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De correcaminos y coyotes y si los hubiera en Venezuela

A mí es que estas tournées de campaña electoral se me imponen como un recuerdo infantil inevitable. Unos cartoons, que los llaman en inglés, o dibujos animados o comiquitas para nosotros, que me gustaban y no me gustaban porque terminaban siendo una guerra de nervios aunque en ese momento desconociera el dicho de “al inocente lo protege Dios”.

De aquellas animaciones de persecución implacable había una que a ratos me hacía gracia sobre todo por la mediocridad del “malo” que no ganaba jamás una batalla y de paso terminaba humillado por su torpeza, su incapacidad, y sus recursos fallidos marca ACME.

Era el show del Correcaminos, animalito azul tan de buen humor, tan imparable, tan disfrutón, que viajaba por todas partes despreocupado, corriendito por los paisajes, ignorando que el peligro, encarnado en su enemigo único y señero, el Coyote, estaba siempre pisándole los talones para atajarlo, impedirlo, bloquearlo, hacerlo fracasar. ¿O comérselo? (Esa duda siempre la tuve. ¿Lo quería de almuerzo?)

O a lo mejor el Correcaminos no ignoraba a su verdugo, pero fluía a la par del peligro -como dos líneas paralelas que nunca llegaban a juntarse- y alcanzaba el final siempre, pero siempre, entero, sano y salvo, vencedor.

No sé cuánta gente de mi generación tendrá el mismo recuerdo, o mejor dicho, cuánto de las nuevas generaciones conocerán a esos dos personajes singulares, pero la fotografía es la misma para quien la quiera ver hasta el día de hoy.

El Correcaminos debutó en 1949 en la caricatura «Fast and Furry-ous«, junto con Wile E. Coyote. Los dos se volvieron muy famosos por los inútiles obstáculos del Coyote y los astutos escapes del Correcaminos.

El Correcaminos y el Coyote pronto se volvieron populares en el mundo de los Looney Tunes. Uno de sus cartoons, «Beep Prepared», ganó un Premio Oscar en 1961. Luego, el dúo obtuvo su propio show. «El show del Correcaminos» («The Road Runner Show» que debutó en 1966).

Creada pues en 1949 por Chuck Jones y escrita por Walter Maltese para Warner Bros, Coyote y el Correcaminos se convirtieron en un icono de la cultura popular que ha prevalecido aún después de 70 años, y tal vez, incluso sea el favorito de generaciones enteras.

Los breves capítulos de la serie tienen un planteamiento muy sencillo y fácil de comprender, como algunos hechos propios de la vida real que no necesitan anteojos: el Correcaminos, un pájaro velocísimo, es perseguido por las carreteras del desierto del sudoeste de los Estados Unidos por el malévolo Wile E. Coyote, conocido simplemente como «El Coyote» o, en México, «Rufo Coyote», (1). 

(Ojo que también podrían ser los caminos de algún otro país menos árido, y hasta carreteras venezolanas, porque en todas partes hay perseguidores y perseguidos. ¡Y ni hablar si nos imaginamos que el correcaminos es un candidato político y el coyote su adversario!).

A pesar de sus numerosas y sucias -aunque a veces ingeniosas- tentativas, el Coyote no consigue nunca capturar, detener o comerse al Correcaminos. Muy por el contrario, todas sus tácticas marrulleras terminan por perjudicarlo a él mismo, convertido, después de todo, en la víctima de la exageradísima (y boba) violencia de comprar armamentos, trampas, herramientas y todo tipo de artefactos de la marca ACME para aniquilar al Correcaminos.

Recuerdo otras series con conflicto similar pero menos alegóricas y más pícaras,  como por ejemplo la serie del gato Tom y el ratón Jerry, siempre salvándose de la cacería del avieso felino. (Al principio se llamaban Jasper y Jinx. Hanna-Barbera, 1940)

Pero claro, me regreso al correcaminos y al coyote porque su metáfora se me hace igualita, aunque ciertamente con más gracia, que las cacerías endógenas recientes, sobre todo esas que se fraguan en tiempos de campaña electoral de cualquier tenor.

Cierto es que a veces, en el pasado, algunas persecuciones criollas resultaban ser un montaje barato de algunos opositores hambrientos de atención y heroísmo, pero últimamente, todo hay que decirlo, el acoso es más real que nunca.

Y las carreteras lo saben.

Leyendo un poco sobre el show del correcaminos, me entero que había un decálogo que suponía ser inviolable para todo aquel que trabajara diseñando o escribiendo la serie. Algunas de estas normas se rompieron en el tiempo. Otras se rompieron a fuerza de realidad.

Por ejemplo:

-El Coyote debe ganarse las simpatías de la audiencia.

-El Correcaminos no puede dañar al Coyote, excepto haciendo su característico “¡Bip Bip!”.

-Ninguna fuerza externa puede dañar al Coyote. Solo su propia ineptitud o el fallo de los productos ACME.

-El Coyote puede abandonar su misión en cualquier momento, siempre y cuando no se convierta en un fanático. (Recuerda: “Un fanático es aquel que redobla su esfuerzo cuando ha olvidado su objetivo.” —George Santayana).

