El 1 de julio, Nicolás Maduro se sacó esa carta de la manga: que volvería a sentarse a negociar con la Casa Blanca. Y lo dijo de esta manera: “Luego de pensarlo, he aceptado y el próximo miércoles se reinician las conversaciones con el Gobierno de Estados Unidos para que cumpla con los acuerdos firmados en Qatar y para restablecer los términos del diálogo con respeto”.
Atención al detalle de “para que cumpla”.
En ese momento el gobierno venezolano no había hecho lo que se suponía era su parte para tratar de llegar a una elección presidencial “competitiva”, como le gusta decir a la diplomacia estadounidense, pero estaba buscando recibir más a cambio de lo poco que había cedido. Eso por no mencionar lo mucho que ya tenía en sus manos: al ansiado empresario colombiano Alex Saab y los seis meses de alivio de las sanciones que pesan sobre Petróleos de Venezuela.
¿Qué había entregado Maduro? Al grupo de ciudadanos estadounidenses encarcelados en el país como moneda de cambio por Saab y la convocatoria a elecciones presidenciales en una fecha inusual.
Para esas elecciones, como sabe, no honró lo ofrecido en el Acuerdo de Barbados –que también es consecuencia de las negociaciones de Qatar- y mantuvo la inhabilitación a María Corina Machado, arreció la persecución a su equipo, sumó nuevas inhabilitaciones, le cerró la puerta a los observadores de la Unión Europea, obstaculizó el derecho de inscribirse en el registro a los nuevos electores y a los venezolanos residentes en otros países y hasta acosó a través de policía y del Seniat a pequeñas y medianas empresas que prestaron servicios a Machado y al candidato Edmundo González durante los viajes de campaña.
Maduro, en realidad, sólo cedió al interés más directo de Estados Unidos: la liberación de los prisioneros norteamericanos. Y EEUU le dio una buena tajada de lo que más buscaba: insertarse otra vez en el mercado petrolero por los canales regulares.
Así que resultó muy curioso que el jueves 1 de agosto, en medio de las tensiones internas, el cruce de denuncias de fraude electoral con las de asesinatos y violaciones a los derechos humanos de miles de ciudadanos que votaron en su contra, el mandatario venezolano decidiera hacer público el hasta ahora secreto “Acuerdo de Qatar”.
Para empezar, no podría decirse a ciencia cierta que se trate de un acuerdo. Está planteado como un “Memorando de entendimiento”, fechado el 28 de septiembre de 2023 y como es el fruto de una serie de negociaciones sobre las que ninguna de las partes informó antes, habría que asumir que Maduro no miente esta vez, que el papel que puso a rodar es verdadero y que algo de legitimidad debe tener aunque sólo lo haya firmado él.
¿Qué buscaba? Porque si acaso cree que hacerlo público lo deja bien parado, está en un error. Tiene la percepción de la realidad muy alterada.
Siempre he dialogado, si el gobierno de los EE. UU. está dispuesto a respetar la soberanía y dejar de amenazar a #Venezuela podemos retomar el #Diálogo pero con base en un punto único: «Cumplimiento de Qatar». Esta es el acta de aquella negociación. pic.twitter.com/VatCK7fD8b
— Nicolás Maduro (@NicolasMaduro) August 1, 2024Maduro divulgó en sus redes sociales el acuerdo de Qatar
El documento contiene una serie de compromisos a ejecutarse en tres fases. En la segunda semana de la primera fase, a Maduro parece que se le olvidó que tenía que hacer cosas como respetar los derechos de los ciudadanos de su país y decidió que sólo participarían en las elecciones los partidos y los candidatos aceptados por la cúpula del poder, olvidó que “el rechazo” de cualquier tipo de violencia incluye no ejecutarla contra los rivales políticos; olvidó que debía invitar a los observadores de la UE y la ONU, además de al Centro Carter; no auditó el registro electoral ni aseguró el acceso equilibrado de todos los candidatos a los medios de comunicación, al menos no en el sistema de medios públicos.
Estados Unidos, por su parte, confió en la buena voluntad del gobierno venezolano y lo premió con la licencia temporal –renovable al plazo de 6 meses- para operaciones con gas y petróleo. Y hubo fiesta en Miraflores.
El aspecto medular de la rabieta de Maduro sólo puede explicarse en que está convencido de que al permitir la realización de los comicios del 28 de julio, ya él cumplió y ahora le toca a Washington desmontar todas las sanciones y esas molestas órdenes ejecutivas, sacar de la nevera los activos venezolanos congelados en Estados Unidos, eliminar la existencia de los criterios de que en Venezuela hay una situación de emergencia humanitaria compleja y reestablecer las normales relaciones entre ambos gobiernos porque aquí, señores, nada ha pasado: hubo elecciones y yo gané.
Por supuesto que en Estados Unidos tienen otra percepción de la realidad: lo que ven –o deberían estar viendo si tienen los ojos abiertos- es a un mentiroso olímpico que prácticamente no cumplió con nada o lo hizo para beneficio propio; a un mandatario que impone a la fuerza –y con un baño de sangre, como prometió- el criterio de que ganó una elección que en realidad perdió por diferencia de más de 4 millones de votos y que en su afán por aferrarse al poder ha superado ya la barbarie de las peores dictaduras militares que se hayan visto en Latinoamérica. Eso, por no entrar en más detalles.
Y si eso es lo que se percibe en Washington –desde donde ya enviaron el mensaje de que no reconocen su triunfo- lo que se avizora para Venezuela de no encontrar una salida negociada en el corto plazo, serán decisiones que apretarán las tuercas de la maquinaria sancionatoria y lo que pasó en Qatar, quedará en Qatar… En el olvido.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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