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La universidad cambió la autonomía por pintura (Parte I)

La universidad fue siempre mi gran sueño, se hizo historia en mí, ahí me formé y en ella trabajé con mucho entusiasmo, sabiéndome en el cumplimiento de mis sueños.

 No solo fue mi proyecto de formación y trabajo, sino lugar de compromiso, de seguridad, de libertad al momento de pensar. Me formé y he acompañado en la formación a muchos. Viví una universidad sin condiciones. 

Lo que está pasando en la universidad hace un tiempo para acá produce en mí emociones de todo tipo. Rabia, tristeza, indignación, frustración, incertidumbre y solo una seguridad: el poder y la mentira acorraló esa gran casa que en algún momento venció la sombra.

Siento que su estructura cae sobre mí. Sin remedio, tengo que decir que la universidad que viví ya no existe. Se quebró en el camino, se rompió ante mis ojos. 

Vivo en incertidumbre, pero reconociendo la mentira. Son duras las imágenes con las que hemos tenido que lidiar, sobre todo, porque son la representación de una realidad límite: la destrucción o quiebre de los vínculos. Hemos visto cómo se destruye un país. Cómo huyen los jóvenes de una nación que fue obligada a expulsar a sus convives. 

La incertidumbre es nuestra compañera de camino. Nos agobia, pero, al mismo tiempo, nos obliga a pensar, a actuar. Nos impulsa a seguir adelante porque nos enfrenta a nosotros mismos, al entorno, a los límites que tienen que ser superados. Las antiguas seguridades de la democracia quedaron atrás, con ellas las instituciones y, en ellas, la universidad.

La universidad fue siempre un espacio de libertad, un lugar sin condiciones, para pensar, investigar, hacer, estuvo siempre reglamentado por la verdad y la convicción. En democracia no es posible colocar trabas al pensamiento, en la universidad convivimos pensamientos opuestos, contradictorios, los más diversos sistemas filosóficos y teóricos, todos bajo el principio de la firmeza y la argumentación personal, existencial, ética. 

Pasamos de una universidad en democracia a una universidad tomada por un sistema autoritario. En el primer caso, velamos por la diversidad, en el segundo tratamos de sobrevivir a la imposición, eso implica no perder lo que nos define. Nos encontramos con las barreras o desafíos exógenos, las condiciones que colocan otros en el marco de un sistema no democrático, y los desafíos propios de quienes dirigenla universidad que se ponen en una posición que relativiza el mal, no pueden ver la verdadera dimensión y profundidad de la destrucción. La banaliza. 

Una lectura excepcional de este problema lo hace el filósofo Jacques Derrida bajo el título: “La universidad sin condición”, editorial Trotta, año 2001: “Dicha universidad exige y se le debería reconocer en principio, además de lo que se denomina la libertad académica, una libertad incondicional de cuestionamiento y de proposición”. En otras palabras, la libertad condicionada deja de ser libertad.

Disentir es parte de esa libertad. Cuando disentimos en democracia se abren canales para dirimir esas diferencias, cuando ocurre en sistemas no democráticos, se tipifican como delitos y se condenan con cárcel. “La universidad hace profesión de la verdad. Declara, promete un compromiso sin límite para con la verdad”, advierte Jacques Derrida. Es esta la universidad que conocí: consecuente, libre y sin condiciones, como actitud y disposición siempre abierta. 

Banalizar a quienes hacen el mal, tildándolos de estúpidos o incompetentes, fue creando las condiciones simbióticas entre los que dirigieron y dirigen la institución universitaria y quienes dirigen el país. La simbiosis fue haciendo que una universidad destruida en su naturaleza pactara su libertad total por pintura que ayudó a tapar, no solo el deterioro físico del patrimonio, sino su naturaleza contestaria y libre. 

Cambiaron la autonomía por pintura para tapar la destrucción, la libertad parece tener precio. Vendió Esaú a su hermano Jacob su primogenitura a cambio de un plato de lentejas. Vendieron las “autoridades” pasadas y presentes de la Universidad Central de Venezuela su autonomía por pintura y reconfección de la infraestructura. En términos humanos, seguimos trabajando en condiciones de esclavitud. 

Los profesores universitarios, comunes, que estamos fuera de las ecuaciones del poder, no solo lidiamos con el hambre, con condiciones laborales paupérrimas, sino que se nos arrebató la libertad, la autonomía, la posibilidad misma de ser una voz disidente, una voz que pudiera gritar en el desierto. Nos despojaron de nuestra naturaleza contestaria. ¿Era inevitable? 

Para terminar esta primera parte, me queda claro como docente activa e investigadora, que siempre hay opciones. El camino ancho de la cohabitación y la coexistencia no es la vía que nos puede conducir a la libertad. Como universidad nos merecíamos la posibilidad de tener una vía hacia libertad, esa apertura debió estar garantizada por las autoridades de antes y de ahora. Pesó más el poder y la comodidad. Su silencio pagado con altos costos y la ruina pintada para disimular su destrucción. 

“Consecuencia de esta tesis: al ser incondicional, semejante resistencia podría oponer la universidad a un gran número de poderes: a los poderes estatales (y, por consiguiente, a los poderes políticos del Estado-nación así como a su fantasma de soberanía indivisible: por lo que la universidad sería de antemano no solo cosmopolita, sino universal, extendiéndose de esa forma más allá de la ciudadanía mundial y del Estado-nación en general) a los poderes económicos, a los poderes mediáticos, ideológicos, religiosos y culturales, etc., en suma a todos los poderes que limitan la democracia por venir», destaca Derrida.

Estas consecuencias no solo se derivarían de la incondicionalidad de la Universidad Central de Venezuela, sino de la universidad como entidad sin condiciones en sus múltiples existencias a escala nacional, públicas y privadas. Nuevamente, el reto es dar vía a las consecuencias de este potente activo, ¿ya neutralizado? Seguimos…

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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