El lugar está medio destruido o a medio hacer. No es fácil saberlo. Posiblemente fue o iba a ser un hogar, pero lo que queda de la estructura lo usan algunos pescadores como depósito. Y Willy quiere que entremos a ver lo que hace el petróleo derramado en el mar.
Estamos a la orilla del río Aroa, a pocos metros de la playa de Boca de Aroa. Hay botes amarrados a la espera de mejores días para volver a la faena. Hay casas, niños, vallenato a todo volumen, un perro con la lengua oscura y hombres y mujeres que nos ven llegar con curiosidad. También está esto que Willy nos quiere mostrar.
Lo que vemos es una enorme red con diferentes tejidos, con boyas, pesos: el “chinchorro” que utilizan en la pesca artesanal, de arrastre. El “jalapatierra” está en el piso, expuesto al sol. Lo que era amarillo ahora es negro. Y brilla. Está cubierto casi totalmente por una densa película de hidrocarburo. Por momentos da la sensación de ser un enorme y complejo animal que ha muerto víctima de la contaminación.
-Pérdida total
Dice Willy Villegas, vocero del Frente Nacional de Pescadores del estado Falcón. Y los otros tres hombres que entraron al lugar también asienten sin dejar de mirar el chinchorro. Lo que ven es el instrumento de trabajo que da sustento diario a diez o doce personas. En efecto, lo que hay ante sus ojos es pérdida, aunque este jalapatierra no les pertenece.
El dueño aparece de pronto y no le hace ninguna gracia que su propiedad –el chinchorro- se exponga a la cámara. Le preocupa que la imagen del aparejo de pesca cubierto de hidrocarburo circule por las redes sociales, se viralice y que alguien la utilice “para lo malo”. Sin decirlo del todo, cree que si usan las fotos o el video “para lo malo”, él termine doblemente perjudicado justo ahora cuando acaban de comenzar las gestiones para que el Estado indemnice de alguna forma a los pescadores afectados por el más reciente derrame de la vecina refinería de El Palito, detectado el 14 de agosto por imágenes de satélite y que alcanzó las costas de Boca de Aroa dos días después.
-Ayer tuvimos una reunión con gente de la directiva de Pdvsa para determinar quiénes son los más perjudicados y cómo nos pueden ayudar con las pérdidas.
Esta explicación de Willy ayuda a entender la molestia del propietario del chinchorro. Porque la realidad es que desde que apareció el hidrocarburo flotando en el mar frente a Boca de Aroa y llegó a la playa y al propio río, no han podido salir a pescar. Este es un pueblo que depende de esa actividad y del turismo. Y la una y la otra quedan suspendidas ante un derrame de esta magnitud.
De acuerdo con Willy Villegas, hay 670 pescadores registrados en Boca de Aroa y 24 embarcaciones activas en las distintas modalidades de pesca artesanal.
“70-80% de la comunidad son pescadores. El beneficio de la comunidad viene del mar”. Y para el momento en el que hablamos -24 de agosto- ya han pasado casi diez días sin salir a faenar: “Toda la playa se llenó de petróleo. Y fíjate que la ola es tan fuerte que cuando subió la marea, el río fue afectado por el petróleo”.
Villegas habla sobre la situación y los problemas que genera, pero en sus palabras Petróleos de Venezuela y las autoridades están haciendo lo que hay que hacer: “El gobierno informó a la comunidad. Fue un accidente y había que informarlo”. Sin embargo, hasta el momento no se ha visto una comunicación oficial dirigida al resto del país que explique lo ocurrido.
Hoy en la playa todavía hay algunos restos del hidrocarburo que asoman luego de los trabajos de remoción de la arena. No se ve el crudo flotando en las aguas porque –obviamente- han pasado ya suficientes días como para que se disperse y se hunda. Lo de siempre. “Es el mar, el agua lo trae, el agua se lo lleva”, resume Willy Villegas con un leve dejo entre poético y esperanzado que se desvanece cuando se le pregunta si no teme que merme la pesca.
