Los recogelatas: paisaje electoral – La Gran Aldea

Imagínese un bus a la hora del ocaso deambulando por los grises recovecos de una ciudad en declive. El colectivo es una carcasa desvencijada, destartalada, oxidada, venida a menos, un cacharro, vamos, pero sin el romanticismo del cacharrito del cantante brasileño Roberto Carlos. El perol es el transporte de una empresa fracasada y va recorriendo parajes ocultos y colectando a sus trabajadores devenidos en el viejo y menesteroso oficio de la mendicidad. O tanto mejor, va rescatando de las míseras calles a sus representantes más auténticos: un batallón de recogelatas. 

Pues bien. La empresa del socialismo del siglo XXI, la de la patria o la muerte, ha comenzado finalmente a recoger a sus lateros infiltrados e irán llenado por goteo el bus de estos pobres escuálidos que ya son el ripio. Lo que va quedando por las esquinas, por ciertas zonas, en algunas toldas políticas, por dinero fácil. 

Los tristes ponys de troya de estos años.

Vista así, esta es una labor casi profiláctica de los jefes de la compañía en quiebra, creo yo, y se la debemos a los buenos oficios de la candidata presidencial de la empresa de la competencia que asciende como una ola y que no deja salida fácil a sus contendientes.

Una hazaña que se agradece, comenzar a recolectar los lateros. A sacarlos del camino, a dejarlos desnudos con su mugre al aire.

Bien lo dijo Juan, el Bautista, hay que separar el trigo de la paja. “Vendrá preparado para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo bueno en el granero y quemará la paja en un fuego que nunca se apagará». 

Poco a poco, y gracias a los buenos oficios de la campaña de María Corina, que no deja poco o nada a nadie, los otros van comenzando a recoger a los lateros que tenían desde hace tiempo merodeando en los predios de la supuesta oposición.

¿Pero quiénes son estas pobres gentes? 

Se conoce como pordiosero a aquella persona sin recursos que vive y se sustenta de pedir limosna.

El término surgió en la Edad Media y comenzó a utilizarse para referirse a aquellos individuos que se ganaban la vida pidiendo limosnas a los demás, ya que para recibir unas cuantas monedas, utilizaban la coletilla «por Dios» con cada petición: «Deme una limosna, por Dios”; “por Dios dele una limosna a este pobre hombre; «por Dios, una limosna”.

Al estar convencidos de que se trataba de auténticos profesionales de la mendicidad, se le añadió el sufijo «ero” al final de la súplica que utilizaban (invocando a Dios) al igual que se hacía con otros oficios: tabernero, alfarero, herrero, carpintero.

Y así es como apareció el tristísimo término de pordiosero: ‘por-dios-ero’.

Pero en Venezuela, su look más cotidiano, más común en las últimas décadas, es el de recogelatas o latero, recolector de desechos reciclables. Persona marginal que sobrevive recogiendo y vendiendo latas de aluminio.

«Pronto rescatarán de los basureros -casi puedo verlo en la película de mi imaginación-,  al hombre de la pantaletica negra, al burrito, al Bernabé que le pegó a Muchilanga, a la gloriosa encamburada pero con sabor Pigna»

Pasa que endógenamente los venezolanos -y mucho los caraqueños- los hemos visto, más que a menesterosos, a estos individuos, siempre deambulando con un saco a cuestas lleno de envases vacíos, sin cesar de revisar cestos de basura y otros vertederos en busca de las alguna vez valiosas latas de aluminio. Son los llamados “recogelatas”, en suma.

“Son pocos los que se dedican ahora a esta actividad, porque la crisis del país también los ha afectado”, explica a Notimex el sociólogo Rafael Escalona, costumbrista y profesor asociado del Colegio Universitario de Caracas (CUC).

“Los ‘recogelatas” aparecieron en Venezuela a principios de los años 80, y no solo eran personas indigentes quienes se dedicaban a recoger latas de cerveza, sino también estudiantes universitarios y personas desempleadas. En esa época las empresas receptoras pagaban 70 bolívares por el kilo de latas de aluminio y fácilmente cualquiera podía obtener 700 bolívares, si llevaba 10 kilos de material, era la época en que Venezuela tenía una moneda fuerte (4.30 bolívares por dólar)”.

El analista cuenta también que hubo un momento en que los “recogelatas” se expandieron por todo el país, pero poco a poco el oficio fue quedando solo en manos de mendigos y borrachitos, por lo que ser un recogelata o “latero” siempre fue tenido como algo muy degradante.

“A ello contribuyó el que muchos delincuentes se disfrazaban de “recogelatas”, para atracar a sus víctimas, por lo que la policía, partiendo de estas denuncias comenzó a arremeter contra todos los indigentes que estuvieran dedicados a esa actividad”.

Por supuesto que es inevitable para quienes tenemos cierta edad recordar a los humoristas Emilio Lovera (Perolito) y Nora Suárez (Escar-lata), quienes personificaban a una magnífica e hilarante pareja de buscadores de desechos y que recreaban las peripecias y sinsabores que pasaban estos personajes en su diario peregrinar en búsqueda de latas vacías de cerveza o refresco.

Los recogelatas, qué duda cabe, fueron un producto de la sociedad de consumo venezolana, la misma que ahora empobrecida toma menos cerveza por sus altos precios, lava su ropa en casa y remienda sus zapatos porque el sueldo es poco para adquirir nuevos.

Sin embargo, en Caracas, y no sé en el resto de Venezuela porque no lo he visitado recientemente, se mantiene el doloroso espectáculo de los pobres de pedir de revisar los botes de basura de las viviendas, de los restaurantes y hoteles para ver si con suerte encuentran algún rastro de comida en buen estado para consumir.

Pero sí que nos queda la rémora, es decir, unos facsímiles de los lateros de antes: los recogelatas políticos. Los expertos en recoger las migajas de la empresa oficial a cambio de saltos y piruetas públicas.

Mi abuelita caraqueña sin duda hubiera dicho: “pancadas de ahogado” de la empresa en ruinas. Así se salve o se termine de derrumbar.

En estos días el latero más publicitado es uno que pronto será -si es que ya no lo es- un Próspero joven analfabeta funcional. Pero le acompañan muchos otros. Una profesora sindicalista, un sacerdote con fe inmensa (en el dinero), un “Despacito” que habla parsimonioso, Un Leo de flux y chapaletas, unos encuestadores groseramente avaros, unos fracasados aspirantes a la gerencia de la empresa que sea, alcaldes anónimos y perdidos en acción.  

Pronto rescatarán de los basureros -casi puedo verlo en la película de mi imaginación-,  al hombre de la pantaletica negra, al burrito, al Bernabé que le pegó a Muchilanga, a la gloriosa encamburada pero con sabor Pigna, y por qué no, hasta a los más pícaros del lote de vagabundos incluyendo a los tránsfugas de la guanábana.

Cada uno dará su rueda de prensa para anunciar que se pliega a la teta de la empresa en llamas como si fuera una novedad y no una mala maña vieja.

Pues bien, por alláaaaa sigue el autobús, recaudando mendigos, mendicantes, traidores, muertos de hambre, oportunistas y fracasados, calle abajo. Con el sol de julio por detrás. Con el futuro por detrás.

Me encantaría poder cantarles como dice Serrat, “vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta”. 

Pero creo que aún falta: los otros lateros, los de la empresa oficial, aún deambulan despreocupados en esas latas enormes, carrotes blindados y de enchufe, como nuevos ricos de cuna y miserables hombres de hojalata.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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