David Mantilla es de un barrio de Caracas, Venezuela, llamado Los Magallanes de Catia, proviene de una familia humilde y muy trabajadora. Allí pasó su infancia y adolescencia, creció viendo el ejemplo de sus padres por sacarlo adelante, pero nunca se imaginó lo que el futuro le depararía: convertirse en sargento de armas del Cuerpo de Marines de EEUU y trabajar en uno de los edificios más reconocidos del mundo: el Pentágono, la sede del Departamento de Defensa en Arlington, Virginia, parte del área metropolitana de Washington DC, luego de graduarse en seguridad cibernética.
“Nunca pensé que iba a llegar hasta donde estoy, con mucho trabajo y sacrificio lo he podido hacer y por eso para mí, representar lo que represento, ponerme el uniforme y servir a este país, es mi modo de agradecimiento por todas esas puertas que gracias a lo que he hecho se me han abierto”, relata el hoy funcionario de 39 años de edad a El Tiempo Latino.
Cuando cumplió los 19 años pensó en migrar a Estados Unidos para buscar mejores oportunidades y aunque reconoce que la situación no estaba como ahora en el país caribeño, se les hacía difícil acceder a ciertas cosas por ser de bajos recursos.
Además, luego de graduarse de técnico medio en programación de sistemas en el liceo (secundaria), se dio cuenta de lo cuesta arriba que sería seguir estudiando y conseguir un buen trabajo por el tráfico de influencia y corrupción. En otras palabras, era necesario tener, lo que se conoce en su país como una “palanca”.
David siempre escuchaba hablar de cómo era el país norteamericano por parte de algunos familiares del lado de su madre que vivían aquí, visitaban Venezuela y le contaban. Así que el sueño americano se dibujaba en su cabeza con la ilusión de emigrar para construir un mejor futuro.
Entonces, aquel joven empezó a trabajar para reunir dinero y lograr viajar, luego de la sorpresa que le dieran sus padres de que podía entrar como turista a Estados Unidos, porque contaba con visa desde niño, ya que anteriormente a los venezolanos les daban visa sin fecha de expiración.
“Era un poquito controversial ya que esa visa no se veía tanto y no se movía porque ya la habían puesto fuera de orden, pues no mucha gente sabía de eso”, recuerda.
Cuando llegó a Miami aún no cumplía los 20. Ahí se asentó inicialmente porque tenía algunos familiares, pero posteriormente se mudó hacia el norte del país, al área de New York y New Jersey, donde buscó la manera de aprender inglés más rápido.
“Llegué con muchos sueños, muchas ganas de salir adelante, buscar un mejor futuro para mí y para mi familia, que estaba en Venezuela. Comencé trabajando como marine crew de un casino, encargado de limpiar. El casino era un bote y salía a alta mar. También trabajé un poco en construcción, tanto remodelaciones de casas como construcción desde el piso hacia arriba”, narra Mantilla, a quien también se le suman otras labores por las que pasó, como muchos migrantes, lavando platos en restaurantes, paleando nieve y hasta reparando piscinas, de salvavidas y parqueando vehículos en un valet parking.
Sin embargo, reconoce que llegó un punto en el que se sentía estancado. Quería avanzar más.
En algún momento en el que tenía tres trabajos a la vez, un primo le habló de que había empezado con el proceso para entrar a los Marines. Así que se interesó y empezó a pedirle más información.
Iniciaron conversaciones más frecuentes sobre la posibilidad de entrar al cuerpo militar. “Aquí te enseñan a nadar, combate, a pelear, a disparar, te ponen a nadar con tiburones”, le decía el primo. “Yo al momento como que tomaba esa información y decía ‘este primo mío como que está loco’”, recuerda David.
Aunque al principio lo vio un poco descabellado, sobre todo porque nada más pensar en la posibilidad de ir a la guerra era algo extremo, terminó iniciando el proceso de ingreso en 2008, ya que no tenía los recursos para estudiar. Y los avances que tuvo fueron gigantes. Aunque, en efecto, le tocaría prestar servicio en el terreno de batalla más adelante.
Para ingresar en lo que él mismo describe como la infantería de la Naval, debió pasar un entrenamiento de 13 semanas altamente exigente pues se trataba de un componente considerado como élite, the United States Marine Corps.
Luego de aprobar ese primer entrenamiento, siguieron otros vinculados con infantería y combate en Carolina del Norte, hasta que lo trasladaron a su primera base militar en California, donde duró 5 años, con un despliegue de un año prestando servicio en Afganistán.
“Esa experiencia me enseñó mucho a valorar la vida, a ver el mundo de una manera totalmente distinta, ya que una guerra es algo que no se la deseo a nadie, no es algo bonito. Yo estuve en una batalla que se llamaba ‘the Battle of Marshall’. En ese enfrentamiento nuestra misión era limpiar una zona o sacar los talibanes. Era una zona que quedaba en la parte sur de Afganistán. Una de las cosas más valiosas que tengo de ese tiempo que duré allá fue ver diferentes culturas, ver las situaciones de otro país, situaciones de pobreza. Yo pensaba que en mi vida yo siempre había sido pobre, pero al ver a esas personas como vivían, más bien me sentí súper agradecido”, cuenta.
Un mito que cree que hay que derribar es que por ser latino vas al frente de la guerra, pues en esa situación hubo mucha hermandad, no te distinguen por tu etnia o raza.
“Más bien es una unión en la cual ellos me veían con el uniforme y nada más por representar el uniforme y saber que estábamos en una situación de vida o muerte, me cuidaban la espalda y yo se las cuidaba la a ellos. El americano es muy patriota y yo creo que eso me ayudó mucho a valorar lo que estaba defendiendo y porque teníamos que regresar a casa todos con vida”, dice, sin dejar de mencionar lo difícil que era estar incomunicado de su esposa y el resto de su familia, a quién solo podía llamar una vez al mes por teléfono satelital, pues no tenían celulares.
“Si había bajas de compañeros por respeto, no se usaba teléfono porque lo que se quería era que si un compañero moría, solo la persona entrenada para contactar a la familia lo hiciera y no que ellos se enteraran por otro compañero que los conocía”. Sin duda alguna, una dura situación tanto para él como para sus seres queridos en la distancia.
Al regresar, asegura que vino cambiado en ciertos aspectos, pues no es fácil volver de la guerra. “Al principio tenía muchos problemas con pesadillas”, en las que aún estando en territorio estadounidense, soñaba que estaba aún en el campo de batalla.
Sin embargo, venir de un barrio en Venezuela con tanta violencia y no haber entrado tan joven a prestar servicio, cree que lo ayudó a superar muchas cosas.
Definitivamente Mantilla, quien ha destacado por su labor, afirma sentirse muy orgulloso de usar el uniforme y representar los valores de la Nación, pero jamás olvida sus orígenes, de los cuales se siente orgulloso.
“No importa de qué sitio o de qué país, si uno viene con muchas ganas de trabajar y salir adelante, los sueños se hacen realidad”, cuenta el militar, quien por cierto, recibió un reconocimiento de su batallón en 2023 por haber protegido a más de 2 mil 500 refugiados afganos bajo su cargo en Quantico, Virginia.
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Esta es una traducción de El Tiempo Latino. Puedes leer el artículo original en Factcheck.org. Escrito…