“Dios quiera que no… Pero sí puede afectar, que disminuyan algunas especies”, reconoce porque sabe que esa también es una de las consecuencias. Lo ha visto: “Aquí predomina el jurel, el carite, la curvina, el paito, el tajalí, róbalo… Y más adentro, ya pesca del altura, el pargo. El derrame de 2020 afectó esa variedad, pero no tanto a la artesanal sino mar adentro”.
-¿Y estos días sin poder pescar, cómo han hecho para producir, para comer?
-Nos ayudamos con los pescadores que hacen otro tipo de pesca que no es con jalapatierra.
Willy Villegas, pescador de Boca de Aroa, muestra sus manos manchadas de petróleo
La refinería de El Palito inició sus operaciones el 23 de junio de 1960 en las costas del estado Carabobo, en el Municipio Puerto Cabello y muy cerca del pueblo El Palito. Frente a ella, las aguas del Golfo Triste que la avecinan por un lado con el Parque Nacional Morrocoy (Falcón) y por el otro con el Parque Nacional San Esteban (Carabobo).
Y justo a su derecha, está la playa de El Palito, un desangelado balneario al que la comunidad organizada le ha puesto empeño para hacerlo agradable al turista que busca una opción cercana y de fácil acceso.
Hoy la gente aquí prefiere no hablar con periodistas porque hay actividad relacionada con el derrame. Frente a la hilera de restaurantes y servicios de la playa, hay representantes del Instituto Nacional de Espacios Acuáticos reunidos con personas de la comunidad. Y un poco más allá, a la izquierda, en dirección a la refinería cuyo muelle se observa a lo lejos, bolsas negras apiladas en la arena.
-Están recogiendo el petróleo de otra playa y la traen para acá en lancha.
Eso le desliza alguien a Gabriel Cabrera, de las ONG Jóvenes por el Clima y Centro de Activismo y Desarrollo Democrático. El abogado y comunicador social, explica que las traen de un lugar llamado El Playón donde el efecto del derrame fue más fuerte, pero no hay acceso terrestre. Son entre 40 y 50 bolsas a medio llenar y no están selladas.
“Miren el petróleo”, dice Cabrera y toma una porción de arena que le deja la mano impregnada de una sustancia negra, viscosa: “Imagínate esto en el fondo del mar”.
Es la mañana de un sábado, el sol no da tregua y hay gente disfrutando el día de playa. Mientras recorremos la orilla, se percibe leve pero constante, un olor que recuerda al del aceite en un taller mecánico. Cabrera insiste en detenerse a mostrar la gran cantidad de manchas negras en la arena, como arañazos: “Hay gente que cree que es que la arena está oscura, pero esto son restos de petróleo… Claro, habría que hacer análisis”, dice, aunque no es posible determinar si forman parte del derrame del 14 de agosto o son partículas acumuladas de alguno de los tantos accidentes anteriores.
Porque obviamente, esta no es la primera vez. El vocero de Jóvenes por el Clima asegura que desde 2019 han ocurrido al menos veinte derrames de hidrocarburos en la zona y que solo entre junio de 2019 y agosto de 2020 se reportaron 10 episodios.
“Empezamos a documentar los derrames en 2019. En 2020 la gente tenía el problema de la pandemia y de los derrames, lo que generó una situación precaria para la comunidad desde el punto de vista económico”, cuenta Cabrera. “Hicimos recolección de insumos para ayudarlos y entre 2021 y 2022 organizamos jornadas para informar sobre los efectos de los derrames y certificamos a treinta personas en materia de desechos sólidos, en cómo proceder ante los derrames, en organización… Son tolderos, pescadores, gente del consejo comunal… Y nos encontramos con personas con afecciones respiratorias. Aquí atrás, a más o menos un kilómetro, están las lagunas de oxidación de la refinería donde queman petróleo. Cada vez que lo hacen se ve una columna de humo negro y empiezan los problemas respiratorios en la gente porque ese humo va hacia la comunidad y llega incluso a Puerto Cabello”.
No es sencillo llevar la cuenta de la ocurrencia de estos eventos. La industria petrolera no los reporta y el registro solo es posible cuando los estragos que ocasionan son observables. Y, por supuesto, no son exclusivos de El Palito.
La ONG Observatorio de Ecología Política tomó nota de 86 derrames petroleros en Venezuela durante el año 2022, de los cuales tres corresponden a Carabobo. En 2023 contabilizaron otros 86 casos, 40 en el estado Zulia y uno en El Palito.
