El viraje 180 grados del voto popular

El acontecimiento más relevante derivado de los comicios del 28 de julio ha sido el viraje 180 grados del voto popular. Los porcentajes 70 a 30 solo pueden ser expresión de un profundo cambio en la conciencia política de los sectores más pobres y mayoritarios, dada la violenta disminución de clase media, un bastión diezmado por el éxodo del personal más calificado en busca de oportunidades de trabajo: médicos, ingenieros, economistas, expertos petroleros, académicos. Al punto que en los Estados Unidos se reconoce la inmigración venezolana como la del más alto nivel de calificación profesional recibida por ese país en la última década. Si la clase media se encogió brutalmente, la conclusión es que solo con altísima movilización de los sectores populares se logró alcanzar un porcentaje de participación del 70% por parte de la oposición en esa contienda electoral.

 Si quisiera describir a mis nietos, crecidos en el extranjero, inquietos por saber qué ha pasado en Venezuela, lo haría de una forma coloquial, les contaría cómo se transformó el país por la acción de los responsables de su destino, no por azares ni mala suerte. Una situación que es explicable si profundizamos la mirada en los cambios que ha sufrido la estructura de clases de la sociedad venezolana.  Empezaría diciéndoles que no ha sido un salto brusco, para entender hay que comenzar por conocer la experiencia vivida durante más de cuatro décadas del siglo XX cuando Venezuela era un país donde la clase media prosperaba y crecía, el tránsito social cultural desde Catia al Este de Caracas no era imposible. Los grupos de mayores ingresos gozaban de un ambiente propicio a la prosperidad y los amplios sectores populares medraban con resignación en sus retazos de equilibrios precarios para subsistir. 

Esta frágil trama en la cual descansaba la sociedad venezolana se rompió de manera definitiva de una forma progresiva,  situación que quizás la mirada de un historiador podría calificar como violenta o  muy rápida.

 A finales de la década de los 80 comenzó a resonar un nuevo mensaje político en Venezuela, ante el cual los partidos políticos parecían estar sordos. El mensaje subliminal que se difundía era el proveniente de consignas radicales: “los ricos han despojado a los más pobres de la capacidad de ganar, los sectores medios se despegan y se vuelven indolentes cuando comienzan a prosperar y los grupos en pobreza se encuentran encerrados en un callejón sin salida”. Los partidos políticos tradicionales no mostraban ninguna capacidad de reacción ante los reclamos silenciosos de la sociedad.

Este mensaje comenzó a expandirse bajo el mando de un líder carismático, con una imagen popular sin precedentes, personaje que desafortunadamente fue captado por los jerarcas del régimen cubano y ese fue el principio y el fin de su vuelo rasante en la historia venezolana. 

Hoy, un cuarto de siglo después, podemos hacer un balance frío, reconocer que los sectores populares venezolanos tuvieron un leve y corto pasaje por la esperanza que les ofrecía irresponsablemente el nuevo liderazgo, desafortunadamente, inspirado en el sueño cubano, un país donde estas ideas controlaban el destino de la infeliz isla. Una visión que ignoraba o desconocía el infortunio que sufrieron todas las sociedades que habían optado por el modelo socialista que se intentaba instalar en Venezuela. En ningún país del mundo ha triunfado o ha sido un camino para la felicidad y el bienestar la adopción de modelos socialistas-colectivistas como el que se estaba promoviendo en Venezuela. Esta es una afirmación comprobable en cualquier terreno, económico, político, social, ético- espiritual. 

Instalado el nuevo gobierno, los sectores populares, fieles a esta promesa, durante varios lustros, acudieron devotamente a las urnas de votación para respaldar el poder del líder insurgente. Los eventos electorales uno tras otro reforzaba la supuesta esperanza, salvo en contados casos donde se le exigía al país cambios radicales.

Sin embargo y de forma inexorable el país veía crecer la miseria, las compañías expropiadas proliferaban, además de un acto de venganza contra el empresario, era vivir en carne propia la brutal eliminación de empleos para vastos sectores de trabajadores, la pérdida de salarios y el empobrecimiento de la oferta interna de todo tipo de productos. De las 12.000 empresas existentes al inicio del gobierno de Chávez hoy permanecen en pie sólo 2.000. 

