A pesar de lo negativo del balance de nuestra historia actual, es innegable reconocer que merodeamos, nos acercamos, a la oportunidad más grande de trascender como sociedad a un plano distinto y quizás superior, aunque aún esta premonición sea una imagen borrosa. Se trata de asumir que por primera vez podemos partir de la capacidad y posibilidad de identificar perfectamente “lo que no debemos hacer”.
Hoy sabemos que el ataque a la propiedad privada y el “exprópiese” fue la peor y más destructiva política económica que experimentamos. Igualmente, que la toma del Tribunal Supremo de Justicia fue un golpe nocturno que significó el fin del estado de derecho.
Hemos acumulado la experiencia para valorar “la bolsa Clap” sabiendo que no es -ni de lejos- una política social que asegure el bienestar de las mayorías, al contrario, es una operación cargada de violencia hacia los productores y los beneficiarios. Una medida coercitiva engañosa que crea discordia y no resuelve el problema económico de familias que sobreviven con un salario mínimo de 3.6 dólares al mes, el más bajo de toda Latinoamérica. Mientras que países como Guatemala, México, Chile, Uruguay y Costa Rica gozan de sueldos mínimos superiores a los 400 dólares mensuales, 308 dólares más que el de un trabajador venezolano.
También hemos experimentado el impacto de la destrucción de los principales medios de comunicación, especialmente “El Nacional”, el pase a otras manos de “El Universal”, la desaparición de más de 300 emisoras de radio y de 60 periódicos. Hemos vivido un vertiginoso proceso de estatización de nuestro mundo, el arrebato de la libertad, emponzoñamiento de la posibilidad de elegir al practicar absurdas políticas de inhabilitación contra ciudadanos por parte de un organismo cuya única y legítima tarea es propiciar elecciones libres. Ante nuestros ojos se exhibe el enriquecimiento de sectores allegados al gobierno y la impunidad del asalto a las arcas públicas por la nueva clase de nuevos ricos.
Este desfile de acontecimientos ha presidido nuestra vida reciente y hoy tenemos los resultados. Imposible negar o desconocer lo que ha ocurrido.
Paradójicamente este trozo de nuestra historia nos ha obligado o conminado a aprender, entender lo que significa ser ciudadanos e intuir el alcance de lo que constituye ser individuos responsables.
Las respuestas parecen obvias, las instituciones que fundan derechos han sido minadas por el proceso de estatización y colonización ideológica, la separación de poderes ha sido destruida. La respuesta clara y contundente ante esta situación debería ser abocarnos a reinstitucionalizar el país, acordar nuevas y claras reglas de juego que nos permitan avanzar hacia la democracia, la libertad y la paz.
Evidentemente, tenemos que comenzar por el rescate de las posibilidades de crecer, generar riqueza de forma sana y transparente. Las políticas macroeconómicas, cambiarias, monetaria y fiscal deben ser claras y explícitas en su contenido, con la potencia necesaria para incorporarnos al mundo de las libertades económicas, frenando la intervención estatal. La supraintervención estatal, con su hemorragia de prohibiciones, ha encogido la economía a una quinta parte de lo que fue. Ya no caben mentiras ni excusas ideológicas.
Si el estado de derecho es la armadura ósea de la sociedad, indudablemente tenemos que construirlo en representación de un país de individuos libres e iguales ante la ley. El estado de derecho es el bastión de las defensas de las democracias, insustituible, irreemplazable, con cero caducidad.
Nadie puede dudar que el futuro está conectado directamente con la importancia de la educación. En estos predios el proceso destructivo ha sido profundo y extendido. La escuela básica – media, la educación técnica y las universidades, tienen el mismo estatus de Pedro Páramo, están casi muertos, vagan en su cementerio. La política educativa para la juventud del régimen es “La Chamba Juvenil”, apartar a la juventud de las aulas.
