Me considero un fiel creyente en la idea de tener una dieta variada del cine. No me considero un snob: estoy dispuesto a ver una película de Marvel, de Michael Bay, cine blockbuster de alta escala, y disfrutarla. No todo tiene que ser una película experimental, extraña y pequeña, y creo que es útil evaluar el cine bajo sus propios méritos. La rúbrica para cualquier película, sea de un presupuesto de $10.000 o $100.000.000, tiene que ser la siguiente: ¿el filme logra cumplir sus propios objetivos? Lo que la historia intenta hacer, ¿lo logra?
Mi analogía para el cine es una de comida, literalmente hablando, de una dieta. Es bueno comer muchos tipos distintos de comida, sea chatarra o saludable. Tener la habilidad de ver de todo y mantener una mente abierta a cualquier película es algo muy útil para interactuar con el arte. Mente Maestra es una película para la que el espectador promedio va a requerir mantener una mente abierta, pero si lo logra, puede ser una gran experiencia.
Kelly Reichardt es considerada por algunos críticos —y por personas en las que yo confío— como la mejor cineasta estadounidense actualmente. En lo personal, nunca había tenido la oportunidad de ver alguno de sus filmes, y por lo tanto me emocionó bastante el estreno de Mente Maestra, protagonizada por Josh O’Connor. La película trata acerca de James Blaine Mooney, un arquitecto desempleado en el año 1970. Mooney decide que se va a robar una serie de pinturas de un museo local. Él es la «mente maestra», pero, luego de robarse las pinturas, descubre que lo que viene después de un robo no es tan fácil como parece.
Esta es una película extraña. A primera vista, aparenta ser una película de lo que en inglés se llama heist, o robo. Este es un género en el que personajes inteligentes y elegantes deciden ejecutar robos complejos en instituciones que generalmente tienden a tener algún tipo de valor moral. En El Golpe, el robo es hacia un mafioso malvado, entonces apoyamos a los protagonistas ladrones. En Ocean’s 11 (quizás la película de robos moderna por exelencia), el protagonista Danny Ocean decide robar un casino en gran parte porque el dueño se encuentra emparejado con su exesposa.
En Mente Maestra, hay una carencia de motivación moral. El filme no nos permite entrar en la cabeza de Mooney: nos distancia de su perspectiva. Quizás existe una motivación profunda para el robo, pero la forma en la que es representado sugiere simplemente una decisión monetaria. Mente Maestra incluso contrasta esta falta de motivación “válida” con el activismo en contra de la guerra de Vietnam. Las protestas, desde la primera escena hasta el final de la película, forman una corriente temática que no solo nos ubica en 1970, sino que enfatiza la apatía social que domina a nuestro protagonista. Esta es una de las muchas formas en las que Mente Maestra le quita el glamour al género del robo y, en el proceso, crea una de las mejores películas del año.
El tono de Mente Maestra es estresante, pero al mismo tiempo lento y conversacional. Tiene la sensación de ver una película como Uncut Gems, de los hermanos Safdie, pero con una velocidad mucho más baja. Mooney lentamente toma decisiones cada vez peores, pero las escenas no se pueden describir como emocionantes. Son lentas, conversacionales y naturalistas. La trama es de una escala mucho más pequeña de lo que se esperaría de una película de robos; Reichardt dirige slow cinema, y Mente Maestra lo demuestra con comodidad. Es un estilo para el cual yo recomendaría estar preparado, pero la recompensa es enorme. En su naturalismo, en su lentitud, existe un mundo profundamente entretenido, irónico y poderoso.
Mente Maestra termina con quizás el mejor final del año, y es un final que solo es posible gracias a su lento crecimiento como narrativa. Es una película que recomiendo, siempre y cuando el espectador esté preparado para un filme un poco menos tradicional.
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