-No puede haber ningún diálogo, excepto el “¡Bip Bip!” del Correcaminos. (Creo que alguna vez el Coyote sí dijo algo)

-El Correcaminos debe permanecer en el camino, de lo contrario, no se llamaría “Correcaminos”.

–Todos los materiales, herramientas, armas o artilugios mecánicos deben obtenerse de la Corporación ACME.

En la vida real, sin embargo, creo que la repetida torpeza de un coyote jodedor, termina por restarle la lástima que da el villano que fracasa y lo dejaría desnudo en toda su vileza y en toda su estupidez. 

En esa lista de leyes irrompibles pero rotas de la serie, hay una que permanece intacta, a mi parecer, incluso hasta en la realidad más cruda: “Ninguna fuerza externa puede dañar al Coyote, solo su propia ineptitud o el fallo de los productos de ACME”. Digamos que es como el antecesor de un Chacumbele -él solito se mató-.

Y los productos ACME, violentos y chistosos a la vez: una amplia selección de explosivos: TNT, dinamita, nitroglicerina, catapultas marca ACME, hoyos portátiles de carreteras marca ACME derrumbes y rocas deshidratadas marca ACME, árboles acostados marca ACME, abejas ACME, trampas para tigres de Birmania marca ACME. Y así.

Sea como fuere, hay que reconocer la poderosa reducción a un conflicto básico entre cazador y no cazado: la rivalidad entre el Coyote y el Correcaminos es casi pura mecánica, pura dinámica. La persecución absoluta de un lobo compulsivo y desesperado a un pájaro impasible y ligero en un paisaje natural de caminos peligrosos o enrevesados y el maravilloso silencio de los protagonistas, solo interrumpido por el retador «Bip Bip» del Correcaminos.

Pero la sustancia real es que el villano siempre pierde aunque nos haga reír.

Incluso, podría decirse que no existe tal rivalidad, ya que no se trata de una guerra interminable como la que protagonizan Tom y Jerry, sino de un movimiento de una única meta que conduce una y otra vez hacia el final catastrófico en el que el Coyote cae víctima de la trampa que él mismo le ha tendido a su presa.

¿Hay algo más patético que la fábula del eterno perdedor vencido por su propia y fraudulenta quimera?

La genialidad de Chuck Jones (también creador de Bugs Bunny, que encarna por cierto al eterno ganador) no radica solo en la infinita proliferación de métodos y de artilugios marca ACME a los que recurre el Coyote para atajar al Correcaminos, sino en el carácter casi mágico del pájaro, protegido por su velocidad como por un soplo de la inconsciencia propia del coraje, ajeno por voluntad a las maquinaciones de su depredador, aunque provisto de la ironía involuntaria de su «Bip Bip».

Si Roland Barthes tradujera este vínculo a lo mejor diría que significa que los amores imposibles son justamente aquellos que tienen el don de eludirnos bien en la fantasía y bien en la realidad. Y los odios imposibles, por supuesto, también.

Y uno se pregunta si en realidad la ficción suele superar a la realidad o si es la ficción la que imita a la realidad hasta en los dibujos animados.

Bip Bip.

(1) El Correcaminos Real | ¿Existe el ave de los Looney Tunes? (supercurioso.com)
“Realmente existe el correcaminos y, aunque no se llame del mismo modo, es igual de veloz y también es uno de los animales que viven en el desierto. Su nombre es Geococcys californianus, el pájaro cuco más grande del mundo con una asombrosa capacidad para correr.

De hecho, se pasa el día corriendo como si fuera un animal metálico dotado de unas pilas incansables. Vive en Estados Unidos, al norte de México y en los desiertos, ahí donde la vegetación es más árida y donde solo hay matorrales espinosos, serpientes y salamandras. Corretea desde el amanecer hasta el anochecer buscando comida aquí y allá, en un instante lo ves pasar a tu lado y al segundo, se encuentra ya a varios metros de distancia. Ni tres coyotes juntos logran atraparlas.
Ahora bien, el correcaminos real no es exactamente como aparece en el dibujo animado. En él, apreciamos a un pájaro azul, espigado, de patas largas, expresión graciosa y unas cresta y cola muy vistosas.

Pero el correcaminos real es bastante menos pintoresco. Se trata de un ave que mide unos 61 centímetros de largo, desde el pico hasta la cola. Pero no es de color azul, o no, al menos, en su totalidad. Solo dispone de esta tonalidad alrededor del cuello. El resto presenta un plumaje negruzco con manchas blancas. Es elegante y tiene unos ojos muy vivos, incluyendo esa llamativa cresta en la cabeza, aunque bastante más pequeña que la del correcaminos animado. También tiene como parte de su anatomía, una cola muy larga que le ayuda moverse con mayor agilidad.

Y sí, como pájaro que es, el correcaminos real puede volar… pero prefiere correr, y lo hace nada más y nada menos que a unos treinta kilómetros por hora”
A su vez, agrego yo, el coyote está basado también en un animal real del mismo nombre, Canis Latrans.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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