La convulsa Venezuela es territorio fértil para la ocurrencia de los giros históricos más insólitos, que con el pasar del tiempo parecieran temas de ficción. No es posible aburrirse en nuestro país, la fuerza de los hechos y los personajes se entrelazan, generando nuevas realidades a veces incomprensibles.
Un hombre poderoso vinculado con el proceso revolucionario de los últimos 25 años como Tareck El Aisami, hoy se encuentra preso por un demostrado caso de macro corrupción, mientras el delincuente más conocido nacional e internacionalmente, jefe supremo del Tren de Aragua, Héctor Rusthenford Guerrero Flores, alias Niño Guerrero, se encuentra libre gracias a las acciones del mismo Estado.
Un exvicepresidente y un pran están vinculados, ambos existen en el ámbito público por el concurso del otro, mucho se ha expuesto de la actividad criminal de cada uno de ellos, eso sí, ambos son una expresión de la crisis institucional y moral del país, reflejan el caos revolucionario por el que transitamos.
El joven criminólogo proveniente de la Universidad de Los Andes, fervoroso militante de la izquierda, logró energizar el movimiento estudiantil a favor del proyecto que encarnaba Hugo Chávez, con lo que ganó cierto prestigio y los favores del poder para acceder posteriormente a importantes funciones públicas. Por su parte, Niño Guerrero daba sus primeros pasos en la criminalidad violenta durante el comienzo de la revolución bolivariana, entraba y salía de la cárcel, mientras adquiría influencia, poder y fama dentro del mundo criminal. Mientras Tareck logró arribar en 2007 al viceministerio de seguridad ciudadana del Ministerio de Interior, e imponía su nueva visión criminológica del sistema carcelario, el Niño Guerrero ya tenía rato como huésped de este sistema.
«Nace el pranato, como expresión autóctona de la nueva dinámica poder-criminalidad, con El Aissami y Rusthenford a la cabeza»
Para ese momento (2007), en las cárceles venezolanas se producían recurrentes hechos de violencia, con sangrientos saldos de muertos y heridos. Es ahí cuando se cruzan las vidas de estos dos personajes emblemáticos de la criminalidad venezolana.
El Aissami, diseña un plan “revolucionario” para enfrentar esta realidad. Para ello, se aleja del cumplimiento de la ley (como lo ha hecho siempre), e inicia un reconocimiento para identificar quién o quiénes han forjado a punta de violencia su liderazgo dentro de los establecimientos penitenciarios. Este es el punto de partida de una relación hasta ahora indisoluble, entre los líderes criminales y el poder político chavista. Nace el pranato, como expresión autóctona de la nueva dinámica poder-criminalidad, con El Aissami y Rusthenford a la cabeza.
El planteamiento era simple: reconocer el poder de los pranes como auténticos líderes del sistema carcelario, utilizarlos como actores legítimos para la disminución de la violencia carcelaria. Para ello, los pranes se comprometen a imponer sus reglas dentro de las cárceles y disminuir la violencia, y a cambio, el Estado les permite ejercer su poder de facto, dentro y fuera de los establecimientos penitenciarios.
Los pranes se fortalecen, son pocos y pasan a ser interlocutores del gobierno, se les permite el cobro de la causa (impuesto al resto de los detenidos), se les dan licencias para autogestionar los recintos, nacen las discotecas, las mangas de coleo, las tiendas, comercios, se expanden las rentas criminales que se gerencian desde la cárcel, mientras disminuyen temporalmente los muertos y heridos, pues se impone una gobernanza criminal. Ahí tiene su génesis El Tren de Aragua, pero también crece el poder político y económico de Tareck El Aissami. Llega a ministro de interior, y con ello tiene en sus manos el control de todo el aparato de represivo y de investigación del Estado, decide a quién se persigue y a quién no.
Los pranes están seguros, y seguirán seguros y fortalecidos cuando este mismo plan pasa al control del ministerio de asuntos penitenciarios en manos de Iris Valera. Por supuesto, la violencia carcelaria no cesó, al inicio pareció ceder, sin embargo las organizaciones criminales carcelarias salieron fortalecidas, ganaron espacios, generaron nuevas modalidades, pero también se pusieron al servicio del régimen para quienes ejecutaban los “trabajos” que le fueron encomendados.
El Aissami acoge la criminalidad de “White collar”, siempre apuntando a la acumulación de poder y a colocar a personas de su entorno en puestos claves de la administración (donde está la plata).
Construye cuidadosamente un entramado de mecanismos de corrupción y lavado, apalancado en los negocios públicos, contrataciones, minería, petróleo, importaciones, régimen cambiario, cripto activos, empresas básicas. Todo pasa por sus manos, el poder que acumula es inmenso.
Su par, el Niño Guerrero, logra expandir su imperio criminal más allá de las fronteras. En Chile, Perú, Colombia, Ecuador y hasta en los EE.UU. van instalándose sus emisarios, quienes se dedican a una criminalidad más rupestre. Sicariato, robos, extorsiones, microtráfico de drogas, trata de personas, tráfico de migrantes, robo de vehículos, tráfico de armas, entre otras acciones, van teniendo el sello del Tren de Aragua.
Varias fiscalías de Latinoamérica van acopiando las pruebas, establecen como factor común de estos hechos, que las instrucciones se giran desde la cárcel de Tocorón. Paralelamente, se “extravían” 23 mil millones de dólares de la hacienda pública en Venezuela, todas las operaciones señalan la coordinación del entonces ministro de petróleo.
En otro giro del destino, el régimen decide hacer un operativo en Tocorón para “neutralizar” al Tren de Aragua. En una confusa y disparatada toma militar Niño Guerrero y todos sus colaboradores se esfuman, nadie sabe donde están, mientras todos los colaboradores de El Aissami son destituidos de sus cargos y encarcelados.
Hoy El Aissami está preso por decisión de Maduro, que intenta lavarse el rostro de su inmensa corrupción sacrificando a un peón, mientras enfrenta una coyuntura electoral. De Niño Guerrero no se tienen pistas, sólo conjeturas. Uno y otro se encuentran entre las mayores expresiones del crimen institucionalizado en Venezuela.
Como cierre de este insólito relato, el canciller venezolano sostiene ante la opinión pública internacional, y desafiando a los sistemas de justicia de toda América, que “el Tren de Aragua no existe”, que es una invención de los medios.
Pareciera que, por ahora, convenientemente solo existe el Tren de Tareck, que ahora luce no como corrupto, sino como conspirador. Sobre esto aún no se dice la última palabra, Niño Guerrero podría ser ahora miembro del gabinete de Maduro y El Aissami, el nuevo pran de Tocorón, ya nada sorprende.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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