El régimen chavista, en su perpetua lucha por mantener el poder, se apoya en dos herramientas fundamentales: la fuerza bruta, que busca quebrarnos físicamente y el terror psicológico, que busca quebrarnos mentalmente. Desde el pasado 28 de julio hemos visto una demostración palpable de la primera, con la represión violenta y sistemática ejercida por los grupos de tarea. Pero es la segunda arma la que merece un análisis más profundo, pues opera a un nivel más insidioso, directamente desde la biopolítica.
El terror psicológico se despliega a través de diversas tácticas, entre las que destacan los videos editados que circulan en las redes sociales y medios oficiales, elaborados por organismos como la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) y el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN). Pero, también, usan la narrativa que busca vender que «ya no se puede hacer nada» pues ellos tienen un poder inquebrantable.
Este discurso no es nuevo ni exclusivo de nuestra caribeña realidad, pero en el caso venezolano, se amplifica mediante la colaboración de propagandistas que se autodenominan «analistas», «encuestadores», «académicos», «empresarios», «periodistas» o todo eso a la vez (ustedes saben, cuando se trata de adular y servir al poder, hay quienes se vuelven multitasking). Estas figuras han desempeñado un rol crucial en la construcción de una realidad paralela que favorece los intereses de la élite chavista. Como ha señalado la historiadora Anne Applebaum, la mentira no solo desinforma; es también un instrumento clave para desmoralizar a la población. En un contexto donde las mentiras y las verdades se entrelazan, la capacidad de discernimiento del público se ve erosionada, fomentando un estado de confusión y apatía que paraliza la acción colectiva.
Estos propagandistas no actúan por convicción ideológica, sino como parte de lo que Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith han denominado «la coalición ganadora». Esta coalición es un pequeño grupo que se beneficia económicamente del sufrimiento del pueblo venezolano, y que tiene como misión mantener el statu quo. Por ello, sus “análisis” omiten sistemáticamente temas como la violación masiva de derechos humanos, el fraude electoral, la corrupción desenfrenada o la persecución política. En cambio, se enfocan en temas como las sanciones internacionales y a sembrar la creencia de que Nicolás Maduro es un ser invencible con el cual es mejor llevarnos bien para estar menos mal.
Sin embargo, la sociedad venezolana ha demostrado ser más resiliente de lo que estos propagandistas esperaban. Las narrativas que pretenden imponer ya no calan en una población que ha manifestado un deseo irreversible de cambio. Esto se evidencia en el fracaso de intentos recientes por imponer discursos como «Venezuela se arregló», «la gente no habla de política», «la Primaria no serviría», «había un empate técnico» o que «la organización para defender el voto no era buena». Estos intentos de manipulación no solo han fallado, sino que han sido rechazados de manera contundente por la ciudadanía. Los propagandistas del régimen, otrora poderosos en la construcción de la opinión pública, se han convertido en figuras ridiculizadas, bufones con tarima pero sin público. Tienen el aparato de propaganda para ellos pero no lectores que les crean.
Es también por ello que el régimen chavista ha comenzado a criminalizar cualquier uso de redes sociales, intentando silenciar a quienes utilizan estas plataformas para exponer la verdad y organizar la resistencia. Esta movida evidencia dos cosas fundamentales: primero, que han perdido por completo la hegemonía comunicacional y que solo usando redes sociales y WhatsApp la oposición ha vencido la narrativa de la tiranía; y segundo, que al no tolerar que su discurso sea desafiado en tiempo real y de manera masiva, buscan imponer un control absoluto sobre la información, al más puro estilo del totalitarismo soviético, con el manual de Andréi Aleksándrovich Zhdánov pero actualizado a los tiempos de redes sociales.
Sin embargo, este esfuerzo por silenciar las redes sociales (al igual que aplicaciones de mensajerías) es también una confirmación de que la oposición ha encontrado un canal de comunicación efectivo que ellos no han podido controlar. Tanto así que se pelean hasta con Tik Tok… sí, el de los amigos chinos.
Sepan, venezolanos y venezolanas, que la reactivación de estos propagandistas, tras el silencio que siguió al 28 de julio, y las reiteradas amenazas contra redes sociales y sus usuarios tiene como principal objetivo desmoralizarnos. Y ello es una muestra clara de que saben que no han podido paralizar ni nuestras mentes ni nuestros deseos de libertad.
Así que, cuando usted vea al señor de Datanálisis o a esa banda de mediocres mercaderes escribiendo desesperadamente, tómelo como una pequeña victoria contra la barbarie y sus aliados. Al final, ellos no la ven, ni la quieren ver. Pero nosotros estamos más claros que nunca. Más convencidos que nunca. Y más decididos que nunca.
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