La literatura sobre transiciones políticas hacia la democracia señala tres claras etapas sobre un cambio político de un régimen autocrático a uno democrático: liberalización, democratización y consolidación democrática. La liberalización tiende a ser el primer proceso por lógica, ya que es el factor vital que permite la convivencia entre los factores políticos de un país que abre la puerta hacia la democratización. Robert Dahl, experto en democracia moderna, afirma que la liberalización crea garantías mutuas, tanto en miembros del régimen como de la oposición, para una transición a la democracia, pues consiste en una reducción progresiva de los mecanismos de represión y en un mayor respeto a las libertades y derechos de los ciudadanos. Es muy dudoso creer que estamos en un proceso de democratización de un país cuando el régimen incrementa la represión hacia la oposición a través de la violencia física, el encarcelamiento, la inhabilitación y el debilitamiento del entramado institucional de las reglas del juego político.
No existen reglas de hierro de cómo se da la liberalización, excepto que la mayor parte de los casos nacen por crecientes discrepancias y fracturas en el seno de la coalición autocrática de gobierno. En contraste, las dos etapas posteriores de la transición a la democracia, democratización y consolidación democrática nacen de la liberalización. “La democratización, por su parte, suele darse más bien en una segunda etapa, y se relaciona fundamentalmente con un avance concreto hacia un genuino cambio de régimen por vías más o menos institucionales. La liberalización crea así las oportunidades para que las fuerzas que desafían a la autocracia puedan mejorar (tanto por vía institucional –tribunales, elecciones– como contenciosa –protestas, movilizaciones–) sus condiciones de participación política” (Olivar y Martinez Meucci, Pág: 34). La consolidación democrática es “la condición que se alcanza cuando, según un conocido argot de la ciencia política, la democracia se convierte en the only game in town, el único grupo de reglas aceptadas y efectivas por las que se puede participar en política y acceder al control del Estado, y cuando el sistema democrático se ha hecho tan sólido que por lo general impide cualquier tentativa, cualquier retorno a una situación autocrática, o «reversión autoritaria»”. (Olivar y Martinez Meucci, Pág: 34).
Pero toquemos el tema de la liberalización como eje de este escrito, ya que es la etapa crucial donde nace la transición. Como hemos dicho, no hay reglas universales para su funcionamiento. Puede darse en un período corto o pasar décadas. Funcionar en diferentes etapas o suceder todo de una vez. La única constante detectada de forma casi universal es que se deriva de grietas, discrepancias y fracturas en el régimen autocrático, pero no existe una guía 100% aplicable a todos los casos de transición de la autocracia a la democracia.
Estas fracturas, por lo general, se pueden atribuir a 3 factores no excluyentes que más bien, en muchas ocasiones, confluyen para el cambio político: el retiro de apoyo externo de regímenes aliados a la autocracia junto con presión por parte de regímenes antagónicos; contradicciones y antagonismo entre los grupos que apoyan la autocracia; y la actividad de la oposición, tanto por presión callejera como negociación política para generar rupturas y cooptaciones en la coalición que sostiene la autocracia.
En el primer factor, los casos más conocidos son las dictaduras comunistas de Europa Oriental y los regímenes militares anticomunistas al finalizar la Guerra Fría. A excepción de Rumanía que se alejó de la tutoría de Moscú, cuando la Unión Soviética empezó un proceso de liberalización política; el apoyo en materia de militar y represión que esta daba a sus satélites se debilitó enormemente en estos países, por lo tanto, sostenerse en el poder por el mero recurso de la violencia no era viable, unido a complicaciones económicas que obligaban a liberalizar a la sociedad tanto en lo económico como en lo político, para reducir la conflictividad social, lo que allanó el camino hacia la democratización de esas sociedades por presión de una oposición que aprovechó estas oportunidades.
El punto final de un proceso de democratización de un país, a través de un previo proceso de liberalización son elecciones libres y competitivas, la lucha por condiciones para realizar esos comicios es la que lleva a las elecciones y la democratización política y no a la inversa. En los regímenes militares, en cambio, al desaparecer el peligro comunista, dejaron de recibir el respaldo de Estados Unidos para su sostén, incluso sufrieron presiones de esa nación para democratizarse, lo que generó fracturas y conflictos en la coalición autocrática que llevó a la liberalización y democratización de esos países junto con otros factores adicionales.
