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Gerentes Municipales: La Clave para la Reconstrucción de Venezuela

Por Rodrigo Diamanti – Activista y defensor de los derechos humanos. Fundador de Un Mundo Sin Mordaza.

La reconstrucción de Venezuela no se jugará en Miraflores, sino en cada municipio. La nueva democracia no será sólida si las alcaldías siguen siendo feudos personales donde el entusiasmo sustituye a la gestión. Es hora de reinventar la forma de gobernar nuestras ciudades y reconocer que hay dos talentos distintos, pero complementarios, en el servicio público: el político que inspira y el gerente que logra que las cosas funcionen.

Elegimos a los alcaldes porque confiamos en ellos, porque nos representan, porque saben conectar con la gente. Pero las habilidades que hacen ganar una elección no siempre son las mismas que se necesitan para administrar presupuestos, liderar equipos o ejecutar obras con eficacia. Por eso, el nuevo modelo municipal debería incorporar una figura que complemente, sin competir, con el alcalde: el City Manager, o Gerente Municipal Profesional.

El alcalde será la voz del pueblo; el City Manager, su mano experta. Uno representa el mandato ciudadano; el otro, la eficacia institucional. Pero lo esencial es que sean elegidos por mecanismos distintos. El alcalde llega por voto directo; el City Manager, por concurso público de mérito, evaluado por un comité plural integrado por el consejo municipal, universidades, gremios y sociedad civil. Mientras el voto garantiza legitimidad política, el mérito asegura competencia técnica. Cuando ambas fuerzas conviven, la democracia gana método y las ciudades comienzan a funsionar.

El talento como nueva política
En el mundo privado, las empresas compiten por los mejores gerentes: el CEO que lideró Coca-Cola puede pasar a Visa, y el de Visa a American Airlines. En el deporte ocurre lo mismo: los clubes fichen a los jugadores más brillantes sin importar su nacionalidad. El futuro de la gestión pública seguirá esa lógica. El City Manager de Tokio podría dirigir Caracas durante una década, aportar su experiencia en transporte o planificación, y después continuar su carrera en Nueva York o Madrid. Las ciudades competirán no por subsidios, sino por talento. La política representará al ciudadano; la gerencia garantizará resultados.

Para atraer a esos talentos, no hay que temer ofrecer sueldos internacionales. Si una alcaldía maneja 200 millones de dólares al año, pagar 300.000 o 400.000 por un gerente de clase mundial representa menos del 0,2 % del presupuesto. Si ese gerente evita un despilfarro del 5 %, la ciudad ahorra diez millones. Un buen gerente no es un gasto: es una inversión que se amortiza en meses. Así como un equipo ficha a su estrella o una empresa a su CEO, las alcaldías del futuro deberán competir por los mejores gerentes. Porque el talento que multiplica resultados también construlle país.

Y no debemos temer que un City Manager gane más que el alcalde. Son naturalezas distintas: el alcalde sirve por vocación y amor a su comunidad; el gerente lo hace por esxcelencia profesional. Uno actúa por voto y cercanía; el otro, por contrato y competencia. Ambos son necesarios. El primero inspira confianza; el segundo la convierte en resultados.

Flexibilidad, continuidad y aprendizaje
Una de las mayores ventajas del modelo es su flexibilidad. Un alcalde no puede ser despedido a los seis meses, pero un City Manager sí. Si no cumple sus metas, puede ser reemplazado sin crisis política. Así, el sistema aprende y se corrige. El voto da estabilidad; los resultados dan permanencia. Cuando ambos se cumplen, la ciudad prospera sin trauma.

Y si el City Manager es bueno, puede permanecer más allá del cambio de alcalde. Como un diplomático o un juez de carrera, su continuidad depende del mérito, no de la ideología. Esa estabilidad técnica evita que cada administración empiece desde cero, ahorra millones y garantiza la ejecución de políticas que necesitan más de un período para consolidarse. El progreso deja de ser rehén del color político: un nuevo gobierno podrá cambiar prioridades, pero no destruir lo que ya funciona. El City Manager será la memoria institucional de la ciudad, el hilo que conecta gobiernos distintos con un mismo propósito nacional.

