La «casta» del chavismo – La Gran Aldea

Que el chavismo nunca ha escatimado en insultos para satanizar y deslegitimar a sus adversarios es un hecho que no merece discusión. Últimamente, al parecer en un intento a estas alturas gracioso por mantener su imagen revolucionaria y de izquierda radical, sus capitostes enfocaron el vituperio en una lucha de clases que solo existe en la propaganda oficial. A la dirigencia opositora la llaman “casta maldita” (raro émulo, a propósito, del discurso del presidente argentino Javier Milei,ni más ni menos) compuesta por “los hijos de los apellidos”, como si de una rancia aristocracia en proceso de desmontaje se tratara. 

Una fijación bien llamativa en la prosapia de los líderes opositores, habida cuenta de que es el chavismo el que acaba de cumplir 25 años gobernando Venezuela, cronología que se refleja en la influencia de otros apellidos. ¿No son acaso los hermanos Rodríguez dos de las personas más poderosas en el país? ¿No es evidente que Nicolás Maduro Guerra, hijo del Presidente, ha tenido un ascenso notable en la política que a duras penas puede abstraerse de su posición familiar? ¿No hay una insólita red de negocios en el entorno de los hijos de Cilia Flores?

“Élite gobernante” es una de mis expresiones predilectas para referirme a quienes mandan en Venezuela. No solo porque es académicamente válida en ciencia política, sino porque un grupo selecto de chavistas es una élite en muchos más aspectos. De hecho, el chavismo hace mucho que completó lo que Vilfredo Pareto llamó “circulación de élites”. Como su nombre lo indica, este fenómeno consiste en el desplazamiento de una élite por otra. Es así como, según el sociólogo italiano, se dan realmente las revoluciones, con poco protagonismo de las masas. La historia venezolana ha sido testigo de varias circulaciones así, empezando por la guerra de independencia misma. De la “oligarquía goda” al “monagato” y luego al “liberalismo amarillo”, de este último a la hegemonía andina y luego al “puntofijismo”. El chavismo lo que hizo fue apartar a las élites puntofijistas. Y no solo sensu stricto en lo político. También en lo económico, en lo cultural, etc.

Pero, claro, aunque las masas no sean determinantes en la ejecución de una circulación de élites, eso no significa que toda circulación de élites tenga las mismas repercusiones para las masas. Los diferentes resultados dependerán de cuán inclusivas o extractivas sean las instituciones que la nueva élite produzca, por volver a usar la terminología de los economistas Daron Acemoglu y James Robinson referida en la última emisión de esta columna. Sin duda, y a pesar de sus muchos defectos, la circulación de élites más inclusiva en la historia nacional ha sido la del Pacto de Puntofijo. No en balde esos 40 años de democracia, sobre todo en su primera etapa, marcaron la cumbre de nuestro desarrollo cívico como nación, con índices de calidad de vida sin precedentes.

Todo lo contrario fue la siguiente circulación, que nos trajo la élite actual. Generó unas instituciones radicalmente extractivas y excluyentes, al punto de que tiene todo el sentido hablar de una oligarquía. Eso explica la demolición de la democracia venezolana, para que la voluntad mayoritaria de la ciudadanía se vuelva irrelevante y todas las decisiones importantes recaigan en la élite chavista, sin que ella tenga que rendir cuentas a nadie. Mediante la administración nada transparente de los ingresos generados por la exportación de recursos naturales monopolizados por el Estado, ellos son los principales y casi únicos beneficiarios de la riqueza nacional. De ahí el surgimiento veloz de fortunas obscenas para unos pocos individuos al calor de negocios con el Estado, mientras el grueso de la población se hundía en la miseria.

Como dije, la circulación de élites ocurre en distintos frentes, incluyendo uno económico. Surgen así nuevos grupos empresariales que gozan de buenas relaciones con el poder. En Venezuela tenemos un término informal y peyorativo para esas personas, que alude metafóricamente a mecanismos de transmisión de corriente eléctrica. Pero sirva este punto para abordar otra cuestión interesante del proceso que nos compete. Y es que a veces, para no «bajar de nivel», parte de la vieja élite se fusiona con la nueva. Hacen negocios. Sus hijos se casan entre ellos. Y así. Es una relación simbiótica porque los asimilados quedan protegidos por los nuevos poderosos. Estos últimos, por su parte, obtienen, digamos, «caché» (legitimación de prestigio, acceso a los ritos elitistas y lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu llamó «capital cultural»).

En la presente fase del gobierno chavista, en el que gremios empresariales que se desarrollaron durante la democracia puntofijista y que ahora recurrentemente avalan las posturas del gobierno, como Fedecámaras y Conindustria, no es nada descabellado sospechar que su objetivo sea la asimilación. Nada personal, solo negocios. Lástima que esta síntesis solo aumentaría de forma insignificante las filas de los receptores de la riqueza del país. Por fuera seguirá el resto.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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