Más allá de la empatía. No es una afirmación fácil, ni ligera, ni mucho menos superficial. Se trata de una aseveración muy profunda en la que se implica vida, pensamiento y acción. En la vida resuena la cultura, la afectividad, los sueños, la historia; la base vital desde la cual pensamos para luego actuar, en consecuencia.
Según el diccionario de la Real Academia Española, en su segunda acepción, empatía se entiende como “capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos.” Me reconozco en el otro y el otro en mí, el primer paso es psicológico. ¿Cuál es el asiento de las emociones, del reconocimiento y de la empatía?
La empatía es primero una posibilidad cognitiva, ahí se produce una identificación entre individuos y grupos, compartiendo emociones y sentimientos. Este paso nos lleva a uno más profundo, que pasa del estado mental a la capacidad de ponerme en el lugar del otro, vivir sintiendo lo del otro, conservando la identidad psicológica propia.
De aquí que la empatía es un proceso psicológico en primer lugar y, luego, es disposición humana y emocional que me lleva a reconocerme en el otro y el otro en mí en una determinada situación de corte emocional, por tanto, circunstancial. ¿Qué ocurre cuando estos procesos de identificación se extienden y se viven más allá de la empatía, cuando trasciende el momento del encuentro y el reconocimiento, y se instala en la vida, en los significados compartidos?
Por ejemplo, en una campaña electoral se suele jugar mucho con este mecanismo. El líder o candidato quiere caer bien, necesita producir empatía para lograr que le sigan en sus ideas y propuesta, pero, ¿qué sucede cuando se producen fenómenos socio-políticos que van más allá de lo emocional, que la sola empatía no lo explica? Esto es lo que nos ocupa.
Lo que estaría más allá de la empatía, es lo no voluble, lo que trasciende lo emocional, lo psicológico. Es lo constante. ¿Pudiéramos nombrarlo identidad compartida?, ¿podemos hablar de cultura? Si nos atenemos a unas manifestaciones profundas, más allá de lo emocional, necesariamente, nos ubica en la identidad cultural. ¿Por qué hablar de identidad cultural en el marco de una campaña electoral?
Con esta pregunta emerge la persona, María Corina, mujer-madre, que nos descoloca y nos saca de la sola noción de una campaña electoral. Su presencia significa más, no hay un ella, líder individualizada, sino un nosotros, al modo cultural en el que la madredad e hijidad se imbrincan. La madredad acontece en una relación, se practica en un nosotros, constituye la base de la empatía, la pregunta obligada en un acontecimiento político, sui generis, sería ¿qué hay de cultural en esta relación de liderazgo-pueblo?
Tengamos en cuenta que nuestra cultura es matricentrada, la madre es el centro de las relaciones, el vínculo central y determinante, fuerte, firme, constante, sagaz, coherente, astuto. “La seguridad de los hijos está en la madre pero, al final, la seguridad de la madre está total y únicamente en los hijos. Quizás esté aquí una de las explicaciones socio-históricas de la familia matricentrada. Nuestra historia y la estructuración social que ha ido tomando a lo largo de ella nuestro país…”, decía el padre Alfredo Moreno (Historia de vida de Felicia Valera, 1998)
Decir seguridad en Venezuela, es decir madre, soporte de esa seguridad. La madre nos lleva a la familia y viceversa, teniendo un lugar en la comunidad y base de la cultura: “Yo no trabajo, pero podría decir a veces la experiencia de mi mamá que, respondiendo a su pregunta, yo sobrevivo gracias a ella” leemos esta afirmación en los grupos focales.
El interés supremo de la madre venezolana es la familia, es el hijo; no es ella el sujeto central, esto se vive de esta manera, luego se entiende, se comprende y desde ahí se practica cultura y vida. No es una entelequia, es la base desde la cual se producen los significados, la razón y la experiencia. Se produce, incluso, la percepción política.
Por eso se repite esta afirmación en torno a María Corina: “Una mujer guerrera a la que le han puesto muchos obstáculos y siendo así ella va pa´lante, pues”. Su constancia no es fortuita, no es un accidente, no puede ser de otro modo porque ella es también cultura; lo comprende, lo vive y lo transmite de ese modo, ha demostrado que su presencia en la política es más que una circunstancia, es una apuesta por la venezolanidad y el venezolano concreto, por su historia y rostro.
Una de las cualidades más valoradas en la madre venezolana es el desprendimiento, la coherencia y la lucha, todas estas son reconocidas en la persona de esta líder: “… es el desprendimiento de María Corina Machado. Que cuando todo el mundo decía que era una persona prepotente, que no dejaba, que si no era ella se caía el mundo, ¿sí? Entonces resulta que ella dio un ejemplo de desprendimiento y pudo poner los intereses del país sobre los intereses personales. Eso creo que es el acontecimiento más significativo», se lee también en los grupos focales, en el marco de un estudio sobre las percepciones políticas.
Análogamente, María Corina es significada como la madre que coloca sus intereses personales a un lado cuando se trata de los hijos y la familia. En el fondo late una gran madre al frente de una gran familia, Venezuela, luchando para que todos los hijos que se fueron vuelvan, el propósito es la reunificación humana.
Este desprendimiento junto a los atributos que sintonizan con la madredad la catapultó en los últimos meses. En el fondo late la convicción de estar en un proyecto común: recuperar a Venezuela, la libertad, independizarla, más que la búsqueda del poder por el poder mismo. Hay la convicción que el interés supremo es el país. Nadie pide, todos dan y ofrecen su disposición a hacer algo para recuperar la vida y la familia.
Estas acciones van más allá de la empatía, se produjo una identidad compartida que ha tocado los hilos afectivos, racionales, humanos más profundos entre cultura y líder. Notemos que los atributos que se destacan en María Corina Machado son los mismos de la madre venezolana: astucia, verdad, firmeza, coherencia, constancia.
Para cerrar me gustaría quedarme con esta última afirmación tomada de los grupos focales: «la política venezolana ha cambiado radicalmente con la presencia de María Corina Machado, que a lo largo de varios años ha mantenido una conducta firme, coherente, que tuvo el coraje de decirle a Chávez en vida que expropiar era robar…”
Esta es una valentía materna, la historia no dicha, la que está en la base de los grandes acontecimientos históricos venezolanos, hoy aflora con una espontaneidad impresionante y va colocando de relieve lo que somos, un pueblo aguerrido luchando contra corriente por la libertad. Se está desafiando desde la bases populares el poder establecido, esta vez en compañía de un liderazgo inculturado que resuena y tiene pleno sentido en las comunidades populares.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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Esta es una traducción de El Tiempo Latino. Puedes leer el artículo original en Factcheck.org. Escrito…