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Cuando Sophie Scholl se enfrentó a Hitler

Un par de eventos acontecidos a mediados del año 1921 marcan la historia de Alemania y de los derechos humanos en ese país. Aunque el ascenso de Adolf Hitler como líder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y el nacimiento de Sophie Scholl no estén estrictamente concatenados, el destino (o la historia, según sea el tiempo desde el que se mire) se encargarán de unirlos para siempre.

Todos, seamos expertos o no en la historia contemporánea, conocemos en lo que devino el primero. Sin embargo, el segundo no cuenta con esa fortuna: si bien dentro de su país la historia de la niña que se opuso a Hitler y fue guillotinada es famosa, en países como el nuestro, obsesionados con el culto a los militares de la independencia y con severas fallas educativas, Sophie es una desconocida.

Las consecuencias de la Gran Guerra hacen de la Alemania de comienzos de los años 20 una incubadora de resentimientos y desesperanzas. Un malestar que, aunque parezca inofensivo, pronto se transforma en todo lo contrario, sobre todo cuando Adolf Hitler lo administre y lo use como propulsor de un movimiento de masas, un movimiento que poco más de una década después se hará totalitario. 

Ese es el país en el que nace y vive sus primeros años Sophie Scholl, uno marcado por las huellas de una hiperinflación, por las deudas con las naciones de Europa y con la culpa de haber provocado y perdido un conflicto de escala mundial. No es extraño, pues, que, durante su infancia, la pequeña Sophie simpatice con los ideales que hablan de la supremacía racial del pueblo alemán.

Juventud y tiempos oscuros (1933-1939)

Cuando Hitler asciende al poder, en 1933, Sophie Scholl tiene 12 años y está empezando la secundaria. Su hermano Hans, mayor que ella por tres años, se une a las Juventudes Hitlerianas, como la mayoría de los jóvenes alemanes de la época. Sophie hace lo mismo y se apunta en la Liga de Muchachas Alemanas, conocida en alemán como Bund Deutscher Mädel, o también por sus siglas BDM.

Aparte del respaldo total al partido, la formación en las Juventudes Hitlerianas entusiasmaba a los estudiantes con la idea de la superioridad de los germanos sobre otras razas y naciones. Después de clases, cuando llegaban a casa, relataban lo que habían oído a lo largo de la jornada de actividades, pero a su padre, hombre de valores liberales y muy crítico de Hitler, no le parecía correcto.

El debate y las discusiones en casa, movidas también por las creencias cristianas de la familia, pronto surtieron efecto: ni Hans ni Sophie se hicieron fanáticos de los nazis, sino que empezaron a estar cada vez menos de acuerdo con la visión que tanto en los grupos juveniles donde estaban inscritos, como en el partido y en la propaganda oficial, se difundía. Así, pues, empezaron a hacerse a un lado.

Pero esas críticas no solo venían desde casa, sino que también tomaban fuerza con las clases de algunos profesores y con el trato que el Estado les daba a sus amistades judías. Este último punto quizá fue crucial para los hermanos Scholl, quienes terminaron comprendiendo que su apoyo al Tercer Reich había estado más movido por la presión social de la secundaria que por convicciones políticas.

No obstante, en el caso particular de Sophie, el episodio que más la marcó fue la detención que tuvo en 1937 debido a la participación de Hans en las Bündische Jugend, un movimiento juvenil surgido en 1918 que no pudo reorganizarse dentro de las Juventudes Hitlerianas y que por lo tanto era ilegal para el régimen nazi. Con esa experiencia pudo vivir en carne propia la visión agresiva de Hitler.

Frente a la guerra (1939-1942)

Dos años después, cuando Hitler invade Polonia y empiece el conflicto que años más tarde alcanzará niveles globales, y se comience a hablar entonces de una Segunda Guerra Mundial, Sophie es una furibunda opositora a Hitler. Atrás quedaron las consignas de la Liga de Muchachas Alemanas, ahora está indignada por la realidad que vive y la expansión del terror hacia otros confines.

Al terminar la secundaria, trabaja como maestra en un preescolar para que el Reichsarbeitsdienst le reconozca esas horas como servicio alternativo, requisito indispensable para ingresar a la universidad. No tuvo éxito y a mediados de 1941 empezó en el servicio auxiliar de la guerra con el fin de compensarlo. Esa experiencia la acerca aún más a la situación política, aunque, por miedo, calla.

En 1942, mientras los jóvenes son enviados a la guerra, Hans y Sophie ya están estudiando en la Universidad de Múnich. Hans estudiaba Medicina desde hacía tres años y su hermana empezó en las escuelas de Biología y Filosofía. Por sus filiaciones académicas e intereses personales, ambos compartían amistades por el arte, por ejemplo: dicen que a Sophie le gustaba mucho la música y la teología.

Aunque ese mundo le permitía aislarse de los horrores cometidos por el nazismo, Sophie vivía inquieta por las víctimas del holocausto. Y esa angustia aumentó cuando su padre cayó preso primero por hablar mal de Hitler y luego por escuchar emisoras de radio que apoyaban abiertamente al bando de los Aliados. No podían quedarse de manos cruzadas, ambos estaban decididos a hacer algo.

“Somos la rosa blanca” (1942-1943)

En el verano de 1942, aparecen en la Universidad de Múnich mensajes en las paredes y panfletos en el piso contra de la guerra que Alemania libra contra el mundo. A Sophie le cautiva esa manera de protestar, es una forma resistencia no-violenta que utiliza el arte contra los vejámenes del Tercer Reich. Lo que ella no sabe es que Hans y sus amigos están involucrados en el grupo que los hace.

Se hacían llamar la Rosa Blanca y, al conocer a los integrantes, Sophie no tardó en entrar. Incluso fue ella quien enamoró a varios miembros con la idea, entre ellos el profesor Kurt Huber. Sin dejar huellas, Sophie trasladaba la propaganda antinazi a otras ciudades alemanas, alentando la masificación del movimiento. Aunque la Gestapo iba tras ellos, eran demasiado astutos como para dejarse ver.

Pero la mañana del 18 de febrero de 1943, Sophie y su hermano se arriesgaron subiendo al atrio de la Universidad para lanzar más panfletos. Un miembro del partido, que supuestamente trabajaba como conserje en el campus, los encerró y llamó a la policía. Los esbirros del nazismo aparecieron casi de inmediato y apresaron a los estudiantes. Entre amenazas y preguntas, el grupo fue disuelto.

De ninguna manera quedarían libres. Los hermanos Scholl comparecieron ante el tribunal cuatro días después de la detención y el juez los encontró culpables. ¿La condena? Morir guillotinados ese mismo día. A pesar de que se negaron a delatar a los otros miembros del grupo, tiempo después todos tuvieron el mismo final. Dos años más tarde, los nazis no lograban su cometido y perdían la guerra.

Una historia que continúa viva

La historia de Sophie y de Hans ha inspirado al movimiento de los derechos humanos, específicamente al activismo que utiliza la no-violencia como forma de protesta. Los nombres de los hermanos Scholl son recordados en la historia como símbolos de aquellos alemanes que, aunque no eran judíos, no pudieron ser seducidos completamente por el mundo del futuro que prometía Adolf Hitler.

Y el legado ha trascendido la cultura pop (pues hasta se han estrenado películas sobre la vida de los Scholl), el gobierno alemán conmemora sus vidas y, en el caso de Sophie, existe un premio que reconoce el compromiso cívico y los valores democráticos. En Venezuela, es el embajador de Alemania quien se encarga de entregarlo anualmente a todos aquellos que destacan en el activismo ciudadano.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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