¿Hay un solo ejército venezolano, continuador y custodio de la gesta de la Independencia? Si nos atenemos a las arengas del teniente coronel Hugo Chávez, en la cumbre de nuestra vida ha reinado un solo contingente heroico que formó Simón Bolívar con la misión de cuidar la marcha de la República hasta el fin de los tiempos. En consecuencia, el régimen que encabezó personalmente después de aclimatarse en los cuarteles fue, según afirmó en miles de ocasiones, la continuación de una sola gesta con la misión de concretar el trabajo de unos soldados que cumplieron el primer capítulo de su epopeya cuando ganaron la guerra contra el Imperio español, pero que se propusieron una permanencia histórica para garantizar el bien supremo de la libertad. La misma gente uniformada y condecorada que hoy acompaña a Nicolás Maduro, por lo tanto. De seguidas se hará un comentario, necesariamente breve e incompleto, sobre esa versión sin fundamento.
Hay, en efecto, un ejército victorioso que no solo despacha a las tropas que pretendían el mantenimiento de un rey monstruoso como Fernando VII en Venezuela, sino también en inmensas porciones de la América del Sur. Ese ejército logra el establecimiento de gobiernos de orientación moderna que pretenden garantizar principios de libertad y democracia según se entienden en las tres primeras décadas del siglo XIX, pero la conclusión de la guerra lo lleva a la desaparición. La paz provoca el desmoronamiento de unas fuerzas aguerridas que regresan al contorno venezolano sin encontrar formas de subsistencia, ni un liderazgo empeñado en unificarlas. ¿Qué hacer, cómo seguir en el candelero sin enemigos realistas, sin campos de batalla como Boyacá y Carabobo? La desaparición de Colombia hace que inmensas muchedumbres de soldados desarrapados traten de ganarse la vida sin proyectos plausibles, una situación que no solo crece cada vez más en la precariedad de la soldadesca sino igualmente en la carrera de centenares de oficiales desafortunados. De allí una mengua explicable, una anemia sin antídoto que debe esperar hasta el siglo XX para topar con la posibilidad de una vitamina.
“Ese ejército logra el establecimiento de gobiernos de orientación moderna que pretenden garantizar principios de libertad y democracia según se entienden en las tres primeras décadas del siglo XIX, pero la conclusión de la guerra lo lleva a la desaparición”
La despedida formal del Ejército Libertador, nada gloriosa sino todo lo contario, sucede en 1835, cuando muchos de los miembros del Estado Mayor de Bolívar se levantan en armas contra el presidente José María Vargas. Son derrotados por la única figura realmente poderosa que queda del pasado reciente, José Antonio Páez, después de unas escaramuzas que demuestran la debilidad de sus enemigos; o mediante tratos de favor que ellos aceptan a la carrera para hacer un inexorable mutis por el foro. Una defunción definitiva, un viaje concluyente hacia el túmulo, pese a los intentos que hace el teniente coronel Chávez en el siglo XX para resucitarlos. Pero no solo desaparecen porque la República liberal les niega sus habitaciones, sino también por motivos cronológicos: están ya viejos y físicamente enclenques, tanto oficiales como soldados rasos. Antonio Guzmán Blanco pretende exhibir formaciones y desfiles de muchachos uniformados para demostrar la existencia de un soporte militar que representa a la República, pero no pasa del relumbrón. El presidente Raimundo Ignacio Andueza observa la carencia y trata de superarla, pero el empeño permanece en el papel por motivos presupuestarios. Por fin Cipriano Castro le mete pecho a la situación con todas las ganas del mundo, pero apenas da unos primeros pasos porque lo echan del gobierno.
La renta petrolera hace que Juan Vicente Gómez convierta en realidad el designio de un ejército inexistente, de la institución que no había podido establecerse en un país harapiento y descabezado. La Academia Militar, la Inspectoría General del Ejército, el Estado Mayor, los boletines de instrucción, un escalafón concertado, el armamento de última generación, los barcos de acero y los aviones veloces, los uniformes, la distinción de las medallas, los grandes desfiles para contemplación de la sociedad y el beneficio de los hospitales militares por fin se vuelven realidad concreta, pero es una creación sin vínculos con el pasado, realmente una criatura inédita llamada a perdurar. Como el nacimiento coincide con los fastos del Centenario de la Independencia -Campo de Carabobo, procesiones, discursos y estatuaria en proliferación, Samán de Güere incluido…- se le hace fácil al dictador juntar la gimnasia con la magnesia, para que se establezca la relación entre su fábrica y la historia de las batallas y las ideas contra el Imperio español, pero en realdad ha creado el brazo armado de una tiranía.
Muy buena parte de lo que en adelante tiene relación en Venezuela con las Fuerzas Armadas y con las necesidades de la República sale del parto gomero, Chávez incluido. La Independencia y Bolívar son solo oportunos mascarones de proa.
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