Esto significa que quien ama
la verdadera libertad del individuo
no puede ser no liberal,
pero no puede ser solo liberal.
Viroli (2002)
Hablemos de posibilidades, para empezar.
La realidad presente se compone, por un lado, de la materialización de algunas de las posibilidades que existían en el pasado, y por otro, del abanico de posibilidades actuales que podrían materializase en el futuro. Pero no hay nada de determinismo en esto: en la historia casi nada ocurre de manera necesaria. La concreción de ciertas posibilidades y no de otras, en cada situación histórica, depende de incontables factores, pero, sobre todo, de la conjunción de nuestras acciones individuales, ya sean o no deliberadas.
Pues bien, este ensayo parte de la hipótesis de que el surgimiento de un orden liberal es hoy una posibilidad que podría materializarse en algunas sociedades latinoamericanas, incluyendo a Venezuela, gracias a la crisis del intervencionismo estatal, a prácticas sociales emergentes y a decisiones políticas de vocación transformadora.
Mi objetivo, sin embargo, no es demostrar esta hipótesis (algo que, en cualquier caso, solo tendría sentido intentar hacer de manera retrospectiva), sino perfilar con la mayor claridad a mi alcance ese orden liberal que se habría hecho hoy posible. Para lograrlo, es preciso adentrarnos en la comprensión de la doctrina liberal o, mejor dicho, de una versión de dicha doctrina que, a mi juicio, se adecúa a las circunstancias de varios de nuestros países, pues ella es, en parte, producto de esas mismas circunstancias. Es, para decirlo en otras palabras, una variante del liberalismo que habríamos ido gestando como sociedades, a lo largo de una historia de debates y aprendizajes, de esperanzas y decepciones. Es casi innecesario decir que confío en que, al aumentar la conciencia pública sobre la posibilidad de un orden liberal para nosotros, también aumente la probabilidad de que este se haga realidad.
Quiero destacar que, en mi opinión, esta variante del liberalismo subyace en el plan ‘Venezuela Tierra de Gracia’, propuesto a los venezolanos por María Corina Machado y su organización política. Aunque es posible que ella y su equipo no estén completamente de acuerdo con todas las consideraciones que planteo ni con la denominación doctrinal que utilizo, me consta que muchas de las ideas aquí expuestas son defendidas por miembros de esa organización.
Puedo afirmar también que estas mismas ideas son de igual modo compartidas por líderes de otras organizaciones políticas que no se autodenominan liberales. Este acercamiento al liberalismo podría estar presente, además, en cambios experimentados en las prácticas sociales y en la mentalidad colectiva de amplios sectores —creciente valoración positiva de la libertad, de la propiedad privada, del emprendimiento o de la autonomía frente al gobierno, entre otros—, como consecuencia de la terrible experiencia que ha significado la autocracia socialista para la mayoría de los venezolanos.
Todo ello me ha llevado, al igual que a otros analistas, a la mencionada hipótesis de que alguna versión de la doctrina liberal puede servir de base a un programa transformador de la sociedad venezolana.
Permítanme precisar cómo entiendo los términos “doctrina” y “liberalismo”. Una doctrina política y económica es, ante todo, un programa filosófico que busca identificar los valores morales que deberían regir en una sociedad. En segundo término, se trata de un programa de investigación científica que se enfoca en estudiar el comportamiento humano y el funcionamiento de la economía, el Estado y la política. Por último, es un programa político que promueve iniciativas civiles, políticas públicas y un orden institucional que, basados en esa comprensión del ser humano y la sociedad, materialicen los valores defendidos por la doctrina.
Así entendida, una doctrina representa una versión elaborada de una o varias de las visiones de la sociedad que circulan en nuestro entorno y que nos sirven, sepámoslo o no, para darle sentido y actuar en él. Creo que todos contamos con una visión de este tipo, incluso los científicos sociales. Asomarnos al debate doctrinal nos permite entonces profundizar en nuestros valores, creencias e ideas, e identificarnos quizás con alguna de las doctrinas en competencia o con una combinación de ellas. Agrego que, desde mi perspectiva, doctrina e ideología no son sinónimos; reservo este último término para sistemas de pensamiento dogmáticos, impermeables al auténtico debate y a la evidencia histórica.
El liberalismo es una familia doctrinal que se caracteriza por un núcleo teórico compuesto por tres postulados básicos.
Primero: cada uno de nosotros es libre y, por tanto, tiene que usar la razón, falible y limitada, para decidir qué hacer en cada circunstancia, basándose en el conocimiento irremediablemente subjetivo y parcial del que dispone.
