¿Merecen otra oportunidad? – La Gran Aldea

Cuando los tres primeros gobiernos de elección popular posteriores a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (Betancourt-Leoni-Caldera) completaron su ciclo, una de las principales consignas políticas que alentaban algunos de sus opositores para ofrecerse como alternativa, giraba alrededor de la idea de destacar el fracaso del ejercicio continuado de aquellos años iniciales del período democrático. Este lapso, comprendido entre 1959 y 1974, involucraba a los más influyentes partidos políticos del momento, aquellos que suscribieron el llamado Pacto de Punto Fijo para darle gobernabilidad al período histórico que se iniciaba.  

Algunos de estos adversarios no fueron únicamente de palabra, sino que lo fueron también de plomo y refriega violenta en toda la geografía nacional.

Pues bien, el lema central de aquel antagonismo se resumía de manera simple y grandilocuente en una afirmación con visos de exclamación colectiva: ¡15 años de fracasos!

Un lapidario bautizo con el cual se pretendía calificar el desempeño oficial y su respectivo impacto en la vida de los venezolanos.

Ahora bien, durante ese lapso, entre otros logros concretos, ejecutados y puestos en funcionamiento hasta el día de hoy, nos encontramos con que se culminó la central hidroeléctrica del Guri, la construcción de la Siderúrgica del Orinoco (SIDOR), el puente de Angostura (primer puente colgante sobre el río Orinoco), el puente sobre el lago de Maracaibo, el Parque del Este en Caracas, la construcción y ampliación de las centrales térmicas La Cabrera, Las Morochas, La Fría y Punto Fijo. El Complejo Petroquímico de El Tablazo, la construcción e inauguración del aeropuerto internacional de La Chinita, Las Piedras en Paraguaná y Del Caribe en Margarita, el Poliedro de Caracas, los distribuidores El Ciempiés, Baralt y segundo piso de la autopista del este; la autopista La Araña –Caricuao y Prados del Este–, La Trinidad, las avenidas Panteón y Río de Janeiro y el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas.  Todo esto fue labor cumplida durante los convulsos años iniciales del llamado período democrático. Si aquello se le definía como fracaso, entonces para estos últimos 25 años de nuestra historia tendría que inventarse otra palabra, otra manera de referirnos a un cuarto de siglo con tan pobres resultados en todos los campos de la vida nacional.

Hay que recordar que en aquellos tiempos los períodos presidenciales duraban en Venezuela cinco años, ni un día más, ni uno menos. Ya cuando un Presidente estaba por culminar su paso por Miraflores, el desgano colectivo hacia él era un clamor general, una predisposición, sino masiva, cuando menos muy significativamente proclive a un cambio de gobierno.  Germinaba, entonces, la idea de la alternabilidad como un patrimonio del elector, activo político, por cierto, ganado a pulso después de ser un país acostumbrado a las montoneras y alzamientos violentos para cambiar un gobierno.

Escribo todo este comentario para precisar a nuestros jóvenes lectores la importancia que tuvo la alternabilidad política en Venezuela en un tiempo en el que ellos aún no habían nacido.

Por ello les insisto en que no puede haber una democracia plena si al elector se le conculca la decisión soberana de votar por quien prefiera en cada elección.

Y es fundamental remarcar que esta soberanía, en un país con una saludable independencia de los votantes respecto al siempre interesado desempeño de los gobiernos para favorecerse con ventaja, pasa por una evaluación, así sea elemental y simple, de la obra ejecutada en un periodo gubernamental. Ese quizás sea el pivote referencial más importante que todo elector escoge para decidir su voto, al menos hipotéticamente hablando.

Por eso, justo ahora, los venezolanos, después de una larga travesía, nos encontramos ante un desafío histórico trascendental. Pues, a la fecha, el hoy candidato-presidente (en campaña sin retirarse del cargo, como obligaría la ley), sumaría él sólo un martirio de 12 años en ejercicioal momento de entregar el gobierno en enero de 2025.

A este lapso, a su vez, tendríamos que agregarle, el periodo inaugurado en 1999 por el finado presidente Hugo Chávez, antecedente de obligatoria mención al considerar toda esta etapa. De tal manera que estamos hablando de un ejercicio continuado del poder durante un cuarto de siglo, veinticinco años corridos que, dichos de un tirón, representan casi el mismo lapso que estuvo en el gobierno nuestro más celebre dictador; el mandamás de todos los mandamases que ha conocido la historia patria: Juan Vicente Gómez.

Con este average, sólo superado en Latinoamérica por la familia Somoza en Nicaragua y los Castro en Cuba, nos encaramos los venezolanos en estos días ante un gobierno que todavía se atreve a ofertar futuro como lema de campaña.

Sólo tres aspectos, de una larguísima lista de desaciertos, serían más que suficientes (a mi juicio) para que el candidato-presidente sólo reciba el voto de quienes únicamente le rodean en su intimidad más cercana.

En primer lugar, se encuentra el éxodo masivo de compatriotas. Este hecho, ocasionado por toda una sumatoria de despropósitos, tiene el desafortunado mérito de una tragedia sólo comparable a la de otras regiones del mundo sacudidas por conflictos y enormes dramas humanos.

