Están por cumplirse dos meses de las elecciones presidenciales que arrojaron a Venezuela a una nueva etapa dentro de la hegemonía política que empezó en 1999. Una etapa que, como ya he señalado varias veces en esta columna, es más peligrosa que sus antecesoras. Peligros por la forma en que se ejerce el poder. Nadie está exento pero, naturalmente, el blanco principal de esos peligros es la dirigencia opositora, por ser la mayor fuente de desafíos para quienes detentan el poder.
Dada la naturaleza del sistema político venezolano actual, siempre se pudo esperar que los comicios de julio no necesariamente serían el catalizador de una transición rumbo al regreso de la democracia y el Estado de Derecho. Puedo imaginar que el liderazgo opositor tenía al menos una idea vaga de lo que se le podía venir encima. Pero me parece que no pensó que las decisiones de la elite gobernante en su contra serían tan draconianas. Solo así me explico esta suerte de repliegue que ha tenido en las últimas semanas, cuyas manifestaciones más prominentes son la relativamente poca movilización ciudadana a favor del reclamo opositor y el exilio de Edmundo González Urrutia.
No estoy haciendo juicios morales al respecto. La coalición que se ha formado en torno a María Corina Machado está en una posición dilemática y nada envidiable. Si quiere cumplir sus objetivos, tiene que presionar a Miraflores para que acepte negociar una transición, pero hacerlo supone exponer a sus miembros, y a la base opositora que la sigue, a represalias muy duras. Con la debida humildad debo decir que no sé cuál es la mejor forma de salir de un predicamento así, por lo que mal puedo repudiar a otros que no lo han logrado. Pero el hecho es que hubo un repliegue que hace que la posibilidad de un cambio político luzca más remota y es mi deber como observador de la política señalarlo.
Sí, estoy al tanto de que Machado hizo una convocatoria para el 28 de septiembre. Y sí, claro que recuerdo que en este mismo portal escribí que la oposición parecía estar yendo hacia un esfuerzo que se proyectaba para el largo plazo y con acciones intermitentes, muy diferente a los ciclos de protestas de 2014 y 2017. Pero de todas formas es cuanto menos notable que un mes entero medie entre la fecha designada por Machado y la del más reciente llamado del mismo tenor, que fue justamente el 28 de agosto. Lo veo como muestra de que, como dije antes, la oposición solo puede hacer frente al desgaste físico y psicológico que implica el dilema previamente aludido con un proceder bastante pausado. Y la ausencia total de protestas espontáneas revela que en la base no hay más disposición a presionar que en la dirigencia.
El miedo es el principal elemento inhibidor para cualquier manifestación opositora. Se ha hecho sentir desde las primeras jornadas luego de las elecciones. Pero en aquellos días no había un problema adicional para la disidencia, que es la desmoralización de al menos una parte de la base. No hablo de su alcance porque sería necesariamente impreciso. Sin embargo, creo que nadie podría señalarme de crear una profecía autocumplida por efecto dominó, generando desesperanza por decir que hay menos esperanza. Tal realidad es bastante palpable.
Se volvió especialmente palpable luego de que González Urrutia partiera rumbo al destierro. Sobre todo en las primeras horas luego de que trascendiera la noticia. Desde hace años se le ha criticado a la dirigencia opositora que una de sus debilidades es la comunicación. Por varios meses antes de las elecciones, esa flaqueza fue corregida y más bien era la oposición la que llevaba el ritmo de las comunicaciones, mientras que el chavismo reaccionaba. Pero en la madrugada de aquel domingo volvieron los papeles habituales: la oposición dejó que el oficialismo controlara durante horas la narrativa sobre la salida de González Urrutia rumbo a España. Luego vino aquel comunicado del propio González Urrutia que no dejó claro qué papel desempeñaría a partir de ahora y que muchos interpretaron como un deslindamiento de la causa que lo hizo candidato. La oposición hizo luego control de daños. Pero si hubo que hacerlo es porque daño ya hubo.
En fin, aunque algunas dudas quedaron despejadas y el ánimo de la base, a mi parecer, se ha recuperado algo con respecto de la caída fuerte por la partida de González Urrutia, esta sigue incidiendo negativamente. Da a entender tácitamente que la dirigencia reconoce la fortaleza de la élite gobernante y su capacidad para ejercer el poder a su antojo, al punto de que uno de los protagonistas del movimiento opositor sintió que tuvo que dejar el país.
Claro, González Urrutia no es un político de oficio. No es alguien acostumbrado al riesgo que por años han corrido opositores veteranos como Machado, Juan Pablo Guanipa o Delsa Solórzano. Pero ese siempre fue un aspecto de su selección como candidato que la dirigencia ha debido considerar cuando pensara en escenarios posibles. Al escogerlo, creó un nuevo actor político y no cualquiera. González Urrutia ha sido un punto de articulación masiva y un impulsor de la reactivación del entusiasmo opositor que pasó años apagado. Ha sido una figura totémica en torno a la cual millones de venezolanos han danzado durante meses. Tras las elecciones, su presencia en Venezuela era un elemento importante de conexión entre dirigencia y base, forjada por los riesgos compartidos. Ahora eso se esfumó, lo que pudiera mermar la capacidad de convocatoria del liderazgo dentro de Venezuela.
González Urrutia puede, no obstante, seguir desempeñando un rol prominente. De hecho, la reacción adversa a su primer comunicado desde el exilio, así como el alivio por la aclaratoria de que no se desligará, dejan muy claro que la base opositora espera que siga comprometido. Probablemente aquel papel se enfocará en la promoción internacional del mayor activo con el que cuenta la oposición, que es su versión de lo que ocurrió el 28 de julio.
Mientras, en Venezuela los ojos estarán puestos en el próximo 28. Será una prueba importante para la oposición. Si bien su predecesora inmediata mostró que hay ciudadanos que siguen dispuestos a acudir pese a los riesgos, muy a duras penas puede ser descrita como masiva. Sin duda hay que tener en cuenta que fue un miércoles y que Venezuela es un país donde muy pocas personas pueden perder un día de trabajo, habida cuenta del ingreso precario de la mayoría de la población. En cambio, la próxima convocatoria es para un sábado, así que habrá mayores expectativas sobre la asistencia. Si tales expectativas se cumplen, la dirigencia podría mantener su apuesta por la estrategia que escogió. En caso contrario, tal vez tendrá que reconsiderar su aproximación.
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