Aumenta la presión sobre la dirigencia opositora venezolana a medida que se acercan fechas límite establecidas por el Consejo Nacional Electoral para, como siempre, hacerle la vida de cuadritos a los adversarios de Nicolás Maduro y beneficiar así al Presidente.
El sábado, verbigracia, vence el plazo para la sustitución de candidaturas inscritas de manera tal que el reemplazo aparezca reflejado en el tarjetón (hasta el 18 de julio es posible hacer un cambio, pero sin que el resultado se vea en la máquina). Dado que la política venezolana tiene una tendencia a dejar todo para última hora, es posible que los periodistas y demás personas con oficio observador de dicha política tengamos que correr con informaciones e interpretaciones en un día cuando todo el mundo lo que quiere estar bajo un cocotero de Choroní, en una sala de cine con la pareja o en un bar sorbiendo Santa Teresa 1796 con amigos.
En fin, se precipita el momento en el que la oposición tendrá que tomar decisiones cruciales sobre cómo acometer las elecciones presidenciales, si así puede llamárseles, del 28 de julio. Sobre todo la líder de Vente Venezuela, María Corina Machado, ganadora de la primaria de octubre, y quienes la apoyan. Ella insiste en una candidatura que la represente para así superar la inhabilitación arbitraria que se le impuso, luego de que el CNE no permitiera la inscripción de la profesora Corina Yoris con tal propósito. No obstante, pasa el tiempo sin que este sector opositor aclare, o indique siquiera, cómo piensa lograr aquello. Machado sigue recorriendo el país, atrayendo a multitudes por donde pasa y organizando los llamados “comanditos” electorales. Acciones con valor estratégico para cualquier candidatura. Pero el problema es que la candidatura no se ha materializado.
Es por eso que otro grupo, que se ha cohesiona en torno al gobernador del Zulia y cabeza de Un Nuevo Tiempo, Manuel Rosales, cuya nominación el CNE sí aceptó, llevan semanas llamando directa o indirectamente a todos los interesados en un cambio de gobierno a que se les unan. Que Machado y compañía desistan, pues su causa está condenada, y pasen a engrosar las filas de los comprometidos con Rosales, con quien la victoria es segura si la mayoría vota por él. Si ese argumento suena demasiado bueno para ser verdad en esta tierra políticamente endemoniada, es porque en efecto la probabilidad de que no sea verdad es considerable. Lo suficiente como para mirarla con al menos un poco de escepticismo.
En la última emisión de esta columna señalé que, a mi juicio, la candidatura de Yoris no fue aceptada pero la de Rosales sí, porque el gobierno considera que la segunda no representa molestia alguna para sus intereses. También me comprometí a presentar más adelante las implicaciones de ello en la forma en que se está desarrollando el llamado a votar por él. Es lo que toca ahora. He notado dos grandes problemas, que a continuación discutiré.
El primer problema es de lógica. Parte de un reconocimiento, tácito en algunos partidarios de Rosales y expreso en otros, de que el gobernador zuliano nunca fue la primera opción para muchos en la base opositora.
Hay aquí una admisión limitada de lo que supone el “filtro” electoral, más o menos así: “Es verdad que el gobierno solo permitirá una candidatura alternativa que considere débil, por generar desconfianza y malestar en un número de votantes opositores difícil de precisar, pero muy probablemente suficiente como para que la abstención opositora haga imposible que esa candidatura tenga más votos que la de Maduro”. Ergo, y teniendo en cuenta que la oposición solo puede moverse dentro de sus posibilidades y no de sus aspiraciones, todos los inconformes con Rosales deben omitir los motivos del desagrado y respaldar su candidatura. En términos freudianos, esto sería el principio de la realidad tomando las riendas del ego luego de arrebatárselas a un principio del placer irracional que sigue adherido a Machado y su entorno.
Pero entonces esa candidatura débil se volvería fuerte y chocaría con la premisa de que el gobierno no aceptará ningún retador que pueda ser competitivo. En cuyo caso, cabe esperar que un Rosales con alta intención de voto sea excluido del proceso.