Segundo: el reconocimiento de la dignidad de cada persona implica respetar el proyecto de vida que elija vivir, dando forma a los derechos individuales; esto significa que ninguna persona debe ser coaccionada para actuar en contra de su voluntad (a menos que pretenda coaccionar a otros).
Tercero: las personas, interactuando dentro de un marco de reglas respetuosas de la libertad y de igual aplicación, y con una presencia gubernamental limitada, pueden crear colectivamente sociedades plurales que les permitan progresar en paz, sin que esto sea resultado del plan de alguien en particular.
A partir de estos postulados, el liberalismo sostiene, entre otras cosas, que la concentración del poder, especialmente del poder estatal, atenta contra la libertad, y que la pretensión de planificar la economía desde el Estado no solo es teóricamente insostenible (pues nadie posee todo el conocimiento que existe y se crea constantemente en una economía), sino que, al intentarse en la práctica, causa inevitablemente escasez, pobreza y opresión.
Ahora bien, la versión de la doctrina liberal que presento no ofrece la pureza que solo se puede alcanzar en el plano teórico, pues está orientada a resolver diversos problemas reales y poco estructurados, en circunstancias especialmente complejas.
Se trata, sin embargo, de un liberalismo socialmente sensible, políticamente sensato e históricamente contextualizado. En su formulación me he basado, sobre todo, en el llamado ordoliberalismo que, entre otras cosas, destaca la interdependencia entre el sistema de mercado y otros subsistemas de la sociedad: la política, la cultura, el derecho, el ambiente.
Sobre esa base he considerado ideas provenientes de otras corrientes del pensamiento —el republicanismo, el comunitarismo y, aunque parezca sorprendente, el estructuralismo latinoamericano—, así como de nuevos enfoques sobre la complejidad económica y sobre el fenómeno populista, entre otros.
Esta versión del liberalismo propone que la dignidad sea el eje moral de la sociedad. Además, busca garantizar la existencia del Estado de derecho, fomentar la competencia y la transformación productiva, liberar al Estado de la captura de renta, adoptar el principio federativo en la organización estatal, establecer una gobernanza eficaz como forma de interacción entre gobiernos, empresas y organizaciones civiles, velar por la estabilidad macroeconómica, promover las capacidades productivas de las personas, brindar oportunidades educativas para todos, asegurar el funcionamiento eficiente de los sistemas de salud y seguridad social, apoyar solidariamente a los sectores más desfavorecidos y proteger el ambiente.
Estos objetivos, en mi opinión, son ampliamente compartidos, ya que resuenan positivamente tanto en quienes enfatizan la libertad y el emprendimiento como en aquellos que se preocupan especialmente por la pobreza y la desigualdad. Se trata, además, de un liberalismo que aspira a mantener la moderación en el abordaje de los problemas colectivos, enfrentando a los extremismos de cualquier signo. Por todo ello, esta versión del liberalismo tiene el potencial de contribuir a la formación de un centro político renovado y necesario.
Me gustaría denominar a esta variante del liberalismo como “popular”, porque, entre otras razones, las transformaciones que conlleva requerirían el respaldo de un número significativo de ciudadanos. Esto es decisivo tanto para generar opciones electorales sólidas como para enfrentar políticamente a los poderosos sectores que perderían sus privilegios si se produjera un cambio hacia el liberalismo en el estado actual de las cosas. Además, el buen funcionamiento de un orden político y económico liberal depende, en última instancia, de la existencia, en amplios sectores de la población, de una cultura proclive a principios y valores liberales.
En este ensayo exploraré el liberalismo popular a través de doce breves lecciones, organizadas en dos bloques. El primer bloque consta de seis lecciones que tratan de los fundamentos generales de la doctrina. El segundo bloque incluye seis lecciones relacionadas con estrategias para abordar algunos de los grandes problemas de nuestras sociedades.
Es importante señalar que la organización temática de las lecciones, que he estimado como la más adecuada, me ha llevado a considerar, en cada lección, dos o tres de las dimensiones de la doctrina (la filosófica, la científica, la política), según el caso.
Aunque están obviamente relacionadas, cada lección pretende ser comprensible en sí misma. Por ello tiene sentido que, a los efectos de darles mayor difusión, las lecciones sean publicadas individualmente. Este portal ha tomado amablemente esa iniciativa.
Por mi parte solo me queda invitar al lector a hacer sus comentarios. En el debate de las ideas, la crítica es esencial para avanzar hacia la verdad, incluso si esta última nunca se alcanza por completo.
En próximas entregas, le invitamos a leer estas 12 lecciones de liberalismo popular.
Fuentes:
1 Bobbio, Norberto y Viroli, Maurizio (2002). Diálogo en torno a la República.
Tusquets Editores: Barcelona, España.
2 https://robertocasanova.net/
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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