Por supuesto que no es noticia. Nadie lo cuenta, no lo refieren. No tiene eco en ningún medio. Y sin embargo, se me irritan los ojos cada vez que leo alguna intervención de un artista criollo pontificando a favor de los sospechosos de todo.
Porque son dos, el creador y el defendido, o como dicen los norteamericanos “it takes two to tango”. Hacen falta dos para bailar ese tango. Y desde hace años hay bailarines que me sobran.
Venezuela existe y existirá. Venezuela a pesar de los de aquí y los de allá. A pesar del poder -y sus bondades- que se negocia en ambas aceras.
Pero carajo, ¿es mucho pedir cuidar las falsas apariencias?.
Cuidar la credibilidad es también cuidar el propio arte.
No se puede pontificar el bien y retratarse al mismo tiempo con el sospechoso.
Rafael Cadenas, de los venezolanos más sublimes que nos van quedando, no presta su humanidad para la fotografía de ninguna acera, ni la de aquí ni la de allá. Porque él es EL, se basta y se sobra en su completitud. En su integridad. Y no la alquila.
Algo así esperaría uno de otros, de todos, escritores, dramaturgos, artistas plásticos, filósofos, en estos tiempos difíciles. Pero claro, yo soy una romántica radical.
Que el arte se someta al poder por unas monedas de plata no es noticia. Y en todas partes y desde el comienzo de la historia del arte han existido el mecenazgo y el patrocinio. Que no son lo mismo ni se escriben igual.
Pero que la creación tenga patrones… en esta tierra puede convertirse hasta en desdichada costumbre.
Digamos que todo mundo tiene que comer. Y desde esa supervivencia real, material, tangible, puedo entenderlo casi todo en esta tierra agobiada por la ruina del ciudadano común.
Lo innecesario, en cambio, muy a mi criterio, es desfilar con los malamañosos de la política, los compradores sin pudor.
Eso, me parece, se asemeja mucho a la hipocresía. Y Dios me libre de llamarles impostores.
La palabra hipócrita es un adjetivo, hipocresía es el sustantivo. Etimológicamente, la palabra hipocresía proviene de hypokrisía, que era el arte de representar un personaje teatral. Por tanto, quienes ejercían ese arte, es decir, los actores, eran hipócritas. Ninguna intención despectiva en el calificativo, por cierto.
Pasa que después surge una acepción diferente referida a quienes fingen lo que no son. Así la conocemos nosotros hoy en día, aunque con algunos matices adicionales. El hipócrita no solamente finge, sino que pontifica valores superiores y censura a quien no los sigue, mientras que él mismo tiene un comportamiento oculto que no se ajusta a los principios que postula.
“En la actualidad también se define como hipócrita a aquel individuo que actúa de maneras distintas según le convenga. Su objetivo es ser del agrado de todos, no ve como inconveniente el hecho de mentir. Sus sentimientos, pensamientos y actitudes no son genuinas. Todo en su personalidad es actuado, dice ser y tener lo que va contrario a su realidad, para impresionar o encajar. También se conoce a una persona hipócrita como falsa, farisea y mentirosa” (1).
Creo que al fin aterrizo en el punto. Hablo del teatro, pues. Un oficio antiguo y noble, para representar la belleza, contar historias reales o ficticias, denunciar, comunicar con palabras y cuerpos, crear. Alertar.
Y sin embargo, qué tristeza que pueda ser también el vehículo del poder para promocionarse o comprar a quien esté en venta.
Hay un alcalde (¿O son varios?) que le estampan su nombre y apellido a todo. A una estatua, a un show, y hasta a la representación más cateta de un precioso personaje literario.
Pero cuando el arte es honesto y se rebela -de alguna manera- contra el abuso de los poderosos, el discurso del artista termina por ser más poderoso que la obra misma.
Cuando el teatro se rebela ante el abuso de poder hace historia.
Y la historia registra a dramaturgos que desde las tablas levantaron su voz contra acciones políticas, o sociales, o económicas que afectaban a las gentes comunes. Hay muchos ejemplos de autores, directores, realizadores que prodigaron su talento a la sociedad. No solo divirtieron a la población, que también, sino que criticaron y denunciaron y hasta se burlaron de sus opresores
“Habría que cerrar los teatros por un año, y ver si la gente nota la diferencia, y si no, el teatro no está cumpliendo su misión”, dijo una vez Heiner Müller (1929-1995).