Las consignas para emprender la reconstrucción están ahí, son claras. No hay que esperar enjundiosos “planes país” para reconstruir. Comenzar por reubicar al Estado como institución al servicio del ciudadano, allanando caminos, promoviendo y potenciando las capacidades del mundo civil para crecer y prosperar.
Una condición ineludible para avanzar es reconstruir el estado de derecho, única defensa contra los atropellos dictatoriales. Sin jueces, tribunales, garantía de la igualdad de los ciudadanos y sin leyes justas, no vamos para ninguna parte.
La economía tiene que rehacerse, desestatizarse, anular el acoso del gobierno que pretende extraerle la sangre a los emprendedores, en lugar de incentivarlos y promoverlos.
Los generadores de riqueza tienen que poder decidir sobre la suerte de sus emprendimientos, el acoso institucional de los organismos públicos tiene que extinguirse. En lugar de promover empresas, clausuran, multan, crean trabas.
Las instituciones públicas que no aportan ningún beneficio económico, ni están al servicio del ciudadano deben desparecer. Crear una empresa en Venezuela puede tardar más de 60 días, infinidad de pasos, cada uno con coima incluida. En Estados Unidos es un proceso que se realiza en 48 horas.
La sociedad necesita nuevas empresas, basta de las maniobras de “vampirizar” a quienes pretenden emprender y crear riqueza. Crear empresas es dignificar el trabajo, el esfuerzo y la creatividad de la ciudadanía.
La educación o formación de los ciudadanos, los emprendedores, los generadores de riqueza hay que sacarla del abismo donde está hundida. Los maestros requieren ser dignificados en todos los planos, en su modus vivendi y en su categoría como formadores de las nuevas generaciones.
En este campo es importante reconocer los saltos cuánticos que realizan algunas sociedades al categorizar la educación como un compendio de potencialidades humanas en todos los terrenos. Al abrir las posibilidades de lograr el óptimo desarrollo de potencialidades físicas, transitar por el camino de la búsqueda del conocimiento, conectar con los asombrosos logros en el plano científico y tecnológico.
Hoy, más que fijar información en la mente de los educandos, se trata de buscar el camino para aprender, sumergirse en las nuevas fronteras que comienzan a expandirse en todo el universo.
Es imprescindible reconocer que algo nuevo está ocurriendo en el campo educacional, las sociedades buscan los senderos para encontrar, además del conocimiento científico, la paz, la libertad y la felicidad. Comienzan las grandes universidades del mundo a explorar en estos terrenos intangibles, donde el individuo es más que un ente que calcula, mide, objetiviza, emerge desde su integralidad de ser humano con todas las cualidades únicas que posee.
Al lado de las posibilidades de estar sanos, del crecimiento biológico óptimo, del logro de almacenar dentro de sí capacidades de descifrar, crear soluciones a desafíos racionales; por primera vez algunos países abren las puertas para el desarrollo espiritual, dominar la violencia utilizando las fuerzas de la autorregulación emocional como uno de los componentes más importantes del desarrollo humano.
En la universidades americanas, europeas y en la India, se abren los espacios para la investigación sobre cómo el ser humano además de ser fuerte físicamente y poderoso racionalmente puede convertirse en una expresión de los valores definitorios de los que representa el ser humano, en los términos heideggerianos: “Ser una posibilidad de ser”.
Podemos aprender el respeto, la responsabilidad, la tolerancia, la resiliencia, la empatía, el optimismo, superar el fracaso, como cualidades esenciales que acompañen los logros en materia económica, tecnológica y científica.
Esta visión optimista de un posible futuro se respalda con la muestra de desobediencia civil que exhibió el pueblo venezolano en los dos últimos eventos electorales, 22 de octubre y 3 de diciembre, cuando actuó según su conciencia, expresando su verdadero sentir.
Es urgente desechar lo que destruye, conocemos su mezcla mortífera, un requisito para poder entrar en todos los campos donde están los grandes retos humanísticos y éticos que tendremos oportunidad de abordar en tiempo muy cercanos.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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