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La verdad a la fuerza

Nada es más seductor para un autoritario que siempre tener la razón, los aduladores del entorno se encargan de reforzar ese infantil comportamiento haciendo lo que saben hacer, asentir, alabar y ensalzar sin medidas al sátrapa de turno, para hacerle creer que es el dueño y amo de la verdad. 

Tener siempre la razón irremediablemente conduce a la desconexión con la realidad, sobran los ejemplos de cómo los dictadores progresivamente se aíslan de lo que realmente ocurre y perciben un entorno bastante distinto del real.

Hitler, por ejemplo, estaba convencido de ganar la guerra mientras estaba siendo sitiado por los aliados, por decreto prohibió los suicidios de los militares alemanes que preferían eso a seguir peleando. 

Se han escrito tratados acerca de la verdad desde distintas ópticas, Nietzsche sostenía que no había verdad sino interpretaciones, y Foucault agregaba que, entre todas las interpretaciones, la del poder era que la que se imponía y se totalizaba.

De ahí que todo tirano tiene su aparato de propagandas para imponer su narrativa, y lo que empieza como persuasión e ideologización, termina siendo por la fuerza cuando ya no convencen a nadie, para ello, nada mejor que echar mano de leyes que persigan la información libre y obligan a repetir y expandir la versión oficial.

Una de las leyes más pintorescas, por decir lo menos, tendientes a imponer la verdad del poder y cercenar cualquier iniciativa a la libre expresión, fue la ley de prensa e imprenta de Francisco Franco de 1966, en su artículo 2, decía:    

La libertad de expresión y el derecho a la difusión de información, reconocidas en el artículo primero, no tendrán más limitaciones que las impuestas por las leyes. Son limitaciones: el respeto a la verdad y a la moral; el acatamiento a la Ley de Principios del Movimiento Nacional y demás Leyes Fundamentales; las exigencias de la defensa Nacional, de la seguridad del Estado y del mantenimiento del orden público interior y la paz exterior; el debido respeto a las instituciones y a las personas en la crítica de la acción política y administrativa; la independencia de los Tribunales y la salvaguardia de la intimidad y del honor personal y familiar.

¡Para protegerte, mejor te callas! Sería la frase que mejor resume la confusa redacción de esta ley bozal. 

A partir de un engañoso respeto de la libertad de expresión, se despliega un extenso catálogo de restricciones, cada uno más abstracto e indeterminado que otro, tanto así, que entre ellos se encuentran la verdad, la moral y el orden público interior. La norma ideada y sancionada desde el poder, se reserva por supuesto los términos de su aplicación, por lo que es desde la visión hegemónica, desde donde se impone que es verdad o mentira, que es moral o amoral, qué se puede decir y qué no. 

Donde no hay libertad, la censura no tiene nada de novedosa, sin embargo, el avance de las tecnologías aporta nuevas formas de control sobre todo en Estados altamente tecnificados donde estos modelos se han instalado. En China, se utiliza la big data para monitorear el contenido que consumen las personas, lo que compran, e incluso, sus opiniones en redes sociales o cualquier otro medio de información u opinión. Se trata de premiar o castigar a los buenos o malos ciudadanos. Los buenos son quienes sirven de aduladores del régimen y sus ideas, los malos, ya sabemos quiénes son, los que pueden ir a la cárcel por una opinión incómoda a los cabecillas. 

Nuestra dictadura caribeña con sus rasgos de cartel no se podía quedar atrás, ¿cómo es que no tenemos nuestras leyes sobre la verdad? imagina uno que se preguntaban en Miraflores mientras contaban algunas pacas de dólares producto de su dedicado amor revolucionario por el pueblo. Se dieron cuenta que la ya maneada ley contra el odio se quedaba corta, y que era necesario algo más contundente que obligara a los fascistas a callarse, nada mejor que la autocensura para controlarlo todo, no hay que mover un dedo, con la amenaza es suficiente.

Desde su exposición de motivos y en todo su articulado, el proyecto de “Ley contra el fascismo, neofascismo y expresiones similares” deja claro que su objetivo es la persecución del pensamiento. No disimula sus objetivos, a tal punto que las acciones que estima como punibles, son meras expresiones. Convierte en delito cualquier manifestación verbal, escrita, pictórica, artística que en criterio del poder tenga contenido fascista- y ¡oh, sorpresa!, es el mismo poder quien determina qué es o no fascista a su conveniencia. Por supuesto, como toda norma de la verdad, esto tiene como objetivo garantizar la paz, la tranquilidad pública y proteger a la sociedad. ¡Para protegerte, mejor te callas! Sería la frase que mejor resume la confusa redacción de esta ley bozal. 

Los medios quedan obligados a la difusión de los mensajes oficiales dirigidos a la promoción de la convivencia, es decir, los que el poder ordene y quién se desvíe correrá con las consecuencias, que pueden ir desde una multa, hasta la disolución de la personalidad jurídica.

No les ha bastado con expropiar cientos de emisoras de radio, haber comprado diarios y canales de televisión, la propuesta es el control de todo lo que se pueda decir. Destaca en este proyecto, la prohibición de asociaciones, organizaciones y partidos políticos que sean catalogados como fascistas, los cuales podrán ser disueltos, sin permitir recurso alguno a los afectados. 

Pero como toda ley revolucionaria tiene contenido penal, no podían faltar exorbitantes penas de hasta 12 años de prisión para quienes emitan mensajes fascistas que técnicamente es cualquier contenido antirevolucionario.

Para aplicar semejante panfleto, por supuesto cuentan con un fiscal comprometido con la represión y el encarcelamiento, y lo reforzarán con la creación de una “alta comisión” de la censura y el terror, como si ya no tienen suficiente con Conatel y el Ministerio Público. Esta propuesta pretende la clausura de la opinión, la sumisión de la sociedad y el cierre del espacio público. Lo que no midieron estos rupestres sujetos, es que el muro de Berlín fue derrumbado, y que todas, absolutamente todas las dictaduras, caen tarde o temprano. 

No hay nada mas fascista que la imposición de un pensamiento único promovido desde un partido único, y que se castigue y persiga a quienes ejercen el derecho humano de pensar de forma divergente a los dictámenes del poder.  

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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