Recuerdo que, antes de que el chavismo emprendiera la perestroika bananera y el “empresario patriota” reemplazara al guerrillero marxista como tótem oficialista, había un mural en Caracas con una cita de Salvador Allende. Si mal no recuerdo, específicamente en uno de los barrios de la temida Cota 905. Era visible desde la autopista, cerca del Distribuidor La Araña. Las palabras rezaban: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. Hay algo de verdad en eso. La juventud, acaso orientada por la abundancia de energía inherente a la edad y por inquietudes sobre cómo vivir en un mundo que ella no moldeó, tiende hacia la irreverencia, el cambio social, el irrespeto a la autoridad y la inconformidad con el statu quo.
El problema del aforismo de Allende y su posterior uso por la izquierda es la pretensión de que la rebeldía juvenil se circunscriba al ideario socialista radical. La pretensión de que un fenómeno que se repite generación tras generación se adhiera a la tontería hegeliano-marxista del “fin de la historia”. Así, la juventud solo es naturalmente revolucionaria en tanto base de apoyo para una revolución que llevará a la humanidad a la utopía igualitaria del comunismo, después de lo cual debería no haber nada contra lo que rebelarse porque todos seremos felices para siempre. Arendt, una pensadora mucho más ajena a los dogmas ideológicos, nos presenta un problema para el postulado sobre el joven revolucionario: que todo revolucionario se vuelve reaccionario tan pronto como toma el poder. La doctrina oficial del nuevo gobierno (en este caso un “fin comunista de la historia” que nunca llega) termina siendo la justificación para un orden autoritario que garantice la permanencia en el poder y los privilegios que la nueva élite se va formando.
¿Qué pasa entonces con la juventud irreverente? Pues que inevitablemente se vuelve un factor importante en la oposición. Sobre todo si pasan los años y las condiciones de vida de las masas se deterioran. Los jóvenes se sienten especialmente alienados porque ven menos posibilidades que sus padres y abuelos para vivir con un mínimo de seguridad económica y social. Están a la vanguardia de protestas de calle. Algunos ingresan a partidos políticos opositores.
«Tales gobiernos necesitan quebrar la voluntad de los jóvenes que hoy se les oponen, para lo cual no escatiman en crueldad, con el objetivo de que no vuelvan a oponérseles más adelante»
Todo esto seguramente sonará familiar al lector. En sus mejores momentos, Voluntad Popular atrajo a una gran cantidad de jóvenes a sus filas por, entre otras razones, perfilarse como organización que exigía cambios profundos e inmediatos en Venezuela. Años después sufrió una hemorragia de militantes jóvenes, a todas luces debido a desacuerdos con la dirección personalista de Leopoldo López, lo cual por cierto reafirma el punto sobre el descontento de la juventud en todo entorno donde un liderazgo varias generaciones mayor pasa demasiado tiempo enquistado y de paso sin cumplir objetivos.
Primero Justicia, partido que ha rotado entre la “moderación” opositora y el “radicalismo”, también tuvo éxito captando a muchachos menores de 30 años. Vente Venezuela siempre estuvo entre las voces más altisonantes de la oposición, pero quizá por su relativa debilidad pretérita, no logró lo que VP y PJ. Ahora que María Corina Machado es la líder de facto de la oposición, es sin embargo difícil que su partido se gane una oleada de nuevos rostros, por las razones que discutiremos a continuación.
Por otro lado, ¿dónde han estado las jóvenes promesas de Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y otros partidos que se han limitado a la oposición “moderada”? Ni hablar de los partidos de la oposición de mentira. En ninguno de ellos se ha visto un roster como el que tuvieron PJ y VP, cuyo cenit de exposición llegó con la Asamblea Nacional electa en 2015, en la que muchos de los militantes jóvenes fueron diputados: Juan Requesens, Carlos Paparoni, Gaby Arellano, Miguel Pizarro, Elimar Díaz, Marialbert Barrios, Freddy Guevara, José Manuel Olivares, Juan Guaidó, etc. Veamos qué ha sido de ellos. Varios pasaron por la cárcel o están en el exilio para evitar la cárcel, lo cual me lleva a la parte final de la respuesta a la pregunta que hice sobre la rebeldía de los jóvenes bajo gobiernos que llegan al poder gritando eslóganes revolucionarios y luego instauran un orden excluyente que buscan preservar a toda costa.