Los otros dos factores, las fracturas propias de todo régimen autocrático y la presión desde la oposición, son más difíciles de simplificar, porque generalmente se retroalimentan. La presión ciudadana puede generar fracturas dentro de la autocracia que, al profundizarse, crean incentivos en la oposición para generar más confrontación contra el régimen hasta que este empieza un verdadero proceso de liberalización. El proceso de liberación crea mejores condiciones institucionales para oponerse al régimen y generar aún más fracturas, que pueden llevarlo al deseado proceso de democratización política y celebración de elecciones libres y competitivas que hagan transitar al país de una autocracia a la democracia.
¿Por qué se dan contradicciones en la coalición que mantiene en el poder a una autocracia? Para un gobernante democrático, la coalición ganadora que sostiene su poder la componen la ciudadanía que votó al gobernante y le dan su respaldo para ejercer su poder. En contraste, en una autocracia/dictadura, esa coalición es numéricamente inferior, integrada solamente por los líderes militares, burócratas, jefes de inteligencia, empresarios prebendarios del Estado y otros funcionarios que mantienen su régimen estable. Las dictaduras se sostienen con un grupo mucho más reducido de actores que tienen mucho poder, cuya lealtad se compra con influencia y repartición de los recursos del patrimonio público en forma privada (corrupción), naciendo el imperativo de satisfacer al pequeño grupo que lo sostiene de la forma más eficiente posible. El autócrata está más enfocado en usar los recursos públicos para comprar lealtades dentro de su coalición ganadora. Si esos recursos empiezan a mermar o las aspiraciones de diferentes miembros de su coalición ganadora empiezan a incrementar sus ambiciones, se generan grietas en el sostén de la dictadura.
El autócrata, cuando nota estas grietas, puede tomar el camino de reprimir y purgar los actores y elementos que están generando inestabilidad en la coalición que lo mantiene en el poder. En muchas ocasiones, ese proceso es exitoso y las aguas vuelven a su cauce en el objetivo de consolidar su poder político. En otros casos, la purga genera mayores tensiones de la coalición de poder frente al autócrata, que pueden resolverse con mayores purgas o ceder a las exigencias de los actores que generan esas tensiones. Muchas veces los procesos de satisfacer a los actores que están tensando los resortes del poder obligan al autócrata a hacer concesiones en materia de liberalización política y económica en el país, para tener mayores recursos para comprar lealtades dudosas y crear cauces donde la ambición de influencia política de algunos actores pueda ser canalizada por la competencia política institucionalizada.
Sobra decir que estos procesos de tensión política de las fuerzas que sostienen a la autocracia, al igual que la liberalización en materia política y económica, son oportunidades que puede aprovechar la oposición para generar más roces en la coalición autocrática, que impliquen mayores cuotas de libertad en la nación, que puedan traducirse en la democratización del país. No obstante, esos procesos de tensión y fractura en la coalición gobernante se pueden resolver ya sea con represión o unas concesiones mínimas en materia de liberalización política o económica. Con la purga, el autócrata elimina un sector no confiable de su coalición y puede dedicar una parte más grande la torta de los recursos para comprar lealtades en el sector de su coalición más confiable. Pero también corre el peligro que, al purgar, otros sectores de su coalición teman tener ese futuro, incrementando las grietas del poder del autócrata y hasta conspiren (con o sin la oposición) en sacarlo del poder.
Por eso en esa dinámica le es vital a la oposición tener la mejor información posible de estos conflictos internos para profundizarlos, sea por protesta cívica, negociaciones políticas públicas o intriga. Pero este proceso no es para nada fácil. El mero hecho de indagar sobre los conflictos internos de una autocracia es altamente riesgoso, y es aún más el tratar de cizañar, intrigar y cooptar elementos de esa coalición para los objetivos de la oposición democrática. Sin embargo, ante una autocracia que no responde a procesos de liberalización política ni con presión internacional, ni con local, a la oposición no le queda otra salida que jugar este peligroso juego, aunque sea sólo para lograr una mayor libertad política para hacer la transición hacia una democracia culminando en elecciones libres y competitivas.
