Harrison versus Cleveland en la Gilded Age

1888, Washington DC. Cuando culmina la Reconstruction Era, los partidos políticos parecen dejar atrás sus diferencias sobre la situación de la población negra y coinciden cada vez más en que la discusión política, tanto federal como local, debe darse en torno a un solo eje: la conversión de la nación en una potencia mundial, o lo que varios historiadores como Samuel Eliot Morison, Henry Steele Commager y William E. Leuchtenburg, denominaron como el ascenso de los Estados Unidos industriales. La revolución económica que se desarrolla desde el final de la guerra civil hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial no solo iguala en solidez a la república con las denostadas monarquías de Europa, sino también concentra el poder en manos de grandes señores del hierro y del acero.

Este acuerdo implícito, aunque de alguna manera estampado en el Compromiso de 1877, tenía un fin claro: evitar cualquier otro conflicto interno que pudiera poner en peligro a la unión y al poder federal. De manera que, mientras se impulsaba el crecimiento económico de una futura potencia mundial, no eran pocos los problemas sociales que se ignoraban y se dejaban de lado. De ahí a que el escritor Mark Twain primero, y luego la historiografía hecha en las primeras décadas del siglo XX, califique a esta época como la Gilded Age, o lo que en español sería como la edad chapada en oro, es decir: una época en la que el desarrollo industrial era solo una delgada capa dorada que cubría la cruda realidad de los americanos y extranjeros, caracterizada por la desigualdad social.

Sobre esto, comentan los historiadores Morison, Commager y Leuchtenburg en su obra Breve historia de los Estados Unidos: “Esta época fue memorable no por sus estadistas, como los primeros años de la república, ni por reformadores y hombres de letras, como la época intermedia, sino por los titanes de la industria. Los niños de escuela de hoy que tienen dificultades para recordar los nombres de algún presidente entre Grant y Theodore Roosevelt, identifican bastante fácilmente a John D. Rockefeller. Pocos novelistas de aquellos años empaparon su pluma en el escenario político, pero el mundo de los negocios fue retratado en novelas destacadas, desde The Gilded Age, de Mark Twain, y The Rise of Silas Lapham, de William Dean Howells, hasta The Titan de Theodore Dreiser y The Ivory Tower de Henry James”. 

En el marco de ese contexto, signado por los intereses económicos, en noviembre de 1888 se celebra la elección presidencial entre Benjamin Harrison, del partido republicano, y Grover Cleveland, el entonces presidente que aspiraba a la reelección desde el partido demócrata. Ambos, aunque no se esforzaron en una gran campaña como solían hacerse hasta ese momento, sí se enfocaron en dejar claras sus posturas en torno a los aranceles, dadas las tensiones que existían entre una sociedad consumista que exigía reducción de la política de tarifas (claramente, los que vivían bajo la chapa de oro que criticaba Twain) y los industriales y trabajadores de las fábricas que preferían aranceles altos. El mapa volvía a teñirse como en tiempos de la guerra: sur demócrata y norte republicano.

Harrison no era un desconocido dentro del mundo político, aparte de ser senador por el estado de Indiana, era nieto de William Henry Harrison, quien fue presidente del país durante un mes, de marzo a abril de 1841. Fiel creyente de la filosofía del norte, defendía los altos aranceles a favor de las fábricas y las industrias. Su adversario, Cleveland, viejo gobernador de Nueva York y el último de los presidentes demócratas del siglo XIX pensaba más en los consumidores y propuso una importante reducción de los aranceles, con lo que consiguió la mayoría en el voto popular (48,6% frente a 47,8) pero no el voto electoral (donde obtuvo 168 contra 233). Resultado que, como hemos visto en las entregas anteriores, le dio la victoria a Harrison e interrumpió su reelección inmediata. 

Hasta el presente, la reelección no consecutiva de Cleveland ha sido la primera en la historia de los Estados Unidos. No porque un presidente perdiera su intento en reelegirse, pues eso ya había ocurrido en otras oportunidades, sino porque en la siguiente elección, en la de 1892, Grover Cleveland volvería al poder derrotando al presidente Harrison con la mayoría del voto popular y electoral. Un hecho similar pudiéramos ver este año, si Donald Trump ganase en las elecciones pautadas para el 5 de noviembre de 2024, después de que su intento por reelegirse se viera frustrado por Joe Biden en 2020. Sin embargo, todavía falta para conocer al ganador y el viejo senador Cleveland sigue siendo el único en la historia electoral de su país en tener dos números presidenciales: 22 y 24.

Bibliografía mínima 

Boorstin, Daniel J., Compendio histórico de los Estados Unidos. México, Fondo de Cultura Económica, 1997.

Eliot Morison, Samuel, Steele Commager, Henry, Leuchtenburg, William E., Breve historia de los Estados Unidos. México, 2013.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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