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Cuando las palabras seducen y estremecen

Ante un trozo de papel en blanco hay alguien más que un escritor queriendo desatar una tormenta de palabras para describir una realidad. Hay una comunión de dioses apostados en el lado sedicioso del Edén haciendo sus milagros con todas las voces concurriéndole apresuradas para transformarse en historias. Fábulas que luego intentarán colmar de sueños a los lectores, y entonces, ya algunos de aquellos no volverán a ser los mismos de antes, como tampoco quien las concibe. 

La creación literaria ayuda a las personas a elevarse sobre sí mismas, influye en quien las escribe y al propio tiempo en quien las lee. Porque cada texto al mostrar una realidad, sensibiliza doblemente, así sea una mera fantasía, pues concita una reflexión y un ejercicio de la intelectualidad con la fuerza suficiente para modificar convicciones.

Hace poco culminé de leer Otras fábulas del agua. (2022), de Alexis Fernández, bajo el sello editorial de Editorial Kuruvinda.  Hay un gran trabajo ahí, una esmerada labor con las palabras, sólo comparable al oficio de un alquimista cuando a través de una afinada fusión consigue su quimérico propósito. Pues, esa cadencia melodiosa, como un solfeo de palabras con que aborda el exótico paisaje del sur del lago de Maracaibo, nos acerca al misterio de lo que mucho se desconoce de aquellos parajes. 

Es un viaje por aquella naturaleza indómita, pleno de todos los inimaginables matices del verde invadiendo nuestras pupilas. Ese cosmos vernáculo, en sí mismo, tiene mérito poético propio, un elán vital que aturde los sentidos para que sólo sea la contemplación, en una suerte de numen precipitado, quien termine atrapando al espectador con estoica admiración, olvidándose de sí mismo, como ocurre en casos de absorta observación.  

Es un libro de una exquisita sensibilidad, profundamente humano; un tributo a los sentidos, cuya narrativa, unida a las bellas ilustraciones de Hilario Atienzo para complemento de lo que ya hermosamente se describe, es un bálsamo con el efecto atemperante de un blue. Su prólogo, a cargo de Orlando Villalobos Finol, nos alienta en la lectura. Es tan esmerado como el contenido mismo que se despliega en sus 137 páginas.    

Entonces, comienza mi reflexión, unas anotaciones espontáneas, que fui haciendo en mi libreta de rigor al cabo de varios días, acaso arrobado por la narrativa y también la curiosidad. A veces, aunque tenemos la capacidad de la observación, patrimonio acumulado de nuestra especie, apenas comprendemos el papel del hombre en su conjunto, en especial, su relación con la naturaleza. Así, en el metafórico trayecto de Otras fábulas del agua, su autor nos une a la corriente desbocada de los ríos que atraviesan poblaciones, sin cuya presencia jamás habría fecundado la poesía de la obra. Todos los tiempos se han alineado en torno a ellos; son los ríos Escalante, Chama, Catatumbo, Torondoy, dibujando las formas de los pueblos levantados en sus dominios, para en una osada convivencia con inimaginables seres que nos observan desde su asombrosa constelación de azares, integrarnos a criaturas del agua, del aire y de la tierra, dejando que esta humana discordancia, apenas advirtiendo la presencia de semejante prodigio, trastoque con sus menesteres profanos el equilibrio natural que millones de años han logrado establecer. En ese mundo descomunal siento mi fragilidad, mi atronada comparecencia, como aquel punto sobrevenido en una agenda de trabajo universal. 

“Hay un colegio en Ologá y en sus paredes de viento las pizarras suelen colgar de las nubes y sus libros de agua y cuadernos y lápices de salitre y tormenta penden de algunos astros y pájaros cercanos mientras nosotros con tizas de colores azuzamos el celeste luminoso de las canaguaras que asoman sus ojos de fuego por las ventanas sin ventanas.

¡Pero es lunes! Dice un personaje escapado de uno de los libros llevados por uno de los pájaros que portan en sus alas el alma de la laguna.

¡Hay clases de geografía! Susurra otro personaje saltado de unas páginas coloreadas hora cuando la laguna gira tras los astros, los pájaros y las pizarras que siguen los empeños del viento.

El maestro habla de torrentosos ríos de frágiles nacientes y anchurosas desembocaduras.

Habla de un río tan largo como el mundo y tiene por nombre ¡Catatumbo!

Habla de un río sin una sola cachama que se hace llamar ¡El Chama!

Habla de un río que tiene la vida por delante y lo nombran ¡Escalante!

Mientras tanto nosotros pintamos un relámpago que desborda nuestros cuadernos.

Un amarillo extendido que lanza atarrayas como rayos sobre las aguas. 

A plena luz del día el relámpago sin trueno se torna invisible.

Un amarillo espantado que sale a trote del colegio y avanza en sus callejuelas de agua y revuelve los trastos de cocina y desata los espejos inclinados y regresa ya tarde relinchando como un potro desinflado.

