Como no hay manera de evadir la presencia del poder y la discusión acerca de cuántas y cuáles son las modalidades de su ejercicio es ya un tema ampliamente tratado por historiadores y politólogos, resulta interesante introducir otra cuestión no tan nueva en las sociedades occidentales, pero sí reciente en Venezuela: el poder, ¿tiene género, y en ese caso, es de género masculino o femenino? Quién debe ejercerlo, ¿hombres o mujeres? La respuesta parece obvia: ambos, pero luego de darle algunas vueltas y de escuchar opiniones explícitas, y también implícitas, que suelen ser las más interesantes, cabe la pregunta acerca de si los factores de poder en Venezuela están dispuestos para la eventualidad de que el más alto cargo de la república sea ocupado por una persona de género femenino. Lanzada la pregunta es de suponer que todos y todas, como buenos demócratas, contestaríamos que por supuesto que sí, pero el caso es que no vivimos en Borgen, o en otra serie parecida, ni hemos tenido primeras ministras, jefas de gobierno o presidentas como ha sido entre los países latinoamericanos los casos de Brasil, Argentina, Chile, Panamá, Nicaragua y próximamente México. Nuestro más cercano ejemplo fue el de Irene Sáez que terminó como sabemos, y paradójicamente por muchas razones que no sabemos.
En las circunstancias actuales es frecuente escuchar en referencia a María Corina Machado expresiones como “las tiene bien puestas”, que es suficientemente explícita para necesitar explicaciones. No es, en nuestro lenguaje popular, una manifestación negativa hacia ella, por el contrario indica una valoración positiva, pero he ahí el problema: lo que lleva “bien puesto” es un órgano que las mujeres no tenemos. Siguiendo ese orden de ideas la aceptación de un sujeto femenino como representante del poder dependería de que de alguna manera esa mujer contenga cualidades masculinas, y en el imaginario venezolano ello apunta a la valentía, coraje, fuerza. En algunas ocasiones, para tratar de arreglar el entuerto y producir un paralelismo, se habla de una mujer que tiene un “par de ovarios”, lo que es una concesión seudo feminista y además simplista puesto que, efectivamente, los ovarios vienen en pares, y al mismo tiempo contradictoria porque su función no es similar a la de los testículos. Puede ser que en otras latitudes para aceptar a una mujer como primera figura política sea necesario que demuestre tanta inteligencia ‘como un hombre’, pero en este patio hacen falta virtudes vinculadas al valor y el coraje. Me recuerda esto una anécdota de hace muchos años cuando un célebre escritor me dijo que yo escribía tan bien como un hombre.
Si esto fuera solamente un problema de atavismos culturales, de estereotipos que perduran en el tiempo como estatuas en espera de demolición y que pocos se atreven a tocar, parecería un anacronismo entre tantos pero no me preocuparía demasiado porque aun así las mujeres venezolanas hemos avanzado, y bastante, en la consecución de nuestros derechos sin que nos los hayan regalado. El asunto preocupante en las actuales condiciones políticas es que pareciera olfatearse una suerte de versión “culta” de aquello de ‘tenerlas bien puestas’, y es que el patriarcado político siga pensando que lo mejor sería un presidente varón, al que, además de la valentía, se le puedan atribuir cualidades de serenidad, estabilidad, manejo del poder y muchos etcéteras que una mujer, considerada por naturaleza emotiva, inestable, sugestionable e ignorante de los modos con los que los hombres juegan sus cartas no tendría. Muy buena como lideresa, puede ser que piensen algunos (y también algunas), porque en estos últimos veinticinco años nadie había levantado al pueblo venezolano de la desesperanza, y no faltaría quien la propusiera para el Nobel de la Paz, pero ¿la presidencia de la república?, eso son palabras mayores, eso es un trabajo que no le corresponde. Dicho de otro modo, pudiera ser la opinión del patriarcado, corresponde a un hombre que podamos elegir entre nosotros y se entienda con nosotros como se ha hecho siempre. Esta es una hipótesis un tanto atrevida, y espero que equivocada.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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