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El espejismo del pensamiento woke: Un análisis crítico sobre la ideología identitaria y su ruptura con la izquierda tradicional

En Left Is Not Woke (2023), la filosofa estadounidense Susan Neiman se atreve a decirlo en voz alta: la ideología woke no es de izquierda.

Y no lo dice porque pertenezca a la acera contraria. Lo afirma con la claridad meridiana de ser una veterana académica y militante de izquierda, luego de ver como colegas y amigos de toda la vida se sintieron expulsados de sus propias filas, por no comulgar con ciertas narrativas «woke» que, abiertamente, reniegan de los tres pilares fundamentales del pensamiento de izquierda: el universalismo, la creencia en el progreso y la distinción entre poder y justicia. Estos pilares, heredados de la Ilustración, son dinamitados por el discurso woke que, en todas partes, ve opresión e injusticias históricas.

El nuevo evangelio de la sospecha

Bajo la lógica woke, no importa cuántas cadenas se hayan roto, ni cuántos derechos se hayan conquistado: todo cambio histórico es apenas otra máscara de la opresión. La abolición de la esclavitud, el voto universal, las olas feministas, el matrimonio igualitario, el derecho al aborto… no significan avance, sino vueltas en círculo sobre la misma pesadilla histórica.

Si todo es crimen, entonces no hay esperanza. Lo resume Neiman, apuntando el dedo —ya era hora de que alguien lo hiciera— a Michel Foucault, el profeta que nos enseñó a ver panópticos y opresiones en todas partes, pero que dejó de lado la justicia, como meta y fin último del proyecto político de la izquierda.

El problema no es nuevo. Como los populismos ambidiestros que denuncian dictaduras mientras adoptan sus formas, el pensamiento woke asume el lenguaje de la (in)justicia para rechazar la posibilidad del progreso, y se contradice al llamarse revolucionario, mientras se instala en el pasado, a sangrar y resentir las mismas heridas, que nunca sanan, eternamente.

De la lucha social al mercado de agravios

Neiman explica la diferencia entre identitarismo e igualitarismo, siendo que el primero busca beneficar al propio grupo, así sea en detrimento de otros; mientras el segundo, en cambio, aspira a la igualdad entre todos, independientemente del grupo al que pertenezcan. Y en ese desplazamiento, lento y plagado de hashtags de indignación infinita —por “injusticias”, incluso, “simbólicas”—, la izquierda ha ido abandonando la lucha por el derecho a la vivienda, la salud y la educación, para convertirse en una máquina de correctivos históricos y lingüísticos, o acusaciones de apropiación cultural.

El resultado, dice Neiman, era predecible: la derecha entendió el vacío y transformó la palabra «woke» en un adjetivo peyorativo. Entonces, así como en los 50s era suficiente llamar a alguien «comunista» para lincharlo políticamente, hoy la etiqueta “woke” ocupa ese tan agraviado espacio.

Identidades puras, futuros rotos

La paradoja final que denuncia Neiman es brutal: la obsesión por la pureza identitaria no solo no corrige la historia, sino que la emula en sus peores versiones.

Cuando se sostiene que «solo los negros pueden hablar de racismo, solo los latinos de latinidad, o solo los gays de homosexualidad», afirma la filósofa, se está coqueteando con los mismos principios que inspiraron al nacional-socialismo, donde solo los alemanes eran considerados aptos para tocar música alemana.

Así, en el intento de demoler las viejas jerarquías, la izquierda woke no solo ha dinamitado los puentes del pasado, sino que ha olvidado construir un futuro al que valga la pena llegar.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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