Un país del que se marchan desaforadamente sus habitantes, no puede tener un buen desempeño, podrán decir cualquier cosa para excusarse, pero jamás podrán presentar un argumento razonable sobre tan lamentable realidad. Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), en el presente hay compatriotas repartidos masivamente por todo el planeta.

“Más de 7,7 millones de personas han salido de Venezuela buscando protección y una vida mejor; la mayoría – más de 6,5 millones de personas – ha sido acogida por países de América Latina y el Caribe. En las Américas y en el resto del mundo, ACNUR trabaja para apoyar la inclusión de las personas venezolanas en las sociedades que generosamente les han dado acogida y para encontrar soluciones que generen estabilidad y fomenten el crecimiento y el desarrollo de sus comunidades.”

Este número de connacionales representa casi el 25% de nuestra población, y entre ellos, a su vez, se encuentran mayoritariamente los jóvenes que forman parte de la base piramidal de nuestra composición demográfica, es decir, el grueso de la población económicamente activa del país. Por lo que la composición demográfica del país se ha visto alterada notablemente. Dicho en otras palabras, los desaciertos acumulados de todos estos años expulsaron de Venezuela a su capital humano más preciado para que de él se sirvan otras regiones del mundo. Todos ellos hoy forman parte del talento humano de otros países, con una alta probabilidad de no retornar una vez que se asienten en ellos, hagan sus familias y edifiquen una vida. ¡Una verdadera tragedia!

En segundo lugar, tenemos el asunto relativo a la diversificación económica, promesa reiterada por allá por los días iniciales del presente siglo. Para el lapso 2006-2012, ya había dejado de ser una meta para convertirse en una quimera. Las exportaciones de productos no petroleros, por ejemplo, realizadas por el sector privado,  que en algún modo expresan el desempeño del país en áreas no vinculadas a la actividad petrolera propiamente dicha y como consecuencia de ello, en un termómetro de la diversificación productiva,  se ubicaron en un monto de 3.001 millones de dólares, mientras que en el período precedente en 4.450 millones de dólares, una caída aproximada del 33% en relación, incluso, con el estreno del mismo gobierno chavista de 1.999 en adelante.

Por si fuera poco, desde 2012 hemos sido testigos del dramático colapso de PDVSA, la caída progresiva del PIB en niveles inimaginables y la ruina general de la economía.

Un dato relevante sobre el tema es que Venezuela, por ejemplo, en 2010 era la cuarta economía del continente, desde México hasta la Patagonia, únicamente detrás de Brasil, México y Argentina. Al año siguiente (2011) Colombia nos desplazó al quinto lugar, y para el 2022 (y creo que no mucho mejor en el 2024), ocupamos el puesto 13 en la región, una evidencia incontestable sobre el desempeño de un gobierno que, a medida que fueron transcurriendo los años durante su extendida permanencia, fue deslizando el país por un tobogán ruinoso, desmejorando todos sus indicadores económicos y sociales después de haber tenido una multimillonaria e incalculable fortuna. ¡Terrible!

En tercer lugar, no podría dejar de lado el tema del endeudamiento de la República. En 1999, cuando inició toda esta tragedia, su monto rondaba los 35.000 millones de dólares. Ya entonces, en proporción a nuestro PIB y el peso de los servicios de la deuda en el presupuesto nacional, la cifra se consideraba elevada.

Saquen ahora la libreta y anoten la cuenta, 25 años después. Se estima que nuestra deuda externa pasa actualmente de los 150 mil millones de dólares, con una moratoria, además, en los servicios de ella, sin tomar en cuenta, por otra parte, el monto de las acreencias que de seguro se derivarán de los juicios ventilados en tribunales internacionales por causa de la fiesta expropiatoria que alentó el finado.

Paradójicamente esto ocurrió cuando los ingresos del país se elevaban en cantidades astronómicas. Al comparar, por ejemplo, el período de Caldera II, al cierre de 1998, Venezuela tuvo como ingresos petroleros una cantidad parecida a los 16.000 millones de dólares, comprensible sería el que se acudiera a financiamiento por crédito público para mantener funcionando el Estado. Ahora bien, en el periodo 2006-2012, tiempos ya del colorado gobierno, la cifra fue de 350.000 millones de dólares (dicho por el propio presidente Chávez en una de sus acostumbradas peroratas), y, sin embargo, es aquí cuando se propaga con mayor furia el despelote endeudador de la república. Al momento, por la opacidad de las estadísticas oficiales no se tiene conocimiento exacto del monto al cual ascienden realmente los compromisos de la República en este sentido. Una completa catástrofe financiera para el país.  

De seguro que hay muchas otras razones para buscar nuevos horizontes para nuestra nación, creo que estamos obligados a ello. Si nos pusiéramos a escribir todas esas razones, terminaríamos redactando un extenso compendio, sin embargo, para un elector más o menos entendido, para un venezolano con un elemental nivel de análisis para discernir entre lo que ya no tiene remedio y la esperanza de un nuevo renacer, sólo le bastaría una íngrima razón. Aquella que pueda responder a la interrogante: ¿merecen otra oportunidad los que ya estuvieron un cuarto de siglo actuando a sus anchas y hoy nos dejan un país peor al que consiguieron?   

Usted, amigo elector, únicamente usted, tiene la respuesta y la decisión.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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