El de julio de 2020 se inscribe entre los derrames de crudo más severos en el récord de esta refinería. El día 29 de ese mes, hubo registro satelital de un tanquero con problemas mecánicos frente a La Guaira. Las imágenes tomadas por el servicio de seguimiento Tanker Trackers, mostraban también una mancha de petróleo a 85 kilómetros al suroeste del barco y a partir de ahí se difundió la información de que la nave averiada era la causante de un derrame. Pero no fue así.
El biólogo marino Eduardo Klein revisó tomas de satélite de días anteriores y encontró que el 22 de julio había una mancha de al menos 5,5 kilómetros frente a El Palito. En su seguimiento, pudo estimar un volumen de 23 mil barriles de petróleo derramados en el Golfo Triste –más del doble del célebre accidente en las Islas Mauricio el mismo año- y la mancha llegó a ocupar hasta 350 kilómetros cuadrados de superficie.
En una entrevista para El Estímulo, en ese momento Klein describió el recorrido hacia Falcón: “Es una mancha larga. Y parte de esa mancha se separa y cae en las playas de Boca de Aroa y Tucacas. Otra parte cae sobre los cayos exteriores de Morrocoy. Y la otra, continúa rumbo norte, pasando por cayo Borracho y sigue más allá y por eso vemos reportes de gente limpiando crudo en Playa Los Cocos, en Chichiriviche”.
Y así dibujó entonces la realidad de la instalación de Pdvsa en Carabobo: “Desde 2019 la refinería de El Palito está todo el tiempo derramando hidrocarburos. Hay hidrocarburos en sus playas todo el tiempo. Hay eventos más grandes, más pequeños, manchas muy localizadas, otras más grandes, pero siempre hay. Y es por la gente que se sabe de estas situaciones. Como dicen por ahí, el gobierno no reconoce que la refinería es como un cacharro viejo al que quieren poner a rodar a 250 kilómetros por hora, pero está pistoneando y botando aceite por todos lados. Si no es por la gente, esto hubiera pasado por debajo de la mesa”.
El otro suceso de gran magnitud se dio en diciembre de 2023. A mediados de 2022, Pdvsa firmó un contrato de casi 115 millones de dólares con la empresa iraní Oil Engineering and Construction Company para reparar y reactivar la refinería de El Palito (que tuvo que detener sus operaciones debido a daños causados por el petróleo importado de Irán) y en junio de 2023 ya había arrancado parcialmente sus actividades.
En la mañana del 26 de diciembre de 2023 se produjo un derrame de los residuos de crudo y aceites acumulados en la laguna de oxidación de El Palito. Dos días más tarde, las imágenes de satélite captaron una mancha de aproximadamente 103 kilómetros cuadrados. A falta de información oficial, Klein estimó en su momento el equivalente a unos 20 mil barriles de petróleo, que afectaron principalmente a las playas del estado Carabobo, lo que incluye el Parque Nacional San Esteban.
El impacto del derrame de 2020 –y la alta frecuencia de eventos de ese año en el país- llevó a la Academia Nacional de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales a organizar un foro para discutir el problema y proponer acciones. Más tarde elaboraron un documento publicado en enero de 2022 titulado “Efectos de los derrames de hidrocarburos en el ambiente. Recomendaciones para su mitigación”, con la esperanza de que las voces de expertos con formación técnica especializada llegaran tanto a las cabezas de Pdvsa como a las autoridades con competencia en materia petrolera y ambiental.
Pero si la evidencia demuestra que ni siquiera se ha aplicado –ni actualizado- el Plan Nacional de Contingencia Contra Derrames de Petróleo en Aguas aprobado por decreto presidencial el 9 de julio de 1986, resulta casi ilusorio que atendieran al llamado de atención.
