No parece haber esperanza alguna respecto a un tipo de venezolano. ¿Qué esperanza puede caber cuando se hace viral un vídeo del actor Orlando Urdaneta en donde aconseja a sus coterráneos quedarse tranquilos, en sus casas, mientras alguien que no identifica desaloja del poder «a las ratas»? «Esperamos que no se dispare un solo tiro, pero se van. De verdad-verdad el país ya es nuestro», asegura con el semblante severo y la dicción clara, según las herramientas dramáticas que aprendió en TV y cine.
¿Qué esperanza, si el venezolano de a pie, al menos el que se asoma por las redes sociales en estos días previos a las elecciones norteamericanas, suspira acaso por una reedición de la Operación Causa Justa en diciembre de 1989, cuando fuerzas del Ejército gringo ―eran tiempos de George Bush, padre― sacó a cogotazos al general Manuel Antonio Noriega de Panamá?
Por las evidencias constatadas y las que pueden colegirse, el venezolano en Venezuela sabe lo que tiene que hacer, y ya lo hizo el 28-J; no es el mismo caso del venezolano mayamero o madrileño. En Madrid, en las últimas elecciones parlamentarias de la Comunidad Europea, hubo venezolanos de élite que votaron con entusiasmo por Alvise Pérez, un individuo bastante parecido en el talante al argentino Javier Milei. El novedoso Alvise, que trató de imponer la marca partidista Se Acabó la Fiesta (SALF) bajo la premisa de erradicar la corrupción, se ha revelado como producto populista asociado o próximo a la ultraderecha, con inclinaciones tramposas. Obtuvo tres escaños en esas elecciones europeas; ahora se ha venido al suelo por los escándalos. En fin, una figura atractiva para un tipo de venezolanos que existe en España y existe en Estados Unidos y seguramente en otros lugares. Eso debe decirse, así como debe decirse que Edmundo González Urrutia pudiera quedar atrapado entre los sectores internos, políticos, que lo desean utilizar en España como arma arrojadiza contra el adversario. Los españoles, ojo con esto, son afectos a las armas arrojadizas: vuelan y acuchillan con la palabra.
Al venezolano mayamero de hoy, en parte heredero de aquel «tabarato» de los años ochenta retratado en Radio Rochela de manera harto virulenta y pegajosa, puede uno seguirle los pasos sobre todo por la red X, donde se desfoga a favor de Donald Trump. Tal especie no necesariamente vive en Miami, puede que se encuentre en Tucusiapón de Abajo: no importa, lo fundamental es su característica belicosa. El presentador Jaime Bayly tuvo una experiencia reveladora en estos días. Bayly, inteligente y transparente, mantiene, además de su programa en la TV Mega Media Holdings (en Florida), un espacio diario en YouTube de un tiempo a esta parte. En estos días comentó que se disponía, en las próximas elecciones de EEUU, a votar por la vicepresidenta Kamala.
Pues bien: aquella noche recibió, en respuesta, centenares de insultos de todo tipo. Bayly quedó anonadado. No es ningún tonto y carga años de experiencia como conductor, comentarista y entrevistador en un contexto bastante rendido a la derecha. Él se define liberal, demócrata y capitalista. Entre los insultos, abundó el de comunista. También le dijeron desviado sexual. Y drogadicto. La verdad es que en su siguiente aparición pública estaba algo alarmado ante los improperios recibidos. Algunos de los seguidores de su programa, en TV y/o en YouTube, le increparon preguntándole por qué, estando en contra como él lo está, del presidente en funciones Nicolás Maduro, cometía el exabrupto de no apoyar al candidato Trump. Bayly se preguntaba, a su vez, qué tendría que ver una cosa con otra. Aclaró conceptos que no debería ser necesario aclarar, a menos de contar con una audiencia un tanto estúpida. La verdad es que Bayly, pese a sus fallos como periodista (se la pasa aludiendo a un grupo élite de mercenarios que, según él, en un dos por tres acabarían con Nicolás Maduro y su cúpula), dio en ese espacio una pequeña lección ética al contingente de fanáticos que se sintió traicionado por el mero anuncio de votar no por Trump sino por Kamala.
Tal vez uno pueda intuir que al menos una buena tajada de tales extremistas guarda cédula de identidad venezolana.
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Ese venezolano no necesariamente vive en Miami, puede que lo haga en cualquier otro sitio del mundo mundanal. Pero es un hecho su existencia y su cerebro unidimensional. Ese venezolano sufre de onanismo, rechaza lo que no conoce, cree que el régimen venezolano actual es «comunista», cree en Orlando Urdaneta y otros oráculos del WhatsApp, sacan sus garras digitales ante cualquiera que exprese algo novedoso, con claroscuros, razonable. Al venezolano mayamero no le interesa la razón. Le interesa Trump, en este momento.
No sabe, no contesta; en las redes solo espera escuchar su eco; lo demás es monte y culebra, falacia, trampa del régimen. Su armario de gavetas con respuestas está lleno. Al venezolano mayamero lo circunda un universo y un universo, ya se sabe, es lo suficientemente amplio como para vivir varias vidas. Solo que este termina donde empieza la memoria en aluvión, no selectiva. Una memoria informada. El venezolano mayamero no ocultará sus preferencias, antes bien, las machacará. Hay uno que posteó esta frase: AQUÍ NO SE HABLA MAL DE TRUMP.
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En un ensayo corto del académico venezolano ―vive actualmente en Boston― Leonardo Vivas, titulado « ¿Hace agua el excepcionalismo estadounidense?», habla del fenómeno Donald Trump como una reacción del norteamericano de la América profunda, blanco, que se ha sentido amenazado por la inmigración latina y el auge de la negritud que aprovecha las oportunidades en una nación que antes se las negaba. Pero Trump no anda solo ni suelto por el mundo. Vivas lo asocia con polarización y populismo. Dice que ha habido antecedentes del populismo actual en el siglo XX, especialmente en América Latina (verbigracia Hugo Chávez Frías) «…pero la erosión reciente de la democracia liberal en todo el mundo le ha abierto la puerta al surgimiento de una nueva clase de populismo. Pareciera estar operando un contragolpe de regímenes autoritarios ante la Tercera Ola de la Democratización que se inició con fuerza en varias partes del mundo a comienzos de los 70 (…)».
¿Van a contribuir los venezolanos, en su afán por salir del régimen chavista, soñadoramente, albergando la vana ilusión de aquella Operación Causa Justa, con esta andanada derechista que recorre medio mundo (en el otro medio están apostadas China y Rusia)? Piensen un momento en Gabriel Boric, el chileno.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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