Uno de los hechos más simbólicos en las recientes jornadas de protesta popular en rechazo al evidente fraude electoral cometido por el régimen de Nicolás Maduro, a través del Consejo Nacional Electoral, ha sido el derribo y la destrucción de un número significativo de estatuas de Hugo Chávez.
Pero no ha sido solo la demolición de esas estatuas lo que llama la atención, sino dos hechos aún más simbólicos. Uno, las maneras como muchas de ellas han sido arrastradas con sentido de castigo y celebración, lo que nos hace recordar los actos de ira colectiva en el final de Mussolini. Otro, el modo como decenas de personas golpean, literalmente, con tubos de metal las figuras ya en el suelo y decapitan las estatuas luego de derribadas.
Un factor importante se halla detrás de estos sucesos: el culto a la personalidad que ha fomentado el PSUV en torno a la figura de Hugo Chávez, expresada en el número de estatuas, bustos, monumentos, murales que fueron sembrando por doquier desde mucho antes de que el teniente coronel se fuera de este mundo, así como la creación de esa suerte de museo, centro de culto o mausoleo, denominado el Cuartel de la Montaña.
El derribo de estatuas ha sido una práctica que ha acompañado espectacularmente el desplome de regímenes autoritarios o procesos de purgas internas de líderes caídos en desgracia. Para algunas generaciones es inolvidable, por ejemplo, el desmantelamiento en la Unión Soviética de enormes figuras de Stalin y Lenin, para las que se hizo necesario el uso de grúas muy potentes, o de grandes cantidades de explosivos requeridas para echar al piso monumentos muy pesados y sólidamente instalados en sus bases de sustento.
Uno de los más voluminosos era el Monumento a Stalin en Praga, una enorme estatua de granito, que se inauguró en 1955, cuyas obras tardaron cinco años y medio, y era considerada la mayor representación del jefe comunista en todo el mundo y el mayor grupo de estatuas en Europa. La pieza era descomunal. Medía 15.5 metros de altura y 22 metros de longitud. Para su destrucción, hecho ocurrido en 1962, se necesitaron 800 kilogramos de explosivos.
Otra pieza de grandes dimensiones, 25 metros de altura, es el Monumento a Stalin en Budapest, concluido en diciembre de 1951 y destruido durante la revolución húngara en 1956. Según los relatos de la época, cientos de personas colocaron un grueso cable de acero alrededor del cuello de la estatua, mientras otros grupos que llegaban en camiones con cilindros de oxígeno y herramientas para cortar metal se dedicaron a trabajar en la parte baja de la inmensa pieza de bronce, y solo una hora después, la estatua caía pesadamente del pedestal de cuatro metros de alto donde reposaba. Solo quedaron las botas.
Aunque el derribo de las estatuas y bustos de Hugo Chávez, por sus dimensiones y materiales más modestos —algunos realmente pobres, ni para “honrar” al comandante, tuvo el chavismo valor estético ni de ejecución— no ha sido tan espectacular como los casos antes mencionados, su significado y las operaciones son semejantes. El registro plasmado en diversos videos que circulan en las redes sociales es, en algunos casos, dramático. Como ocurre en aquel en el que un motorizado y su parrillero, en la población de Mariara, arrastran por la calle la cabeza de un Chávez que rueda por el pavimento cual pelota de fútbol. Y, como la pieza está hecha de algún tipo de metal, genera un estruendo parecido al de una campana que se ha vuelto loca.
Aunque no hay datos oficiales sobre la cantidad de localidades donde estos actos han ocurrido, por las mismas redes sociales puede saberse que por lo menos en Calabozo, Guárico; La Guaira, Vargas; Coro, Falcón; Trujillo, Trujillo; Los Teques, Miranda; Las Tejerías, Aragua; San Pablo, Yaracuy; San José de Guanipa, Anzoátegui, han sido derrumbadas y/o decapitados bustos y estatuas del Presidente fallecido.
En San Tomé, Anzoátegui, entre otras localidades, se dice que el régimen ha militarizado la plaza donde se encuentra la estatua de Hugo Chávez, aun de pie; y en otros como Maturín, Monagas, intentaron tumbar una pero las autoridades reprimieron a los manifestantes y se salvó, por ahora. En estados como Nueva Esparta —en Porlamar—, y en Bolívar, numerosos habitantes exhortan por las redes sociales que las de allí “pa’ cuándo”.
En Venezuela, no es la primera vez que se produce este tipo de ataques. En el año 2004, exactamente el 12 de octubre, un grupo de activistas y seguidores del gobierno chavista, hizo lo que denominaron un juicio simbólico y procedieron a tumbar de su pedestal la estatua de Cristóbal Colón, en Plaza Venezuela, obra del escultor Rafael de la Cova, una pieza, esta sí, de alto valor escultórico.
Pero probablemente, estos sucesos actuales, esta irreverencia sin miedo, esta iconoclastia feliz de demoler en serie las estatuas de un Presidente relativamente reciente, fundador, figura emblemática y mítica de un gobierno que aún se mantiene en ejercicio, expresa —por los métodos y entusiasmo que va generando cada caída— un sentimiento muy profundo de rechazo a un proyecto político cruel e inhumano que ya arriba a un cuarto de siglo en el poder. Dice la conseja que “tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe”. El cántaro se quiebra, de la misma manera que la paciencia se agota. Es lo que ocurre en estos días en Venezuela, cuando la esperanza popular, luego de soportar lo inimaginable, se siente estafada y traicionada.
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