Un boletín publicado por la Academia en 2021 advertía: “En los últimos años, con una mayor frecuencia en el 2020, han ocurrido una serie de derrames en Venezuela tanto en ambientes marino-costeros como en ambientes terrestres. Todos han traído a corto plazo problemas muy serios en estos ambientes y para empeorar el panorama no se cuenta con estadísticas e informaciones comprobables sobre el número de eventos, su magnitud y sus efectos. La ocurrencia de derrames de hidrocarburos de distinta magnitud y naturaleza es un riesgo asociado a la actividad de la industria petrolera, pero no se justifica el aumento de la frecuencia y la extensión de estos accidentes previsibles y controlables, que además reflejan violaciones de las legislaciones nacionales e internacionales en materia de petróleo y ambiente”.
Como todas las mañanas, el 16 de agosto de 2024, después de servirse el primer café del día, el biólogo marino y coordinador del Laboratorio de Sensores Remotos de la Universidad Simón Bolívar, Eduardo Klein se sentó frente a la pantalla a revisar imágenes satelitales del Lago de Maracaibo y de las costas de Venezuela. Una captura del 14 de agosto despertó su atención: una mancha de 30 kilómetros de largo, otra vez en el Golfo Triste.
-En este caso, no se ve el origen exacto del derrame y la mancha está ubicada en una playa de acceso restringido entre El Palito y Planta Centro.
Eso aclara quien –como tantas otras veces- dio la alarma a través de su cuenta en X (@diodon321) sobre este derrame que ocupaba una superficie de 225 kilómetros cuadrados y que ya había llegado a las playas de Boca de Aroa.
Conocedor de la situación de la refinería, no le sorprendió que ocurriera. Pero había algo diferente.
“Los grandes derrames anteriores de El Palito, el de julio de 2020 y el de diciembre de 2023, fueron de la refinería. Esos derrames se ocasionan porque ellos tienen unas lagunas allí donde se almacenan los desechos”, explica. “Son unas lagunas de decantación, básicamente, en las que ellos luego sacan el agua y el hidrocarburo remanente lo queman. Esos dos derrames coinciden con unos picos de lluvia muy fuertes que ocurrieron el día antes. ¿y qué pasa? Llueve muchísimo y esas lagunas, que no tienen el mantenimiento ni el equipamiento adecuado, se desbordan y el petróleo va para afuera. En la imagen satelital se ve que salen de la refinería”.
En esta ocasión, entra en escena Planta Centro, la central termoeléctrica ubicada en la autopista Morón-Puerto Cabello, que utiliza fuel oil de alta viscosidad para su funcionamiento.
“Hay un oleoducto que comunica a la refinería con Planta Centro y que suministra el combustible, el fuel oil pesado, para las calderas de la termoeléctrica. Ese tubo, aparentemente, presentó una ruptura en una de las juntas y eso fue lo que liberó el fuel oil. Por eso es que se ve que la mancha se encuentra en esa franja de playa entre la refinería y Planta Centro”.
Y advierte: “Este derrame es más grande que los anteriores”.
Lo que vio Klein es que hubo dos grandes manchas. La que apareció el 14 y que se movió hacia la izquierda –en dirección a Morrocoy- y que terminó cayendo en las playas de Boca de Aroa para luego dispersarse. Y otra el 19, que se desplazó hacia el Este, afectó a El Palito y las zonas cercanas y siguió a la derecha de la refinería y parte de ella alcanzó las aguas frente a Choroní, en el estado Aragua.
A partir del 19 de agosto, ya no observó que el fuel oil continuara vertiéndose en el mar, lo que conduce a presumir que el oleoducto fue reparado. Otras imágenes muestran un punto en la ruta de la tubería en el que se abrieron trochas en medio de la vegetación: “Estaban limpiando, abrieron unos caminos, se ve que trataron de contener la cosa, pero nadie dice nada. No estaban preparados”.
Hay un dato importante que ayuda a tener idea de la magnitud del vertido de combustible al ambiente: “Ese tubo va por fuera, pasa muy cerca de la carretera hacia Morón. Eso se rompió más o menos a 800 metros o un kilómetro de la costa. Tenían tiempo suficiente para contener eso antes de que llegara al mar. El tubo ni siquiera está cerca del mar. Ese hidrocarburo se derramó en tierra y se escurrió no sé si por el río Sanchón o por algún otro caño. Tenían que haber contenido ese derrame en el sitio”.
