Empezó el nuevo año litúrgico. Tiempo de reencuentro. Para la familia venezolana es el momento del renacer a la esperanza y a la libertad. Cada gesto, símbolo, palabras, nos recuerdan que siempre hay un camino que puede abrirse en medio del más frondoso e impenetrable monte. A veces toca vivir al límite de la justicia y la verdad, para poder vencer a la injusticia y a la mentira, esta última busca quebrarnos, pero la verdad es más poderosa, como dice el evangelio: la verdad os hará libres.
La persona está en permanente búsqueda de la libertad, puede haber episodios oscuros, pero hay vivencias profundas y fundamentales capaces de superar el sometimiento. En Venezuela hemos visto renacer de las cenizas esa determinación a ser libre, animada por la relación afectiva, la convivencia, la familia, el reencuentro, el estar con el otro. La posibilidad de toparnos con su rostro, su vida, su presencia. Volver a la convivencia, es el hilo vital del adviento, encontrarnos con la vida, con la verdad, con la relación humano-divina.
Esta persona a la que me refiero es el venezolano de a pie, el que vive en nuestros barrios o en urbanizaciones, que tiene que lidiar con la inclemencia de la injusticia, del hambre, de la exclusión. El venezolano de nuestros tiempos, cuyo rostro de dolor va siempre a nuestro encuentro. Coincidimos en este camino que transitamos marcado por una opresión popular generalizada.
Por muy difícil que sea el momento, que lo es, seguimos teniendo la facultad de sobreponernos a las limitaciones. Primero desde cada quien y luego, desde el conjunto de los que convivimos la adversidad desde la esperanza. Hay un texto fabuloso de Ortega y Gasset que coloca este problema de relieve: “El hombre y la gente”: “cuando queremos describir una situación vital extrema en que la circunstancia parece no dejarnos salida ni opción, decimos que se está entre la espada y la pared… Es evidente que esa frase nos invita a elegir entre la espada y la pared. Privilegio tremendo y gloria de que el hombre goza y sufre por veces, el de elegir la figura de su propia muerte: la muerte del cobarde o la muerte del héroe, la muerte fea o la bella muerte”.
Aun en las circunstancias límites se elige vivir o morir, decidir por una u otra acción, el encierro implica opciones, siempre las tendremos. ¿Es la ausencia de libertad una alternativa?, porque puede estar preso el cuerpo, y duele, pero el pensamiento y la vida se producen, están ahí, luchando contra el encierro. Esa es ya una decisión. El camino que le queda a un pueblo que está entre la espada y la pared, es la resistencia, el silencio oportuno y las acciones posibles a la sombra del sometimiento.
Hemos aprendido como pueblo a callar, esperar y seguir, la prudencia popular nos acompaña, sabiduría proverbial: “aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio, cuando cierra los labios, por prudente». El adviento es uno de los momentos más maravillosos del tiempo litúrgico, en él renovamos la esperanza y la confianza.
Sigo pensando en Ortega, su hombre y la gente, vemos que la evasión es una opción: “…de toda circunstancia, aun la extrema, cabe evasión». El pueblo no ha evadido, afrontó y actuó con fe y determinación. Dio su vida por la familia y el reencuentro. No hay tibieza en la decisión popular, hay prudencia.
Continúa diciendo el autor de nuestra referencia: “De lo que no cabe evasión es de tener que hacer algo y, sobre todo, de tener que hacer lo que, a la postre, es más penoso: elegir, preferir”. Penoso por lo que tienes que sacrificar cuando escoges la verdad. Difícil elegir la verdad, pero satisfactorio, correcto, estamos entre la espada y la pared, entre el bien y el mal. Para nuestro pueblo y los líderes políticos que actúan desde la verdad, en su (nuestra) elección prevalecerá la ética, el bien, como dice el evangelio: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.” Lo hará a causa de la verdad, la encontrará porque la acción es justa.
En estos tiempos del adviento, justo pensar en todos los símbolos que nos acercan a la redención, al nacer una vez más, al nuevo comienzo, a la verdad y la vida. Al silencio oportuno, como el de María cuando dijo al señor: hágase en mí según sea tu voluntad, y trajo en sus entrañas al salvador del mundo. La encarnación de Dios. Dios con nosotros, al Enmanuel.
La paciencia, virtud que con la esperanza y la confianza nos guía en estos tiempos de oscuridad. Como en Job, después de haber vivido tanto dolor, sufrimiento, hambre, es capaz de decir: “cuando está callado, ¿quién puede condenarle?; y cuando esconde su rostro, ¿quién puede descubrirle?; esto es, tanto, nación como hombre”. Ante la palabra cómplice, apostamos por el silencio soportado en la resistencia y la justicia.
Feliz adviento.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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