¿Fue Gustavo Cisneros realmente un empresario o, más bien, un lobbista de gran envergadura?, se pregunta Francisco Poleo.
Por FRANCISCO POLEO
Gustavo Cisneros era, ni más ni menos, el representante de los Rockefeller en esa Venezuela que fue la Arabia Saudí latinoamericana.
Gustavo Cisneros, fallecido este 29 de diciembre en Nueva York a los 78 años, es reconocido mundialmente por ser la cabeza del grupo empresarial más exitoso de Venezuela, con intereses en todo el mundo. Amasó una fortuna de varios miles de millones de dólares.
Pero ¿era realmente un empresario o, más bien, un lobbista de gran envergadura?
Cisneros aprovechó su infinito don de gentes y su olfato político para expandirse más allá de las fronteras venezolanas.
En los años 50, el partido socialdemócrata Acción Democrática (AD) contaba entre sus militantes a un empresario que había hecho su capital gracias a una flota de autobuses. Cubano de nacimiento, Diego Cisneros acudía todos los miércoles a la seccional de AD en la capital, asegurándose de llegar con su talonario de bonos del partido totalmente vendido para recaudar fondos.
En esa Venezuela controlada por la dictadura militar, se hace íntimo amigo de Rómulo Betancourt, fundador del partido y padre de la democracia venezolana que arrancaría unos años después, en 1958.
Ya con Betancourt en el poder, le es otorgada a Diego Cisneros la concesión de una televisión en señal abierta. Es el origen de Venevisión, el canal que se volvió la piedra angular de los negocios familiares. El maná desde donde brotó todo lo demás.
Hasta el sol de hoy, los Cisneros, famosos por comprar y vender empresas, mantienen la propiedad del canal.
Venezuela vivió unos turbulentos años 60, marcados por una joven democracia que hizo frente a la guerrilla comunista promovida desde La Habana, recién controlada por Fidel Castro.
Tras esa década, Venezuela entró en plenitud. La llegada al poder de Carlos Andrés Pérez significó la nacionalización del petróleo y la creación de Petróleos de Venezuela SA (PDVSA), la estatal que llegó a ser la tercera petrolera más grande del mundo.
El joven Gustavo rondaba entonces la treintena, pero ya llevaba un tiempo ayudando a su padre en los negocios. En esos años, gracias a la introducción del legendario banquero venezolano Pedro Tinoco, se convierte en el representante del Chase Manhattan en Venezuela.
Es decir, en el hombre de los Rockefeller.
Ese movimiento marcó su vida. No sólo por las relaciones y las líneas de financiamiento que se le abrieron en Estados Unidos, sino porque sustituyó en ese rol a los Vollmer. Esta familia, conservadora y oligárquica desde tiempos coloniales, representaba todo lo contrario a los socialdemócratas Cisneros.
Fue el origen de un conflicto que dio al traste con la operación que más cerca estuvo de desmontar al chavismo. Pero de eso hablaremos más adelante.
Volvamos a los 70. Venezuela despega impulsada por el auge petrolero. Es la meca de América Latina. El desarrollo se le sale por los poros. El partido mayoritario es Acción Democrática y el grupo empresarial consentido es la Organización Cisneros. Gustavo, ese espectacular cabildero, se volvió íntimo del presidente Pérez.
En ese entonces, uno de los principales soportes del PSOE que se enfrentaba al franquismo era Acción Democrática. La unión era tal que Felipe González regresó a España como polizón del avión presidencial venezolano en el que viajaba Pérez.
El olfato de Cisneros lo llevó a darse cuenta de que en España vendría un boom tras la caída de la dictadura militar, como estaba ocurriendo en Venezuela. Gracias al presidente Pérez conoce a González, con quien cultivó una amistad que les llevó a cerrar grandes negocios. Como la compra, en 1986, de las Galerías Preciados.
En esa operación, la Organización Cisneros aplicó la receta marca de la casa: el relacionista Gustavo conseguía el negocio, el grupo ponía el dinero y la gerencia para optimizarlo, y luego Gustavo conseguía a quién vender el negocio repotenciado.
Mientras tanto, Venezuela empezaba a entrar en barrena. En 1989, un estallido popular conocido como ‘el Caracazo’ se convirtió en la primera estocada al segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. En 1992, la misma administración sufre un golpe de Estado encabezada por el teniente coronel Hugo Chávez, que terminaría llegando al poder, por la vía democrática, en 1998.
La campaña electoral de Hugo Chávez prometía «freír las cabezas de los adecos». Por supuesto, esto fue aprovechado por el conservadurismo tradicional. Que, en buena parte, financió la campaña del militar golpista que llegó al poder prometiendo arrasar con todo.