Asumiendo que ya repararon el ducto, el foco del problema sigue activo. Si bien el sábado 23 la playa de El Palito estaba despejada y en diferentes zonas de la costa de Boca de Aroa había equipos de remoción trabajando incluso con maquinaria pesada para limpiar el hidrocarburo de la arena, una imagen del 29 de agosto muestra que el fuel oil sigue cayendo en el mar: “Continúa chorreando desde el monte entre la refinería y Planta Centro. No creo que sea una fuga abierta, parece que no han recogido nada allí y el fuel oil está lixiviando desde la tierra”.
Algo similar ocurre en la playa que recibió la descarga directa: “Va a seguir saliendo porque simplemente está allí en la arena”.
Los efectos de un derrame de estas dimensiones son múltiples. Unos se ven de inmediato y otros podrían conocerse en el futuro si se hicieran los estudios y análisis, que en realidad no se hacen.
La primera consecuencia es la afectación económica de las comunidades cuando la actividad turística se suspende y la pesca artesanal se detiene. Eso es lo evidente: las manchas de crudo sobre la arena, las redes de pesca inutilizadas.
En simultáneo, las consecuencias sobre la vida marina. Las especies que no pueden escapar del lugar mueren: desde microorganismos, hasta gusanos, caracoles, chipichipis, corales e incluso peces. Y por supuesto, algas, las praderas de pasto marino que proporcionan alimento y son áreas de cría de peces. Todo eso sucumbe cuando el hidrocarburo, una vez que se evaporan sus componentes volátiles, se deposita en el fondo.
“Y una cosa muy importante y a la que casi nadie le presta atención, que son los efectos residuales del derrame”, apunta Klein: “Ese petróleo permanece en el fondo y hay efectos que no necesariamente son letales para los peces, pero van a tener otros efectos, por ejemplo, en la reproducción. A lo mejor tendrás disminución en la actividad reproductiva y en las poblaciones a futuro. También habrá una acumulación del hidrocarburo y sus componentes en los organismos marinos. Y, por ejemplo, el año que viene si haces algún análisis en peces, en sus tejidos podrás encontrar trazas de los hidrocarburos. Si los vertidos son recurrentes en la zona, ese riesgo es mayor. A pesar de que el pez no se muera, vas a consumir un alimento contaminado y eso se transfiere a los humanos”.
Lo que ocurre con el crudo es que de esa enorme mancha una parte se volatiliza, otra se va compactando y se hunde, y otra se dispersa por efecto del viento y las corrientes: “El sistema está tan bien conectado que si afectas un componente, se refleja en todos los demás. Y eso es difícil de entender cuando ya no ves las manchas: el efecto sigue estando allí. Una vez que desaparece la mancha no es que desapareció el problema: sigue abajo”.
Y puede llegar a desplazarse de una forma inesperada. Lo vio Klein el 29 de agosto: una mancha de alrededor de 50 kilómetros de largo moviéndose hacia el Este, a unos 8 kilómetros de la costa más allá de Choroní.
Los procedimientos en caso de derrames de hidrocarburos no hay que inventarlos: existen, están detallados y comprobados. Y el avance de la tecnología los ha mejorado.
En esencia, se trata de contener, recoger y remediar. “Pero ninguna de las tres cosas se hace hoy en día en Venezuela”, lamenta Klein. “Eso estaba previsto en el Plan Nacional de Contingencia que funcionaba hace 20 años en Pdvsa y funcionaba tan bien que era un modelo internacional de cómo se atacan estos eventos”.
El factor clave para toda industria petrolera es, sin embargo, el mantenimiento. El biólogo vuelve con el ejemplo del automóvil: “Obviamente los accidentes ocurren, pero a medida que tienes instalaciones mejor mantenidas, las probabilidades de accidentes son menores. Si tienes un carro al que nunca lo revisas y hace 20 años que no le cambias el aceite, ni le ajustas los frenos, un accidente puede ocurrir en cualquier momento. Eso es lo que está pasando en la industria petrolera, que tienes este carro que suma 50 años y funcionaba chévere, pero desde hace 20 años no le has hecho ni un cambio de aceite. ¿Y qué pasa? Ocurren estos accidentes”.
