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El legado de Ovidio Osorio: cómo el criadero de mulas Villa Luz se convirtió en referente para ganaderos y celebridades en Colombia

Don Ovidio Osorio cría buenas mulas para trabajo de carga, pero también forma animales de paso fino que ganan campeonatos y llegan a costar más de 100 millones.

El expresidente Álvaro Uribe ha visitado varias veces el criadero Villa Luz, en Girardota, para escoger personalmente algunas de las mulas que terminaron en sus fincas. Suele hacerlo sin intermediarios, con la idea de revisar él mismo los animales, conocer su entrenamiento y comparar el temperamento de cada ejemplar. No es el único en hacerlo. En Villa Luz hay listas de espera de compradores que buscan una mula ya formada o que piden que allí se eduquen las que adquirieron en otros criaderos. La razón tiene nombre propio: Ovidio Osorio, un hombre que dedico más de siete décadas a perfeccionar la raza de mulas de paso fino que hoy alcanzan precios que superan los cien millones de pesos y cuyos saltos durante las demostraciones pueden costar entre cuatrocientos mil y un millón de pesos.

Ovidio Osorio nació en Concepción, en la vereda Santana, cuando las mulas eran el centro de la economía rural. Su infancia estuvo marcada por la rutina de un campo que despertaba antes del amanecer y no se detenía hasta entrada la noche. Su padre era finquero y arriero, con una de las recuas más grandes de la región. Su madre, campesina de trabajo incansable, mantenía la casa en movimiento. Él creció viendo cómo los animales transportaban café, maíz, panela, caña, leña y mercancías que podían superar los ciento cincuenta kilos por viaje. En esa época las vías eran caminos de herradura y los carros no podían llegar a las zonas montañosas, así que la vida rural dependía casi por completo de la fuerza y la disciplina de las mulas.

Desde muy niño, don Ovidio aprendió a interpretar cada gesto de esos animales. Reconocía cuándo estaban cansados, cuándo se resistían al peso de la carga o cuándo estaban listos para caminar. Su primera mula se llamaba La Poma. Con ella entendió que mansedumbre de estos animales y con ella entendió también que detrás de cada mula una había una mezcla de fuerza, inteligencia y docilidad que solo se revelaba con paciencia. Ese aprendizaje temprano sería decisivo para todo lo que vino después.

La llegada de las carreteras cambió el panorama. La arriería comenzó a perder protagonismo y muchos vendieron sus animales. Ovidio también lo hizo. En 1955 se trasladó a Medellín para trabajar en el transporte urbano. Sin embargo, nunca se desconectó del todo de su origen. Su padre mantuvo algunas mulas en la finca, y en cada visita Ovidio volvía a ponerse las botas de arriero y se metía al campo a trabajar con ellas. Era una pasion que lo dominaba por completo. Por aquellos años empezó a entender mejor a los animales y sus cruces.

No tardó en entender que la sensación de bienestar que le generaba estar metido entre caballerizas enseñando a los animales a trotar y caminar elegantemente era una vocación. Cuando logró reunir el dinero suficiente y comprar un terreno, regresó definitivamente al campo. Ese retorno fue el comienzo del criadero Villa Luz, una finca dedicada al desarrollo y formación de mulas y burros de paso fino. Desde el inicio tuvo un objetivo concreto: mejorar la genealogía de los mulares en Colombia, crear animales más dóciles, más altos, más elegantes y más aptos para el trabajo y la exhibición.

A finales de los años ochenta el mundo equino todavía mantenía la idea de que el caballo era el símbolo de distinción y que las mulas representaban únicamente el trabajo duro. Ovidio quería transformar esa percepción. Estudió la genética de los burros y de las yeguas con la paciencia de quien sabe que los avances en el campo exigen tiempo. Buscó ejemplares que aportaran fuerza, nervio controlado, buena estructura y un paso limpio. Ese trabajo dio un giro definitivo en 1995, cuando llegó al criadero un burro nacido en Titiribí que cambiaría por completo su proyecto: Cosaco de Villa Luz.

Cosaco tenía siete años cuando entró al criadero, y desde el principio se convirtió en el reproductor que marcó el rumbo de la finca. A partir de él surgieron mulas de paso fino que destacaron en ferias, pistas y exposiciones. Eran animales de porte imponente, movimientos definidos y carácter manejable. Lo más llamativo era su docilidad: respondían al entrenamiento con facilidad y podían ser montados por jinetes de cualquier experiencia. Lo que empezó como un experimento de selección se transformó en un sello de calidad que dio a Villa Luz reconocimiento nacional e internacional.

Las mulas de Villa Luz empezaron a aparecer en ferias del Eje Cafetero, del Valle del Cauca, de Risaralda y de Antioquia. Criadores y aficionados comenzaron a replicar el método de Ovidio, convencidos por los resultados. Su proyecto dejó de ser un esfuerzo personal para convertirse en un referente del sector. En varias fincas del país, incluidas algunas en Rionegro y otras como El Ubérrimo, pastan animales formados por él o descendientes de los cruces que él definió.

Con el tiempo, Villa Luz se consolidó como un lugar que no solo produce animales de alto valor, sino que conserva una tradición que parecia destinada a desaparecer. Para Ovidio, criar mulas no es una tarea que depende únicamente de la genética. El trabajo necesita, según lo ha dicho, constancia, respeto y una fina lectura del comportamiento del animal. No todas las mulas aprenden al mismo ritmo. Algunas requieren más de un año para acostumbrarse a la silla y al paso fino. Otras avanzan más rápido. Lo importante, para él, siempre fue comprenderlas y acompañar su proceso, no acelerarlo.

Hoy, el criadero funciona como un puente entre la tradición y las nuevas demandas del mercado. Allí se entrenan animales para ferias, para cabalgatas, para trabajos livianos y para exhibiciones. Los visitantes pueden observar los ejercicios, conocer los procesos de selección y entender cómo se evalúa el paso fino en los mulares. La familia de Ovidio participa en cada etapa. Hijos y nietos trabajan en el entrenamiento, el cuidado diario, los cruces y la administración. La finca es un negocio, pero también una herencia que se mantiene gracias a la disciplina familiar.

En los últimos años, los mulares de paso fino han recuperado protagonismo. Ya no son vistos como animales relegados al trabajo. En las pistas compiten con ejemplares de linaje equino y obtienen premios por mérito propio. Ese cambio se debe en parte a personas como Ovidio Osorio, que dedicaron toda una vida a demostrar que estos animales tienen cualidades que durante décadas fueron subestimadas.

A sus 87 años, don Ovidio mantiene la misma rutina. Recorre los establos, revisa las crías, conversa con los cuidadores y observa y dirige los avances de cada animal. No busca reconocimientos. Lo mueve la satisfacción de ver cómo un mular joven desarrolla un paso firme, cómo aprende a obedecer sin tensión, cómo responde a un entrenamiento que él perfeccionó con años de experiencia. Su legajo va más allá del criadero. Es parte de la historia rural del país, de ese capítulo en el que la arriería sostenía la economía y las mulas abrían caminos entre montañas.

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