Ruego que nadie tenga el despropósito de decirme que “no se puede” o que la élite gobernante “no se atrevería”. La excusa sería lo de menos, pues no es necesario convencer a nadie cuando la apuesta es que la intimidación bastará para ejercer control social. Fueron capaces de inhabilitar a Freddy Superlano, dirigente de Voluntad Popular, incluso después de que sorpresivamente ganara los comicios para la Gobernación de Barinas. ¿No serían entonces capaces cuando es Miraflores lo que está en juego?
Una encuesta reciente de la firma More Consulting es elocuente al respecto. Proyecta que, sin que Machado le dé un espaldarazo a ningún candidato inscrito, Maduro sería el candidato más votado, con 27,7%, seguido por Rosales, con 15,9%. En cambio, un candidato cualquiera al que Machado le levante la mano tendría una intención de voto de 45,8%, muy por encima del 21,6% para Maduro y 4,9% para Rosales.
Asumamos por un momento que Machado apoya a Rosales y que todos o casi todos sus seguidores se suman a los incondicionales del gobernador. Eso da 50,7%. El chavismo, por supuesto, se daría cuenta si ese escenario se concretara. Fue lo que impidió la inscripción de Yoris, en primer lugar. Si lo hicieron con una persona sin trayectoria política previa, no veo por qué no podrían hacerlo con una figura reconocida a nivel nacional, como Rosales.
Ahora bien, hagamos otro ejercicio imaginario. Asumamos que, con o sin el apoyo de Machado, Rosales logra volverse el favorito para ganar el 28 de julio, le permiten mantener su candidatura hasta ese día y termina siendo el ganador, con un margen inmenso. Surge aquí el segundo problema en la forma en que se está moldeando la convocatoria a sufragar por Rosales, cuya discusión requiere una extensión mucho menor.
El argumento es que, en un escenario así, a la élite gobernante no le quedaría más remedio que aceptar el resultado de inmediato y emprender una transición hacia la democracia de la mano de Rosales. Mi pregunta es: ¿Por qué?. Digo, no es que me parezca imposible, pero, ¿qué les hace pensar que eso es seguro o siquiera muy probable? No veo ninguna razón para considerar inconcebible que más bien la élite gobernante haga algo parecido a lo que hizo con la Asamblea Nacional tan pronto como cayó en manos de la oposición en 2015. O incluso con Superlano en 2021, por volver a ese ejemplo. Es decir, que de una forma u otra el resultado no sea reconocido y no haya ninguna transición. Después de todo, no se ve ninguna señal de que en Miraflores haya habido un giro, aunque sea incipiente, hacia la democracia. Todo lo contrario. La represión del disenso y de la voluntad de cambio se acentúa. No entiendo entonces cómo un llamado a votar puede prescindir de un plan para el manejo de casos como los mencionados en este párrafo.
Me he cansado de advertir sobre el realismo político impostado (vaya paradoja). Volviendo a la terminología psicoanalítica, acá no hay ningún principio de la realidad en acción, pues la realidad es ignorada y edulcorada. Lo “real” en estos señores más bien lo es en la acepción lacaniana: aquel aspecto del inconsciente que, por traumático, resiste toda significación y no tiene ningún sentido.
La inmensa mayoría de los venezolanos está traumatizada por lo que el chavismo ha hecho con sus adversarios. Nos encantaría que el entorno fuera otro, pero simularlo no lo va a cambiar. Como el ciudadano común lo entiende, y en muchos casos se siente burlado si lo llaman a votar desconociendo el entorno, creo que a la candidatura de Rosales le costará mucho coger impulso si no aborda de manera transparente estos dos problemas, lo cual no exime a la otra facción, la de Machado, de su falta de claridad sobre cómo proceder. Como ya he dicho, no hay caminos fáciles fuera de esta tragedia, pero no podemos darnos el lujo de desperdiciar la oportunidad de julio.
La entrada Dos problemas del “candidato aceptable” se publicó primero en La Gran Aldea.
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