Un modelo probado en el mundo
Este no es un experimento teórico, sino un modelo probado. Surgió en Estados Unidos a comienzos del siglo XX, cuando Staunton y Dayton profesionalizaron su gestión para combatir la corrupción y reconstruirse tras desastres naturales. Hoy más de 3.500 ciudades —entre ellas Phoenix, Charlotte y San Antonio— funcionan con este sistema, combinando liderazgo político y gerencia profesional.

El Reino Unido adoptó una versión similar con sus Chief Executives municipales; Chile introdujo al Administrador Municipal desde 1988; Uruguay aplicó estructuras técnicas en sus intendencias; y Singapur llevó el principio aún más lejos: un Estado entero fundado en mérito, continuidad y resultados.

En todas partes, la ecuación es la misma: cuando la política marca el rumbo y la técnica garantiza el paso, las ciudades funcionan mejor.

La escuela del mérito
Para consolidar esta visión, Venezuela debería crear una Escuela Nacional de Gerencia Pública (ENGP) —una alianza entre Estado, universidades y sector privado— inspirada en la École Nationale d’Administration de Francia y el Civil Service College de Singapur.

Su lema: “Servir con ciencia, ejecutar con conciencia.”

Esa escuela formará a gerentes venezolanos dentro del país, a profesionales de la diáspora que quieran regresar y a expertos extranjeros dispuestos a compartir su experiencia. Cada City Manager, sin importar su origen, firmará un contrato de mentoría: por cada año de gestión, formará a dos aprendices venezolanos. En una década, el país podría tener cientos de gerentes formados en casa, con estándares globales y alma nacional. La eficiencia se volvería escuela; el Estado, un organismo que aprende.

Los egresados de esa escuela podrán hacer carrera dentro del país. Un joven formado en Caracas o Valencia podría comenzar su camino en un municipio pequeño, aplicar lo aprendido de sus mentores y, al demostrar resultados, ascender a ciudades más grandes. Cada municipio será una escuela; cada gestión, un peldaño en la carrera del mérito. Así nacerá una generación de gerentes públicos que conocerán el país desde sus raíces y lo administrarán con orgullo, eficiencia y amor.

Del municipio al Estado
La misma lógica puede aplicarse al resto del aparato público.

En las gobernaciones, un gobernador electo podría compartir la gestión con un Director Ejecutivo Regional seleccionado por mérito; en los ministerios, los viceministros podrían convertirse en gerentes públicos profesionales con metas medibles; y, algún día, incluso la Presidencia podría contar con un Director Ejecutivo Nacional que garantice que cada política se ejecute con continuidad y eficacia.

El liderazgo político seguiría definiendo el rumbo; el liderazgo técnico aseguraría el cumplimiento.

Así, el país entero funcionaría bajo una misma cultura de mérito, transparencia y resultados.

Un Estado que aprende, en vez de improvisar; que mide, en lugar de prometer; que cumple, en lugar de culpar.

El Estado que funciona
Este modelo ofrece cuatro beneficios estructurales:

– Transparencia, porque alcalde y gerente se supervisan sin enfrentarse.

– Profesionalización, porque el conocimiento se siembra y se comparte.

– Confianza, porque los resultados trascienden gobiernos.

– Movilidad meritocrática, porque los jóvenes podrán crecer en una carrera pública basada en resultados, no en lealtades.

La política inspira; la gerencia respira. Una sin la otra se asfixia.
Después de décadas de improvisación, Venezuela debe entender que gobernar es una ciencia tanto como un arte. El voto elige la visión; el mérito ejecuta la misión; la evaluación constante mantiene el rumbo. El nuevo Estado premiará la constancia y corregirá el error. El mal gerente se irá rápido; el buen gerente permanecerá más allá de los gobiernos. El que empieza en un pueblo podrá algún día dirigir Caracas, y eso será visto no como un milagro, sino como mérito.

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