteligencia, su obsesión ideológica o su apego al materialismo histórico serán determinantes a la hora de escoger un camino u otro.
Como dijimos antes, depende de que se imponga en Venezuela la “miseria de la filosofía” sobre la “miseria del historicismo”. Desde luego, sería mucho más conveniente y preferible que no estemos en ese dilema y que se imponga el orden y el cambio que supere esa vieja dicotomía, esto es el regreso al capitalismo, a la libertad, al bienestar y a la democracia ajustadas y superadas por esta triste experiencia que no dudo en llamar “miseria de la revolución”
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