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¿Cuánto pesa la verdad? – La Gran Aldea

Todos sabemos lo que pasó el 28 de julio. Salimos a votar, defendimos nuestra voluntad y ganamos la elección presidencial. Este triunfo, hasta ahora ignorado por quienes no han sabido perder, impacta e impactará nuestra cotidianidad. Y, a riesgo de exagerar y salirme del cuadrante de lo políticamente correcto, puedo decir y quiero decir que, después del fraude electoral, nuestra vida estará marcada por el peso de esa verdad.  

Vayamos por partes. Es un tema complejo. No pretendo agotarlo. Aunque quisiera, no pudiera. Solo quiero compartir estas ideas con quien tenga a bien recibirlas. Por eso, pido disculpas si este artículo falta a lo que ha sido mi estilo hasta ahora. Este será un artículo desordenado, incierto, inconcluso… como el momento nos tocó vivir. 

Para escribir sobre el mañana, comenzaré por el ayer. El camino que nos llevó a la elección del 28 de julio fue extraordinario. Lo construimos juntos, poco a poco. No haré una crónica sobre lo ocurrido, pero quiero detenerme en una disposición que estuvo presente todo el camino: nuestra capacidad para ver y querer ir más allá de los límites de la dictadura.

Volvamos a enero de 2023 y recordemos nuestro estado de ánimo. Lo recuerdo con claridad: desánimo instalado y la desesperanza profunda. La política por un lado, el país por otro. Antipolítica, le decían. Analistas y “opositores” insistiendo en descartar 2024 e invocando 2030. Empresarios empeñados en vendernos esa Venezuela que supuestamente se arregló. Y algunos políticos extraviados haciéndole ojitos a la dictadura para conservar espacios de poder. 

Esta dinámica duró poco; la primaria la frenó -los frenó- en seco. Mientras opinadores de oficio -y oficiales- decretaban que sería un caos, ocurría un tsunami ciudadano. Aguas abajo, millones de venezolanos nos organizábamos con discreción, sin aspavientos, silenciosos y silenciados… el 22 de octubre cristalizó la dinámica del quiebre del consentimiento que nos llevó al triunfo del 28 de julio. 

Después de la primaria, inició una dinámica política retadora y exitosa. Un quiebre del consentimiento paulatino, personalísimo, valiente y eficiente. Funcionó así: Comando por Venezuela construía la ruta, el régimen intentaba bloquearla y nosotros, unidos, lo superábamos. Los superamos uno a uno: candidato unitario, campaña electoral, maquinaria electoral… la recolección de las actas que demuestran el triunfo de Edmundo González: ¡Lo superamos todo! 

Así, llegamos a la verdad que nos interpela el día hoy: Edmundo González Urrutia ganó la elección y todo el mundo lo sabe. Ahora, reflexionemos sobre el mañana. 

Antes del fraude, en Venezuela había cierto espacio para la simulación democrática. El régimen simulaba que era democrático y nosotros, con cierta vergüenza y alguna esperanza, aparentábamos también. Íbamos a programas de radio, consentíamos la censura y, con más torpeza que audacia, intentábamos decir aquello que cumpliera con el glosario de lo prohibido. 

«Por eso, después del 28 de julio, cada uno debe preguntarse cuánto le pesa llevar la verdad de lo que vivimos»

Luce cuesta arriba volver a ese estadio después de lo que pasó el 28 de julio. La radicalidad del triunfo y la brutalidad de la represión dejan poco espacio para la simulación. A dos meses de la elección, me he preguntado: ¿Cómo va a ser nuestra relación con una dictadura que perdió la vergüenza? ¿Cómo seguiremos haciendo política? ¿Cómo acompañaremos el sufrimiento de tantos? ¿Cómo permanecer fieles a los resultados de la votación frente a las presiones del régimen?… en resumen: ¿Cómo va a ser nuestra vida después del 28 de julio?

No tengo respuestas. No pretendo tenerlas. Pero sí creo que no debemos huirle a la realidad; lo responsable es hacernos preguntas y reflexionar sobre ellas. Lo primero que debo decir es que todas ellas refieren a la conciencia individual y, por lo tanto, sus primeras aproximaciones deben ser personalísimas. Antes de avanzar a la tercera persona del plural, debemos comenzar con la primera persona del singular. 

En esta búsqueda personalísima, me ha ayudado volver a autores que me han acompañado desde hace tiempo: Pocaterra, Gallegos, Blanco, Solzhenitsyn, Havel, Arendt, Juan Pablo II, Frankl, Marai y Zweig, entre otros. Ellos tienen algo en común: sufrieron sistemas políticos perversos y los resistieron acudiendo a valores humanos trascendentes. Algunos se refugiaron en la fe, otros en la cultura… supieron ver más allá de las fronteras del mal y así les encontraron sentido a sus esfuerzos. 

De Pocaterra, recordé una frase que siempre me ha gustado y está en “Memorias de un venezolano de la decadencia”: “Sonó la hora de que se llamen las cosas por su nombre y no los nombres por su cosa”. Sus palabras son un llamado a la verdad. Ochenta y siete años después, esta idea resuena con fuerza. No dudo en afirmar que ha cobrado vigencia y se podría transformar en una hoja de ruta para los venezolanos de hoy. 

Pero, ¿qué significa llamar las cosas por su nombre?. Vayamos más allá de lo evidente. Una vez más, no hay respuesta colectiva para esta interrogante. Las consecuencias de llamar a las cosas por su nombre son distintas para cada quien. Funciona de la siguiente manera: mientras más compromisos políticos, sociales o económicos se tienen con la dictadura, el peso de la verdad será mayor. Y viceversa.

Esta realidad coercitiva es muy importante. Es un parteaguas. Durante años, se nos propuso una teoría de cambio político gradual que señala la conquista paulatina de espacios como un camino para derrotar al poder central y alcanzar la liberación de Venezuela. El 28 de julio nos ha enseñado algo distinto. Quienes tienen negocios con el régimen o dependen presupuestariamente de él pueden llegar a ser sus presos … y, para ellos, hablar con la verdad podrá tener consecuencias más duras. 

Por eso, después del 28 de julio, cada uno debe preguntarse cuánto le pesa llevar la verdad de lo que vivimos. Enarbolar la verdad no es cosa de “un post”, de un discurso o de una palabra suelta. Sostener la verdad y sostenerse en la verdad es exigente y puede tener duras consecuencias prácticas: persecución, exilio, pobreza, inhabilitación política, incomprensiones, anulación del pasaporte… incluso, cierto ostracismo social. 

En estos días, también he recordado que el trigo y la cizaña crecen a la par. Por eso, junto a estos pesares, también hay grandes satisfacciones humanas: la paz de una conciencia despierta y tranquila, el orgullo de permanecer firme ante la mentira, la alegría del deber cumplido, la emoción de contribuir al bien común y la sorpresa de alcanzar pequeños logros casi imperceptibles para los demás. 

A dos meses del 28 de julio, tengo más preguntas que respuestas. Es normal. No me asombra. Son las incertidumbres propias de todo proceso de liberación. Para finalizar, comparto otra idea aislada: soy optimista y tengo esperanzas. Hemos avanzado mucho. Hemos visto más allá de los límites de la dictadura. Hemos demostrado que somos especialmente resilientes y valientes. La verdad del 28 de julio también contiene el camino virtuoso que recorrimos para ganar la elección. Juntos, aliviaremos el peso de la verdad y haremos el camino más ligero.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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