Memoria democrática: propuesta para sociedades con pasados traumáticos

La sociedad y su memoria

Tener buena memoria no significa tener siempre buenos recuerdos. La persistencia de recuerdos tormentosos es una de las razones por las cuales algunas personas acuden a terapia. Esas personas no buscan olvidar, sino darle un sentido a esos recuerdos negativos que les permita construir un presente con el cual sentirse tranquilos. 

¿Qué pasa cuando no hablamos de recuerdos individuales, sino que estos se refieren a episodios más amplios y que son compartidos por grupos de personas o sociedades? ¿Cómo se expresan en la cotidianidad estos recuerdos compartidos y qué efectos tienen en nuestras vidas? Vayamos más lejos y preguntémonos ¿De qué manera configuran tales recuerdos nuestra identidad como individuos y como sociedad?  

Estas preguntas nos aproximan al tema sobre el que reflexionaremos en estos párrafos: la relación entre la memoria y la cultura democrática. 

El debate sobre si la memoria con respecto a hechos atroces del pasado, como violaciones masivas y sistemáticas de DDHH, pudiera contribuir a que hechos similares no ocurran de nuevo, sigue abierto. Intuitivamente, solemos pensar que el recuerdo sobre hechos traumáticos puede llegar a contribuir a evitar que ocurran nuevamente en el futuro, sin embargo, esto no carece de contestación. Algunos autores, como la socióloga argentina Elizabeth Jelin, han matizado la relación que pudiera existir entre la memoria sobre episodios atroces y la reducción de las probabilidades de que hechos similares puedan volver a ocurrir. A pesar de lo anterior, desde la segunda mitad del siglo XX, la presencia de la memoria en sociedades que han transitado por momentos de quiebre moral y de dolor profundo, se ha constituido como un paradigma en el camino hacia su recomposición. Este paradigma se basa en la convicción de que un trabajo positivo de la memoria contribuye al desarrollo de culturas democráticas y respetuosas de los derechos humanos, como apuntó el jurista argentino Fabián Salvioli durante su gestión como Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición. 

El rol del Estado en el desarrollo de ese trabajo positivo de la memoria es fundamental, pero no le pertenece solamente a él, sino que son necesarias las iniciativas de la sociedad civil. Ésta es la única manera de garantizar que la memoria no sea propiedad exclusiva -y muchos menos excluyente- de la clase política, sino que contenga los significados del pasado que coexisten en la sociedad y que son constitutivos de la memoria. 

Alemania y Chile: memorias que abonan sociedades democráticas

Las políticas de memoria están presentes hoy en todas las sociedades con pasados marcados por la violación sistemática de derechos. España, Argentina, Uruguay, Sudáfrica, son algunos de los ejemplos más paradigmáticos. Entre esos ejemplos, podemos también incluir  los casos de Alemania y Chile. 

Alemania y la memoria como identidad

Alemania ha hecho esfuerzos inmensos por reconstruir su propia identidad nacional desde la memoria de su pasado traumático. Con las nociones Aufarbeitung y Vergangenheitsbewältigung como marco,palabras que se refieren a la confrontación con el pasado y sus significados en el presente, el Estado alemán ha hecho de su pasado una piedra angular de su cultura democrática y de derechos humanos. Dicho de otro modo, en Alemania, memoria y democracia se relacionan íntima y profundamente, y sería muy difícil pensar en una sin tener a la otra en cuenta.