Sin embargo, no podemos contener la llamarada que se desborda de nuestras manos.

Un relámpago silente y errático, rutilante y esquivo se reanima en nuestros cuadernos.

Los ríos del maestro con sus nombres sonoros y crujientes se cuecen bajo su lumbre.”

Colegio en las aguas

            Para David y Victoria

Otras fábulas del agua. (2022). Alexis Fernández.  Editorial Kuruvinda. 

La mariposa Monarca recorre cuatro mil quinientos kilómetros de distancia, viajando sólo a la luz del día para cumplir su destino; su misión de vida en su eterno retorno preservando su especie, llevando en sus genes los códigos de su infinita reproducción que pocos llegan a presentir, como señala Alexis Fernández, en Veintiocho días en la vida de una Mariposa Monarca. 

Las mariposas repiten su ciclo en un imperecedero regreso, acaso dictado por el destino, o por la genética secular que las eterniza como especie, que al final no siendo lo mismo, como canta Silvio Rodríguez, resulta igual a los efectos de su perenne regreso, porque no hay cambios en la rutina que conforme a sus leyes invisibles, repite cada vida como una réplica de la anterior, sin que aquello sea expiación de culpas o pecados que nunca han tenido, pese al atrevimiento de obsequiar a los únicos seres inteligentes del planeta, la maravilla de su aleteo policromático y el encanto de las flores deleitando nuestras pupilas en virtud de su menester persistente. Son seres de una inocente belleza en masiva travesía cumpliendo con el sino de su existencia. Entonces recuerdo al amante perseguido por la interrogante: 

–Si vivieras otra vida, ¿la harías conmigo? 

–Aunque así quisiera, no hay modo de escapar a la ya vivida. En un eterno retorno, siempre será la misma vida junto a ti, porque no hay ensayo para la vida, aun regresando eternamente, lo único que conseguiremos es repetirla ad infinitum. 

Lucubraciones de aire estrafalario, admito, que únicamente se le ocurren a un conciliador de ficciones contagiado por la rebelión de ingenio que conforma Otras fábulas del agua.

La prosa y la poesía se toman de la mano cuando la realidad que se observa trastoca los sentidos, mientras conmueve el pensamiento obligando al autor a refugiarse en la palabra para intentar transferir al lector el mismo encanto que le apasiona. En la obra comentada, existe una armoniosa conjunción de ambas vertientes de la literatura. Oportuno, en consecuencia, me ha parecido citar a Eduardo Liendo en torno al tema.

“El proceso de la creación según lo refieren muchos autores es complejo y exigente, y puede transitar o transcurrir por diversos estados de ánimo: ideas, intuiciones, dudas desánimos, motivaciones, aflicciones, despechos, alegrías y otras manifestaciones, de acuerdo con el temperamento y la experiencia de cada autor. Cada obra es única y, por lo tanto, sujeta a imponderables, si no fuese así, no valdría la pena escribirla.”

En torno al oficio de escritor. Eduardo Liendo. Literales. TalCual. 10 y 11 de diciembre de 2011.

En la presentación de la obra, Orlando Villalobos Finol nos dice, en acuerdo con el comentario precedente del escritor Eduardo Liendo lo siguiente:   

“Todo libro se corresponde con el ímpetu de contar y testimoniar. Algunas veces con la pretensión de convencer, pero quizás, principalmente, para decir las dichas y desdichas, las alegrías y las derrotas que nos desconciertan. como dice Ricardo Piglia:

“Un buen narrador no es solamente el que ha vivido la experiencia, el sentimiento de la experiencia, sino aquel que es capaz de transmitir al otro esa emoción”.

Es eso lo que encontramos en este libro que intento mostrarles. Se presenta un mundo desde la experiencia personal y desde la investigación que busca descifrar enigmas y misterios; la investigación para conocer, pero sobre todo para entender el sentido de ese pedazo del cosmos. 

En Otras fábulas del agua (2022), Alexis Fernández completa el arco iris narrativo que nos reencuentra con las ficciones, sensaciones y emociones de lo que somos o de quienes andamos sobre la misma tierra, según lo trazado por Rómulo Gallegos.

Ahora bien, están plasmadas en el libro un conjunto de inquietudes de orden histórico y cultural que tal vez trasciendan el ámbito de la poesía, o digamos mejor que son recogidas en una narración épica dando cuenta sobre la conformación sociocultural de las poblaciones asentadas en la región a las cuales se consagra su contenido. Es un canto apasionado e ingenioso de fina composición poética, con una fábula encantadora dando paso a la curiosidad histórica sobre determinados episodios de los pueblos de agua del sur del lago de Maracaibo. Y comprendo la sensibilidad por temas que, al fin y al cabo, son la base de la multiculturalidad que da fundamento a su labor como escritor.  Entonces, he querido franquear las fronteras de la poesía, de aquella tempestad de los sentidos, de las palabras, ya con propósito de entrometido explorador –qué importa si estas locuras diurnas no pueden alcanzar las idas y venidas de más de cuatro siglos de historias en estos lugares que tanto apasionan a Alexis Fernández. ¡A veces huyen las palabras!– para dar una rápida mirada a ese cimiente que da vida tanto a la prosa como a los versos del autor en Ajé Benito Ajé Benito. Marullos y en Fiesta y desolación en Gibraltar.