En resumen, el país se empobrecía, aunque los precios del petróleo aumentaran. Los empleos cada vez más precarios y los ingresos de las familias en picada. Era evidente que el sueño socialista naufragaba, los resultados eran inocultables, más pobreza,  inseguridad y menos fe en el futuro. La salida más a la vista que hubiese podido contribuir a recuperar el voto popular sería decretar un aumento salarial inmediato, una salida con múltiples obstáculos dado el desmesurado crecimiento del empleo público, que aumentó de 1,9 millones de personas, en el 2007, a 2,7 millones, un crecimiento del 39,4%. El carácter de la legislación laboral que generaba rigideces muy fuertes ligadas a las prestaciones sociales, con carácter retroactivo cuyo crecimiento podría llegar a ser exponencial;  el limitado crecimiento de la economía,  en el cual  ha confluido el desmantelamiento de instituciones favorables a la productividad,  las expropiaciones al sector privado por su carácter reductor de  la base productiva doméstica, la duplicación de la deuda externa, la más alta del mundo en su relación con el PIB, cuyo impago ha provocado el aislamiento del financiamiento internacional para Venezuela. Solo por citar algunas de las principales causas que dificultan el aumento salarial masivo como salida económica política. Además de la supeditación de PDVSA como principal proveedor de recursos fiscales a fines partidistas. ”De 3 millones de barriles diarios de crudo hace 15 años, hoy el país produce menos de 900.000”.

Resultado del gran fracaso y la inviabilidad de la propuesta económica revolucionaria en el país comenzó a desplegarse un éxodo de población sin precedentes y sigue, integrada fundamentalmente por sectores en edad económicamente activa, el 25% de la población huyó a países cercanos, a nuevos horizontes en búsqueda de empleos y de la posibilidad de sustentar las familias que quedaban atrás, en el país.  

El resultado electoral obtenido el 28 de julio es un reflejo claro de todo este profundo proceso de empobrecimiento que ha vivido Venezuela, del éxodo y el rechazo de los sectores populares hastiados de la carestía de alimentos, la crisis por abandono público de los servicios básicos de electricidad, agua, transporte, seguridad personal. El antecedente de esta participación electoral fue muy claro cuando en octubre del 2023 los habitantes de los sectores populares salieron de sus barriadas, bajaron, silenciosamente, pacíficamente, a depositar sus votos en unas elecciones primarias para escoger un candidato de la oposición a las próximas elecciones nacionales. El gobierno confiaba en el fracaso de este evento restándole toda importancia, anunciaba su intrascendencia por los medios de comunicación bajo su control. Sucedió todo lo contrario, el mundo se sorprendió por los resultados. El primer dato era la afluencia masiva de los sectores que hasta ese momento habían sostenido al régimen, en pleno ejercicio de desobediencia civil. El gobierno confiaba en una participación débil de los sectores populares y solo un tímido respaldo de la diezmada y desesperanzada clase media. El resultado fue totalmente diferente, el voto mayoritario venía de las barriadas populares que hasta ese momento habían sostenido al régimen. En segundo lugar, la otra gran señal fue la concentración de la voluntad popular en la candidata que más tenazmente había enfrentado al gobierno, a pesar de ser calificada como miembro de la clase más opulenta del país. A partir de ese acontecimiento las expectativas empezaron a cambiar, el país comenzó a recuperar la confianza en sí mismo y se reanimó la esperanza en la venida de nuevos tiempos en los cuales los sectores populares serian oídos y obtendrían respuestas a sus aspiraciones y necesidades.

El 28 de julio fue una réplica subjetiva de la línea Maginot, las clases populares venezolanas se fortificaron y trascendieron las consignas socialistas que tan buen resultado les había dado a los grupos izquierdistas en América Latina. Sabían que destruir la propiedad privada empobrecía a los empresarios, pero aprendieron también que las víctimas eran fundamentalmente los trabajadores quienes perdían toda esperanza de construir un futuro si su salario había llegado a ser el más bajo de América latina, superado incluso por Haití. También saben hoy los venezolanos en los sectores populares que el hambre no se resuelve con dádivas, ni con unas bolsas de comida, operaciones que se convirtieron en un tráfico corrupto entre políticos depredadores. Sin empleos, con salarios sin valor, solo atado al hilo de unas dádivas populistas que eran entregadas como recompensa a la fidelidad al régimen. Los venezolanos más humildes entendieron que los empresarios no eran sus enemigos, como tanto ha costado creer a los latinoamericanos.