Desde el proceso de desnazificación iniciado luego de la Segunda Guerra Mundial, Alemania ha construido un andamiaje institucional con múltiples dispositivos orientados a preservar la memoria y a fortalecer los valores de la democracia. Esto lo ha hecho dentro y también fuera de sus fronteras, a través de su política exterior. La Oficina Federal para la protección de la Constitución, la Central Federal para la Formación Política, las fundaciones políticas, como la Friedrich Ebert y la Konrad Adenauer, el Instituto Alemán de Derechos Humanos, un pensum escolar que incluye visitas a sitios de recuerdo, como campos de concentración en los que fueron encarceladas, torturadas y asesinadas millones de personas, especialmente, judíos alemanes y europeos, son todas medidas que el Estado alemán ha diseñado, entre otras cosas, para combatir el olvido, la relativización y la negación del pasado, al tiempo que se fortalecen valores como la libertad y el pluralismo. No es casualidad que, ante esto, representantes del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), prometan un giro de 180 gradosen la política de memoria en caso de alcanzar el poder. Recientemente, el portal alemán de estudios de opinión Statista hizo público el resultado de una encuesta en la que se consultaba si en Alemania se recordaba poco, adecuadamente o demasiado el periodo nazi. La consulta diferenciaba a los participantes de acuerdo a sus filiaciones partidistas y arrojó que alrededor de un 60% de los simpatizantes de la AfD consideraba que en Alemania se recordaba demasiado el periodo nazi, mientras que esta opinión cayó al 23% y al 14% entre simpatizantes de la Unión Democrática Cristiana (CDU) y del Partido Socialdemócrata de Alemania, respectivamente, cuando se les hizo la misma pregunta. 

¿Qué ha hecho, por su parte, la sociedad? Las expresiones de memoria que nacen en las bases de la sociedad son muy diversas en Alemania, como lo son también en la gran mayoría de los países que buscan la conservación de la memoria de este tipo de pasados. Entre las más conocidas están las Stolpersteine del artista Gunter Demnig. En alemán, Stolperstein es una piedra con la cual el caminante se encuentra y que puede hacerle tropezar. Las Stolpersteine son pequeños cubos de concreto con una superficie de latón incrustados en las aceras de muchas ciudades alemanas. ¿Qué tienen de especial y por qué algunos las llaman también piedras de la memoria? En la superficie de latón brillante se encuentran grabados los nombres de personas que fueron deportadas durante el nazismo, así como las fechas de su deportación y el destino que estas personas tuvieron. La distribución de estas piedras no es al azar, sino que responde a los sitios en los que las personas deportadas y asesinadas vivieron o trabajaron. Aquí vivió… quien fue deportado a… y fue asesinado en…, son los datos que encuentran los caminantes en estas piedras, dándole de inmediato un nuevo sentido al sitio en el que se encuentran. 

Otra expresión del esfuerzo por preservar la memoria nacida desde la sociedad civil alemana, es la iniciativa de Susanne Siegert, una joven que divulga información sobre los hechos ocurridos durante el régimen nacionalsocialista a través de sus canales en Instagram y TikTok. Susanne comenzó a producir este tipo de contenido al descubrir que muy cerca del sitio en el que estudió y vivió toda su vida se encontraba un galpón que había tenido cierta utilidad en el aparato de exterminio nazi en el pasado. Al respecto, ella nunca había escuchado o leído nada y pensó que, como ella, debía haber decenas de miles de jóvenes alemanes que desconocían datos importantes sobre el pasado de sus pueblos y ciudades, y que estos podrían tener una función importante en la construcción de la memoria. Pero, no solamente produce contenidos desde sitios de memoria como campos de concentración u otros con relevancia por su significado histórico, sino que enfrenta las manifestaciones en el presente de aquellos que niegan lo ocurrido en el pasado o, peor aún, que lo reivindican. Por esa razón ha dedicado algunos de sus videos a descifrar los códigos que usan los militantes de la extrema derecha en las redes sociales para captar jóvenes. El trabajo que hace Susanne Siegert es, en este sentido, uno de los que más claramente tiende puentes entre temporalidades que pudieran parecer desconectadas, encarnando una viva expresión de lo que significa la memoria y, por qué ésta es mucho más que un relato histórico. 