Müller, dramaturgo responsable de una de las explicaciones más acertadas de la expresión artística “El teatro es crisis”, se dedicó a hacer un teatro que buscaba la agitación, aquella agitación que radiografía, critica y convoca contundentemente a la reflexión sincera sobre temas que impactan a la sociedad.
Al igual que Müller, no son pocos los dramaturgos que a lo largo de la historia más allá de entretener, desarrollar un oficio o carrera y generar ingresos económicos; han identificado y establecido sobre las tablas una vía para criticar acciones nocivas provenientes de poderes sociales, económicos, políticos y hasta religiosos.
Rolf Hochhuth (1931-2020) una de las figuras clave del teatro alemán de la postguerra, por ejemplo, en su obra ‘Der Stellvertreter’ (El vicario), estrenada en 1963, «confrontaba el papel que desempeñaron el Vaticano y el papa Pío XII durante los años del nacionalsocialismo. Pío XII aparece casi como cómplice de los nazis al haber guardado silencio ante el Holocausto, lo que generó fuertes debates justo en una época en la que se agudizaba la confrontación con el pasado nacionalsocialista en Alemania”, reseñó la agencia EFE a la muerte del autor en 2020.(2)
Hochhuth intervino reiteradamente en la política a través de sus obras dramáticas.
Harold Pinter, dramaturgo inglés, fue un duro crítico de la política de varios países. ‘One for the Road’, ‘Mountain Language’ (Lenguaje de la Montaña), ‘The New World Order’ (El Nuevo Orden Mundial), ‘Party Time’ (Tiempo de Fiesta) y ‘Ashes to Ashes’ (Polvo Eres), son cinco de sus obras emblemáticas.
“Todas ellas tienen en común la que ha sido siempre su preocupación por la relación de poder entre el verdugo y la víctima, el torturador y el torturado, el dueño y el esclavo”, reseña El Mundo.
Esta preocupación de Pinter la llevó al teatro desde donde se hizo escuchar en contra de las políticas que consideraba injustas.
Ellos, y muchos otros, (ni hablar de algunos sainetes nuestros de la época de Gómez) no se conformaron con entretener a las masas, llevaron el pensamiento crítico a las tablas para generar respuestas en escenarios reales, no equitativos. No justos, no limpios.
En un país turbio, tan turbio como el nuestro, no puede uno arrimarse a cualquiera en el territorio de la política, y supongo que gratuitamente menos.
Nada vale pontificar si en la siguiente diapositiva nos juntamos con personajes dudosos, candidatos a la farsa, a los dineros o privilegios que prodiga el poder a sus blanqueadores de cualquier acera. Así el poder se llame alcalde, candidato a presidente, dueño de casa de bolsa, ministro, opositor que no se opone.
Es inadmisible entonces el discurso del bien común porque se desvanece de acuerdo al interés propio.
¿Es necesario compartir y exhibirse en amable diálogo con corruptos? ¿No sale un poco caro al arte la némesis o es que la contraprestación sí que lo vale?
Se lo pregunto, por ejemplo, a algún director de teatro, o alguna actriz o productora con tarifa internacional: Cuando Venezuela se acomode y se vayan a otros país “que esté en la mierda”, se retratarán de nuevo con candidatos fallidos a presidente, volarán en sus aviones con ellos, se dejarán filmar sentados codo con codo en sendas butacas con algún alcalde incierto y burdo, y, de pasadita, le harán campaña a su sospechosa reputación o a sus dineros?. ¿O quizá defenderán públicamente a políticos que no rinden cuentas de los miles de millones?
¿Apoyarían de nuevo a un dictador si este les financia holgadamente sus caprichos “artísticos”?
¿También allá, en ese supuesto país arruinado, les será imprescindible exhibirse sin disimulo (3)?
Hipócrita: Concepto, Características y Ejemplos de Hipócritas
krojas@laestrella.com.pa
Disimulo según la RAE: fingimiento, enmascaramiento, encubrimiento, disimulación, ocultación, hipocresía, doblez, diplomacia, velo, subterfugio, tapujo.
La entrada El falso teatro de cierto teatro se publicó primero en La Gran Aldea.
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