Pero las bases de la democracia resistían los embates autoritarios. En 2002, el ánimo en Venezuela estaba en ebullición. Con los partidos políticos todavía tratando de rearmarse tras la debacle de 1998, las protestas eran lideradas por el gremio empresarial y la central sindical. Insólitamente, ambos bloques se habían unido.
Chávez todavía mantenía apoyo popular, sobre todo por el uso indiscriminado de la petrochequera del Estado. Sin embargo, había perdido a la clase media. Y a la alta, la que le financió la llegada al poder. Se habían dado cuenta de que al teniente coronel no lo iban a poder controlar.
Es aquí donde entra en acción Cisneros.
Cisneros fue el gran coordinador de un movimiento que puso a los poderes fácticos en contra de Chávez. Medios de comunicación. Empresarios. Sindicalistas. Militares. Y hasta poderosas figuras fundamentales del chavismo. El 11 de abril, una marcha es canalizada hacia el presidencial Palacio de Miraflores. Un millón de personas se manifestaban cuando pistoleros afectos al partido de gobierno les tirotearon.
Los militares, entonces, eran todavía mayoritariamente constitucionalistas. El ministro de la Defensa, Lucas Rincón, le pidió a Chávez la renuncia. El funcionario, en mensaje televisado, informó al país que el presidente había aceptado la renuncia.
La Constitución dicta que, en esos casos, asume el cargo el presidente de la Asamblea Nacional, cargo que ocupaba un entonces dócil e inexperto Diosdado Cabello, quien terminó juramentándose como presidente de la República luego de ser sacado de su escondite y aceptar llamar a elecciones en treinta días, como estaba establecido constitucionalmente.
Visto que la operación parecía legal desde el punto de vista constitucional, Estados Unidos la respaldó inmediatamente.
Mientras tanto, los principales líderes políticos, empresariales, militares y hasta religiosos del país estaban reunidos en la sede de Venevisión, en una enorme mesa en cuya punta estaba sentado Gustavo Cisneros.
Suena el teléfono de uno de los presentes (Rafael Poleo, dueño del periódico El Nuevo País y la revista Zeta) y le informan que el presidente de la central empresarial, Pedro Carmona Estanga, quien había abandonado esa misma reunión poco antes, estaba en la sede del ministerio de la Defensa formando gobierno.
Poleo informa a los presentes. Cisneros, ideólogo de toda la operación, se levanta de la mesa, dice «ya los jodieron» y se va.
Poco después, Carmona, rodeado de algunos militares, se autojuramenta presidente de Venezuela, aboliendo la Constitución con un decreto.
La central empresarial presidida por el individuo de marras, Fedecámaras, estaba controlada por la poderosa familia Vollmer, como lo sigue estando hoy en día.
La venganza por la representación de los Rockefeller había sido consumada.
El hecho es que el ‘carmonazo’ no llegó a ningún lado. Como dijimos, la mayoría de los militares eran entonces, ante todo, constitucionalistas. En ese desorden, desapareció mágicamente la carta de renuncia firmada por Chávez, quien ahora decía que él nunca había abandonado voluntariamente el poder.
Ante eso, fue restituido en Miraflores dos días después, el 13 de abril.
Cisneros no perdió tiempo. Sabía que, tras esto, Chávez aprovecharía para profundizar rápidamente en su proyecto dictatorial, derribando definitivamente cualquier vestigio de institucionalidad democrática. En vez de unirse a las fuerzas que luchaban por la democracia, como hizo su padre en los 50, se puso una corbata roja, se presentó en Miraflores y llegó a un acuerdo de convivencia con Chávez.
Gustavo, a diferencia de Diego, tenía mucho que perder.
Venevisión se convirtió en un canal enfocado en el entretenimiento, insignificante políticamente, y los Cisneros se concentraron en sus negocios internacionales, radicándose entre Miami y Nueva York.
Los Vollmer, por su parte, siguen en Venezuela. Siguieron la fórmula de Cisneros y llegaron a su propio acuerdo con Chávez. De hecho, profundizaron en él con la llegada al poder de Maduro, siendo ahora uno de sus grandes aliados, controlando lo que queda de economía en el país.
Lucas Rincón, el ministro de la Defensa que informó al país de que Chávez había firmado la carta de renuncia (que luego desapareció), fue nombrado ministro de Interior y Justicia por Chávez y luego pasó dieciséis años como embajador en Portugal.
En cuanto a los venezolanos, siguen sumidos en la dictadura chavista, que ha cumplido ya los 25 años.
Todo por un pleito en las oficinas del Chase Manhattan.
Publicado originalmente en El Español (c)
Las opiniones publicadas en El Nuevo País son responsabilidad absoluta de su autor.
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