Se cumple un año de la elección primaria de la oposición, un suceso que, quizá como nadie imaginara cuando arrancó, fue capaz de cambiar la política venezolana como ninguno de los que le antecedieron en las décadas anteriores. Desde el ascenso del chavismo no se vio una respuesta tan sólida y elocuente ante los esfuerzos fallidos de levantar cabeza frente a la opresión. Ningún intento de la oposición condujo a una reacción sí de enfática frente a la continuidad de una dictadura que parecía firme en sus propósitos y en los cálculos de su permanencia. Reverenciamos aquí, por consiguiente, la aparición de la primera reacción seria de la sociedad frente a los desmanes de un despotismo que dominaba sin rival en la cúpula, es decir, referimos con respeto una hazaña de naturaleza política que no se vislumbraba en el programa de la cotidianidad, pero que fue capaz de provocar mudanzas insólitas en torno a los juegos del poder hasta conducir a evidencias indiscutibles de victoria que solo acariciaba la sinrazón de unos ilusos.
Basta recordar la debilidad o el descrédito de los partidos políticos en la víspera de la elección primaria para llegar a una primera conclusión de trascendencia. Nadie apostaba una locha por la posibilidad de que tuvieran la ocasión de reanimar sus banderas y de incrementar su militancia. Al contrario, ánimas en pena como consecuencia de sus errores y de sus ausencias, nadie le veía obstáculos al sendero que los llevaba al limbo de los ineptos o al cementerio de los inconsecuentes. No parece posible que alguien con los sentidos funcionando pudiera llamar la atención sobre la brillantez de alguno de esos líderes que tuvieron clientela antaño, pero que experimentaban la soledad de sus malos pasos antes de les cayera del cielo el salvavidas unitario. De allí que la dictadura, aunque a regañadientes, terminara por permitir lo que parecía un simulacro de batalla entre convalecientes, una pugna banal de tullidos. De allí que un partido como AD y un dirigente como Henrique Capriles se metieran con entusiasmo en el barco. Se les ofrecía un oxígeno inesperado, o inmerecido, como para estrenarse sin vacilación en una aventura que les podía prolongar la vida. O para salir con las tablas en la cabeza, como finalmente sucedió.
Porque la primaria ofreció una segunda lección, debido a la cual se clausuraba la entrada de la vitamina a los anémicos de ayer, a los desacertados del pasado reciente. No solo era una oferta sinuosa o atractiva de rehabilitación para los veteranos de guerras perdidas, sino también una ocasión dorada, un cómodo portón sin llaves para que otros los sacaran del juego en un evento vistoso y multitudinario, es decir, en una delicada defenestración que todo el país presenció y sobre la cual no pudo quedar duda. Así como fue el primer capítulo de una épica prometedora, la primaria puede verse también como un entierro planificado con destreza de orfebre, como un cobro de factura en medio del calor popular para que se iniciara una ruta que partía de un barrido descomunal debido al cual llegaba el turno de una nueva dirigencia y de un modo distinto de hacer política. Si no estamos ante una operación de profundidad, ante una brillante faena de limpieza como pocas a través de nuestra historia, tendrán que devanarse los sesos aquellos que afirmen lo contrario.
Y así llegamos a la elevación de María Corina Machado, porque la operación la tuvo como cabeza indiscutible. No solo para crear el equipo de reemplazo para los contrincantes derrotados sino también para conducir la nave hasta un triunfo electoral sin precedentes con un candidato que solo conocíamos cuatro gatos. Por eso los rivales de la misma peregrinación que le han salido en el camino, o que ella se ha ganado en buena lid, se empeñan en sacarla del juego con más pena que gloria, entre vacilaciones y medias lenguas, mientras la dictadura no encuentra cómo sacársela de encima. Estamos ante el resultado esencial de la primaria: la creación de un liderazgo que liquida a los rivales sin que se les vea la sangre, y que está provista de una maña espontánea y oportuna contra la cual no saben cómo moverse sin meter la pata los controladores del poder.
Me parece que así se aprecia mejor la trascendencia de la primaria, sin llenar la página con un discurso superfluo. Se lo dejamos a los derrotados y a los voceros de la dictadura.
La entrada La primaria, el principio del fin se publicó primero en La Gran Aldea.
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