Chile y la lucha por la memoria

El año pasado Chile conmemoró los 50 años del golpe militar en contra del presidente Salvador Allende y, con ello, del inicio de la dictadura de Augusto Pinochet. Incluso desde la distancia, es posible percibir las disputas presentes en la representación actual que tienen estos hechos en la sociedad chilena, y que tienen mucho que ver con la forma en la que se dio la transición política en Chile hacia un sistema de garantías de derechos humanos, basada en acuerdos de orden político que permitieron alcanzar, mucho más que en el caso alemán, los principios de paz y justicia. Esto no impidió, sin embargo, que el pasado sea parte de las fibras de la relación entre el Estado y la sociedad chilena en el presente.

El discurso de Patricio Aylwin en su toma de posesión, el 12 de marzo de 1990 es una muestra elocuente de estas tensiones. Aylwin comprometía al Estado chileno en garantizar que “¡Nunca más atropellos a la dignidad humana!” fueran parte de las acciones de los poderes públicos ni de sus instituciones, al tiempo que enfatizaba que sería necesario “abordar este delicado asunto -el pasado- conciliando la virtud de la justicia con la virtud de la prudencia.” Esa prudencia, para muchos, se expresaba en acallar los hechos, como lo recogía el presidente Ricardo Lagos en 2003, en el marco de la presentación de la propuesta de su gobierno en materia de derechos humanos No hay mañana sin ayer:  “Muchos han creído -decía Lagos- que para superar los traumas del pasado bastaba con dar vuelta a la página, o con echar tierra sobre la memoria. Una sociedad no se hace más humana negando el dolor ni las páginas oscuras de su historia; al contrario, con ello solo se denigra y envilece”. 

Una de las instituciones públicas que ha asumido el abordaje de la memoria en Chile, es el Instituto Nacional de Derechos Humanos, creado en 2009 y de carácter autónomo. Entre sus áreas de trabajo, la memoria ocupa un espacio central, elaborando informes dedicados de manera exclusiva al tema. También el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, el Archivo Nacional de Chile, la Biblioteca Nacional y la Universidad de Chile, cuyo fundador y primer rector fue, por cierto, el venezolano Andrés Bello, son instituciones que producen contenidos y crean espacios que sirven a la preservación de la memoria. Un capítulo aparte merece la presidencia de Gabriel Boric, un político joven y de un compromiso probado con los derechos humanos y la dignidad de las personas. Su gobierno y la conmemoración de los 50 años del Golpe, sirvieron de marco para la firma de un documento histórico, el “Manifiesto por la Democracia Siempre”, firmado por los expresidentes vivos de Chile, Eduardo Frei, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, en el que se llama a “cuidar la memoria, porque es el ancla del futuro democrático que demandan nuestros pueblos”.

Pondremos el foco, sin embargo, en dos expresiones concretas y provenientes desde dos iniciativas individuales, dos libros que nos llevan hasta el pasado concreto de personas, militantes políticos, defensores de derechos humanos, maestros y familias.

El primero lleva por título “La Búsqueda”, y narra la historia de un hijo que busca a su padre. El hijo es Cristóbal Jimeno, abogado y autor del libro; el padre, Claudio Jimeno, sociólogo, miembro del círculo de confianza de Salvador Allende y detenido en La Moneda el 11 de septiembre de 1973, cuando Cristóbal tenía 2 años. El texto recrea los hechos que rodearon la detención, las torturas, el asesinato y la posterior desaparición de su padre y de otros, y además, construye memoria, yendo contracorriente de aquellos que hacen del olvido su política, así como de aquellos que instrumentalizan la lucha por la defensa de los derechos humanos condicionándolos a sus filiaciones ideológicas. 

El segundo libro que queremos mencionar lleva por nombre “Sociología de la masacre”, su autor es Manuel Guerrero Antequera, hijo de Manuel Guerrero Ceballos, profesor y dirigente gremial asesinado durante la dictadura. Más que un ejercicio testimonial, este libro propone interrogantes que atraviesan las reflexiones sobre el rol de las sociedades en el aparato de la violencia, precisamente, en sociedades dictatoriales. Su autor rechaza la tendencia a concebir la violencia, incluso en sus versiones más extremas, como algo incomprensible, dado que al ser incomprensible, no podríamos, ni prevenirla ni anticiparla. Guerrero resalta las capacidades de agencia tanto de los victimarios como de las víctimas, a diferencia de lo que, según él, suele hacer el relato jurídico de los hechos. El relato jurídico, por ejemplo, no toma en cuenta la capacidad de decisión que pueda tener el torturador, ni pone mayor atención en la fibra que se rompe cuando alguien delata a su vecino; y estos, son elementos que también forman parte del pasado atroz y, por lo tanto, de la memoria. 