Ya el mero hecho de conocer con relativa exactitud cómo se dan esos conflictos en la coalición autocrática necesita tanto de investigadores y políticos sagaces y talentosos. Intrigar y cooptar elementos del régimen exige aún más talento político y negociador, especialmente, con autocracias altamente represivas y violentas. Generalmente, los incentivos más extendidos para generar esas fracturas son el garantizar a las partes de la coalición autocrática un espacio político en el régimen democrático y la impunidad tanto de sus delitos como de su apropiación de recursos del patrimonio público. Pero si la autocracia es altamente represiva, los riesgos de atentar contra ella y liberalizar el país hacia un régimen democrático se incrementan notablemente, teniendo la oposición que recurrir a incentivos mayores y de calidad más perversa.
En el caso venezolano, podemos diagnosticar lo siguiente: el apoyo de sus aliados internacionales de mayor poder a la autocracia (Rusia, China, Irán y Cuba), no ha desaparecido, pero por dinámicas tanto económicas como de naturaleza geopolítica, ese apoyo no es tan eficiente como antaño. En cambio, Estados Unidos, en un fallido intento de liberalizar y democratizar la situación política venezolana, ha levantado parcialmente las sanciones que tenía contra el régimen. El que la administración de Nicolás Maduro no haya respondido a esa concesión con el cumplimiento de promesas de liberalización y democratización política, asoma la reimplantación de estas sanciones para abril del 2024. En este contexto, las tensiones dentro de la coalición gubernamental se incrementarán, primero, porque habrá menos recursos públicos a repartir para comprar lealtades, pero especialmente, porque al disfrutar por un tiempo de los ingresos de este levantamiento de sanciones para luego acabarse, creará sentimientos de privación relativa que pueden generar más grietas en los grupos que apoyan al gobierno.
Por el lado del gobierno, se conoce la existencia de grandes tensiones en su interior, pero no los detalles más específicos para que la oposición puede trazar una exitosa estrategia de intriga, fractura y cooptación de parte de la coalición con que se sostiene el régimen. Obtener más información sobre ello es vital para un avance democrático en el país (sin recurrir a tretas violentas), pero como ya se ha advertido, será un proceso difícil y muy peligroso.
En el terreno de la oposición, la candidata elegida en primarias para las elecciones del 2024 ha sido deliberadamente inhabilitada para participar, hay mayores detenciones de presos políticos, se incumplen los pactos internacionales de democratización del país y se vislumbra una inminente represión hacia las Organizaciones No Gubernamentales críticas al gobierno. Una parte de esa oposición quiere apostar a una estrategia de no confrontación con el régimen, aceptando la inhabilitación de la abanderada y reemplazarla por una candidatura del agrado del régimen, sin contar que piden no hacer esfuerzo alguno para pedir condiciones para unas elecciones libres y competitivas. Ya sea que esta oposición apueste a una liberalización política en el mediano o largo plazo, o haya sido cooptada por el régimen, esa estrategia luce fatal para las aspiraciones de un cambio político hacia la democracia en Venezuela.
El panorama no luce fácil. Pero tenemos que tener claro: las sanciones internacionales no crean transiciones políticas. Las tensiones políticas dentro de una autocracia no crean necesariamente transiciones hacia la democracia. La fracturación y cooptación de factores de la autocracia no garantizan el éxito del quiebre del régimen. Solo las oposiciones que aprovechan estos factores y estrategias a través de tácticas adecuadas son los que pueden generar un cambio político hacia la democracia en Venezuela. El resto son castillos en el aire.
Bibliografía:
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MARTÍNEZ MEUCCI, Miguel Ángel y OLIVAR, José Alberto (2020). “Transiciones políticas en América Latina, desafíos y experiencias”. Caracas, Universidad Metropolitana.
La entrada De grietas, rupturas y cambios políticos se publicó primero en La Gran Aldea.
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