Y cuando ocurren, o no responden a tiempo o es que se enteran tarde. Para Klein, no hay monitoreo preventivo. Y esa quizás sea el aspecto más sencillo de todo lo que debe hacer la petrolera estatal para reducir el margen de contaminación que provoca y las instituciones para cumplir su papel.
“Yo estoy mirando imágenes de satélite usando servicios que son gratis. Cualquiera se puede meter y buscarlas, cualquiera se puede sentar todos los días a hacerlo, así como lo hago yo”, asegura: “El Ministerio de Ambiente puede montar el programa de monitoreo de las zonas marinas en una oficina. Si existe un interés mayor, pueden pagar un servicio con mejor resolución espacial y temporal para ser más efectivos. A mí me llaman del occidente del país, de Falcón, para que desde donde estoy –en Australia- les diga dónde se ubica el derrame. ¡Una cosa que ellos pueden hacer desde una oficina! Eso para que veas el estado de las cosas: el monitoreo preventivo no se hace. Y el monitoreo posterior al derrame tampoco se hace”
Panfilo Masciangioli es físico con doctorado en Ingeniería Civil y trabajó durante 30 años en Pdvsa-Intevep en el área de oceanografía, ambiente y gas. Entre las muchas cosas que hizo durante su larga estadía en la industria, está justamente ocuparse de la prevención y de mantener al día los planes para enfrentar contingencias.
“Cuando ocurre un evento de estos, es porque se desencadenaron una serie de eventos que terminan en un derrame”, señala: “No es un hecho aislado, es consecuencia de una serie de fallas y esto hay que verlo desde el nivel gerencial. Debes tener gente que se ocupe de velar porque las cosas se hagan bien, las revisiones periódicas, las reparaciones que hagan falta. El problema ahora es que hay niveles gerenciales que no están preparados. A partir del año 2005, más o menos, en Pdvsa empezó a pesar más la afinidad política que el conocimiento técnico. Y estamos viendo las consecuencias de eso”.
Aunque también le gusta citar el ejemplo del carro, Masciangioli aporta otra imagen clara: “La industria maneja petróleo, que es un combustible. Y gas, que es combustible y explosivo. Trabajas con sustancias peligrosas, que son explosivas y corrosivas, trabajas a altas presiones… Eso es una bomba”.
Su diagnóstico de lo que sucede en El Palito es lapidario: “Lo que han hecho allí es remendar cosas. Con reparaciones pobres, no vas a lograr nada”.
Esgrime, además, un argumento fundamental: “La industria petrolera requiere gerentes que sepan que hay que gastar millones y millones de dólares en mantenimiento. Eso solo lo sabe un petrolero, no un político. Tú inauguras hoy una instalación y al día siguiente ya hay que empezar a hacerle mantenimiento. De lo contrario, con el paso de los años baja la producción. Aquí el primer responsable fue Hugo Chávez por no reconocer que se necesitaban recursos para mantenimiento. Y mira dónde está hoy la industria”.
Masciangioli, que en la actualidad es consultor privado desde España, más allá de la crítica, prefiere enfocarse en lo que se puede hacer para mejorar. Y retoma el caso de El Palito: “La laguna de decantación es para acumular crudo de desecho, el crudo flota y si se rebasa por las lluvias, se derrama. Si sabes que se va a llenar, si sabes que en la zona llueve y tienes todos los datos de frecuencia e intensidad, sabes también que a determinado nivel en determinada época, corres el riesgo de que se desborde. Por eso no son hechos aislados, son cadenas de errores. Debes tener barreras de contención preinstaladas, tener skimmers, que son bombas que succionan el crudo que está en la superficie, tener válvulas y sensores para controlar el nivel. Y todo eso debes probarlo constantemente, hacer simulacros…”.
Sus apreciaciones coinciden en general con las recomendaciones hechas por la Academia de Ciencias, pero requieren de tres elementos primordiales: tener personal bien preparado, darle peso a la parte técnica y contar con recursos.
“En el diseño, a este nivel, todo está hecho para que se controle”, dice: “Nada es infalible, pero la probabilidad de ocurrencia baja si haces las cosas como son. Así es casi todo en la vida”.
La entrada Derrames de la refinería El Palito: lo que se ve y lo que queda se publicó primero en La Gran Aldea.
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