 La crisis involucraba a las nuevas generaciones, a los niños que debían incorporarse a una escuela básica como primer peldaño de su vida estudiantil. El país asistió por primera vez en su historia a una huelga masiva de maestros,  incapaces de seguir subsistiendo con un salario que ni siquiera alcanzaba para cancelar el precio del transporte hasta la escuela donde debían laborar. La asistencia escolar se transformó en un hecho sin precedentes en América latina, las escuelas tenían “horarios mosaicos” un nombre simpático para un hecho horrendo, los niños no asistían a las escuelas por que no tenían maestros, los maestros no podían pagar el transporte al centro escolar y las cantinas escolares responsables de la alimentación de los niños estaban cerradas por la carencia total de alimentos. Además, las condiciones sanitarias de las edificaciones escolares estaban en condiciones de total deterioro, sin agua y sin libros, pizarrones, tizas, pupitres para estudiar. La Universidad Católica declaraba: «el año escolar 2023 empieza en las peores condiciones de su historia”. Esto sucedía en un país donde por largo tiempo los ingresos petroleros que recibía el Estado socialista superaron el precio récord de 100 dólares por barril. No hay respuesta a la pregunta «¿Qué pasó?, ¿a dónde fueron los ingresos petroleros que recibió Venezuela durante el periodo del gobierno socialista?».

Los únicos ganadores de esta última década han sido una nueva clase integrada por personajes que se enriquecían con el trato preferencial que les otorgaban las instituciones gubernamentales. El pueblo sabiamente bautizó a estos grupos como “los enchufados”.

Hoy los responsables de la política pública aceptan con despecho y cargados de ira que el voto popular desapareció y que se convirtió en el instrumento para impulsar el cambio que desesperadamente requieren los venezolanos. 

Los venezolanos saben que la crisis que viven no es consecuencia de catástrofes naturales, tampoco porque estemos embarcados en una guerra sin tregua,  la crisis hoy la entendemos y se explica fundamentalmente por decisiones tomadas en Venezuela. Es una crisis hecha por el hombre. Esto lo han aprendido los sectores populares que decidieron migrar su voto y enfilarlo a opciones claras y transparentes , sin dogmas políticos que simplemente se orienten a una racionalidad y pulcritud económica como plantea el economista Ricardo Haussman:  “Ha sido una mezcla de políticas erradas que ha llevado a quitarle a la sociedad la capacidad de organizarse a sí misma para suplir las necesidades. El Estado ha intervenido en todos los espacios de libertad económica, para quitar los incentivos para que la gente produzca. Sencillamente, hay que restablecer la Constitución, la democracia,  las libertades económicas, los mecanismos de mercado unificando el tipo de cambio, liberalizando los precios, reestructurar la deuda externa y pedir apoyo financiero internacional. Con esas medidas la economía empezaría con una fuerte recuperación”  

En este cuadro de políticas fracasadas, el viraje 180 grados del voto popular es totalmente comprensible, los errores golpearon sobre todo a los más pobres, hay que aprender, comprender que pasó, pero ahora tocará reconstruir. Hoy el gobierno busca la manera de rescatar el voto popular, anuncia que su intención es favorecer a los más pequeños, a los más pobres. Una propuesta de cambio sin cambiar, como señala ese sabio joven Rafael Quiñones: “Muy rara vez se ven dictaduras que gasten cantidades significativas de recursos del patrimonio público en el bienestar de su población, porque tienen el imperativo de satisfacer al pequeño grupo que lo sostiene de la forma más eficiente posible. Eso mata el mito de que las dictaduras pueden generar bienestar en las personas que son gobernadas, y aunque en algunos pocos casos pueden alcanzar altos niveles de crecimiento del PIB, rara vez se traducen en mejoras de la calidad de vida. Las dictaduras se caracterizan por gobernar naciones más pobres que las democráticas. Venezuela sigue siendo un ejemplo claro de eso”. 

Nuestros sectores populares ya saben oler la mentira. Espero que mis nietos comprendan este relato coloquial, no rigurosamente científico, pero portador de nuestras profundas angustias.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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