Los regímenes antidemocráticos persiguen a sus detractores en general, pero tienen razones especiales para ensañarse con adversarios jóvenes. En primer lugar, como ya dije, porque ese grupo etario suele ser menos conformista. Dicha tendencia se acentúa en países con calidad de vida muy baja. Una persona de más edad que disfrutó de su vida en tiempos mejores pudiera estar también inconforme, pero menos estimulada a actuar que quien no gozó la época previa.
En segundo lugar, porque los jóvenes por lo general cuentan con más energía y resistencia física. Hacer oposición a gobiernos inescrupulosos es una actividad físicamente desgastante. Incluso cuando las manifestaciones son totalmente cívicas y pacíficas. El cuerpo mismo del detractor es objeto de castigos, mediante la represión de protestas de calle. Y ni hablar de los que caen presos y son sometidos a torturas. Decía Foucault que el paso de la tortura al mero confinamiento como forma de sanción por parte de los Estados fue un giro no motivado por consideraciones humanitarias, pero sí de mayor eficiencia en términos de control en sociedades industriales y que tendían cada vez más hacia el liberalismo político. Lo que ha pasado en Venezuela en los últimos 25 años es una regresión en todos los sentidos, incluyendo las formas de castigar.
Por último, los jóvenes son el grupo etario con más vida por delante. Sonará a perogrullada, pero ese factor lo tienen en cuenta los gobiernos autoritarios a la hora de elegir a quiénes dedicarán sus esfuerzos represivos. Simplemente, quienes hoy son jóvenes pueden ser una fuente de oposición inquietante por más años. De manera que tales gobiernos necesitan quebrar la voluntad de los jóvenes que hoy se les oponen, para lo cual no escatiman en crueldad, con el objetivo de que no vuelvan a oponérseles más adelante.
El caso de Juan Requesens es en tal sentido escalofriantemente esclarecedor. Como dirigente estudiantil primero y como diputado después, se volvió una de las estrellas en ascenso de la oposición. Era una presencia fija en las protestas. En una de ellas, los agentes represores le dejaron una herida profunda en la cara. No fue suficiente. Pero una temporada en El Helicoide, con evidentes maltratos, sí. Requesens hoy está en libertad, pero es una persona públicamente muy distinta a la que fue hasta 2018, cuando comenzó su largo calvario. Está prácticamente retirado de la política. Tal como el gobierno quiere. No digo esto, por supuesto, para juzgar al otrora dirigente opositor, lo cual sería miserable. Pero así es la dura realidad.
La élite gobernante no tiene que perseguir a todos los jóvenes que albergan en sí mismos pensamientos opositores. Solo tiene que hacerlo con unos cuantos, selectivamente, para enviar un mensaje que paralice de miedo al resto y evitar que pase del pensamiento a la acción. Entre más actividad opositora haya, mayor necesidad de represalias así.
Jóvenes no faltan en la última oleada de persecución política, reacción a la campaña de Edmundo González Urrutia y María Corina Machado. Fíjense en Gabriel González, parte del equipo de prensa de Vente. O en Jeancarlos Rivas, responsable juvenil de VP en la parroquia Maiquetía. Solo tiene 19 años. A ambos les imputaron “incitación al odio” y “asociación para delinquir”. Como de costumbre, el proceso estuvo plagado de vicios, empezando por la negación arbitraria de su derecho a contratar defensa privada y la imposición de una “defensa” pública que hace de todo menos defender.
Volvamos a la frase de Allende. No sé qué implicaciones prácticas tenía para el malhadado presidente chileno. Pero es evidente que la elite gobernante venezolana la ha llevado hasta las consecuencias más extremas. Para ella, la figura del joven “no revolucionario” (y acá debemos traducir rigurosamente de neolengua oficialista al castellano, por lo que “revolucionario” es en realidad “defensor de los intereses de dicha élite”) no es solo una contradicción semántica. Es una aberración. Algo que no debería existir. El poder y los privilegios de la jerarquía chavista son a sus propios ojos el equivalente a un mandato divino, como en el ancien régime. Nadie los puede cuestionar. Sobre todo los jóvenes están obligados a someterse a ese orden anciano y anacrónico.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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