Ambos libros son aportes de un valor inmenso para quienes dentro y fuera de Chile buscamos conocer y comprender los elementos que sirvan para la construcción de la memoria. En sus páginas uno encuentra actores, situaciones y tensiones de muchos tipos y  que nos hablan, independientemente de dónde estemos, dándonos pistas sobre qué fue aquello que tuvo que pasar, para que los hechos concretos y el pasado atroz pudieran ocurrir. 

La memoria democrática: más que un relato histórico

¿Qué pasa en una sociedad cuando se rompen los consensos sobre la noción de dignidad de la persona? ¿Qué se quiebra cuando el Estado viola de manera sistemática los derechos de sus ciudadanos? ¿Qué pasa con las fibras de la sociedad cuando se deshumaniza a quienes disienten? ¿Qué consecuencias tiene para una sociedad, la pérdida de confianza entre sus miembros? Los politólogos suelen decir que la democracia es mucho más que procedimientos y elecciones; la democracia tiene fundamentos mucho más profundos, tiene un espíritu, tiene un ethos. Es eso lo que se quiebra cuando las sociedades enfrentan episodios atroces como los que hemos mencionado en estas líneas, y es eso lo que se debe reconstruir con la ayuda de la memoria democrática. 

La memoria democrática no se trata del relato historiográfico de acontecimientos; ni siquiera se agota en la interpretación que desde diversos sectores de la sociedad se haga de ellos, sino que es, fundamentalmente, una relación; una relación que se da entre un pasado atroz y el ethos democrático que debe ser recompuesto. Esa forma de memoria es la que nos permite comprender y, con suerte, anticipar y prevenir la repetición de episodios que nunca más deberían repetirse. La noción de este tipo de memoria redimensiona, además, el presente de las sociedades que atraviesan situaciones como las que hemos abordado, pues da a los hechos que van ocurriendo una dimensión más profunda y de mayor trascendencia que aquella que tendrían acontecimientos de otra naturaleza.

Para esto es muy importante que el abordaje de los hechos traumáticos del pasado y del presente se haga en clave de derechos humanos. Es en esta perspectiva en la que radica la esencial diferencia entre la memoria de sociedades sin pasados traumáticos y la de aquellas que sí los tienen, toda vez que eso que llamamos trauma, no es otra cosa que una lesión masiva a la expresión formal de la dignidad de todas las personas, a saber, sus derechos fundamentales. Es por ello que el trabajo realizado sobre dichas violaciones acaecidas en el pasado permite reflexionar sobre el presente y determinar temáticas contemporáneas relacionadas con la exclusión, la discriminación, la marginación y los abusos de poder,” todos, elementos concernientes a las reflexiones en materia de derechos humanos. 

Por todo lo anterior, el relato de hechos pasados, por más horribles que puedan parecernos, puede naufragar en un archipiélago de múltiples interpretaciones, relativización y negación, si tales hechos no se conectan con ese ethos democrático, con las fibras sin las cuales las sociedades no serían capaces de garantizar los más altos valores morales de la humanidad. Es así como el pasado puede advertirnos sobre cuáles son las líneas rojas que nuestras sociedades no deben traspasar jamás y la memoria puede ser un mensaje vivo hacia el futuro, que contribuya con el bienestar de nuestras sociedades. 

Hildebrand Breuer Codecido es Internacionalista (UCV), magíster en Derechos Fundamentales (Universidad Carlos III de Madrid) y profesor de posgrado UCV

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

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