      I

Lecturas en las hogueras 

Las voces antiguas de los Bobures 

leerán en las brasas las señales del delirio. 

Llegarán naves como zancudos gigantescos

que dominarán las corrientes. 

Tendrán alas y no volarán 

pero dominarán los vientos.

De su vientre brotarán bestias 

montadas por seres portados

de armaduras cortantes 

y empuñaduras de fuego

que invocaran la muerte.

Grandes insectos 

como canoas viajarán por el Coquivacoa.

Tienen alas fijas y dominarán los marullos. 

¡Se acercan, será el fin! 

Repetía el piache 

clarividente 

ante los códigos del fuego. […]

Ajé Benito Ajé Benito. Marullos

Otras fábulas del agua. (2022). Alexis Fernández. Editorial Kuruvinda.

“¡De la mar océano venían las embarcaciones! ¡Venían de Europa! ¡Venían de España!  Al divisar a Isla de Toas, se alineaban rumbo a la barra y luego proa al Sur, dejaban atrás a Maracaibo y las poblaciones costeras y seguían hasta San Antonio de Gibraltar. Al arribar a sus costas, uno a uno, disparaban dos cañonazos de salva para indicar que venían en son de paz. Los oficiales, alguaciles y escribanos, llevaban una contabilidad estricta de la mercancía declarada. En dos, tres días descargaban, contaban y acomodaban las mercaderías en los almacenes del puerto. Luego, terminada la feria navegaban hacia Cartagena de Indias para comerciar esos rubros y regresar otra vez en octubre para la segunda feria y al terminar seguían rumbo a Santo Domingo, Veracruz, Sevilla, llevando aquellos productos que deslumbraban por su excelencia y exquisitez. 

Los arrieros, indios, esclavos y mayordomos, regresaban a las poblaciones costeras y a los páramos de niebla y encantos. 

¡Gibraltar respiraba solaz y prosperidad!” 

Fiesta y desolación en Gibraltar

Otras fábulas del agua. (2022). Alexis Fernández.  Editorial Kuruvinda.

Pues resulta que hay una larga historia en esta región, riquísima por demás, que se remonta a los orígenes mismos de nuestro gentilicio como nación.  

Gibraltar, como de modo persistente se ha comentado en diferentes momentos de nuestro devenir, fue fundada en 1592, conforme a Real Cédula fechada en Santa Fe de Bogotá el 12 de septiembre de ese mismo año.

Su fundador fue Gonzalo Piña Ludueña, quien también se desempeñó como Gobernador de la Provincia de Venezuela entre 1597 y 1600. Los primeros habitantes de esta subregión lacustre fueron los aborígenes de las etnias misoas, motatán, tomoporos, motilones, ceutas y bobures. Todos estos pobladores ancestrales fueron sometidos al trabajo esclavo, expulsados de sus tierras y diezmados durante la Conquista. Más tarde, en tiempos de la Colonia, llegaron las primeras oleadas de esclavos traídos desde el África para iniciar las plantaciones de cacao, café y caña de azúcar, cultivos que nos perfilaron como un importante productor de estos rubros agrícolas durante buena parte de nuestra historia. 

El escritor e investigador Gilberto Mora Muñoz, en su publicación Gibraltar 400 años. (Memorias). (1995), nos señala sobre el tema lo siguiente: 

“Gibraltar fue la segunda población fundada por los conquistadores en este costado occidental de Venezuela; y antes que Maracaibo, el primer puerto, a la vez que nudo comunicacional primigenio con Cartagena de Indias y la Audiencia de Santa Fe, con el Reino de Méjico, el Puerto de Veracruz y La Habana. Fue, asimismo, por donde salieron para otros países, los productos agrícolas y pecuarios, y riquezas de Mérida, Trujillo, Táchira, Barinas, de Tunja y de Pamplona.  […] 

El Puerto de Gibraltar, fue el vínculo aglutinador de ese entorno de riquezas que en nuestros días constituye la Subregión Sur del lago de Maracaibo. […]

Aquella prosperidad, cuya consolidación fue el mérito de la mano de obra esclava africana, despertó la codicia en metrópolis europeas, y desde Inglaterra, Francia, Holanda, salieron piratas, filibusteros, corsarios, a saquear, incendiar y asesinar en nuestras costas. Gibraltar aparece en diversos relatos de la época, en textos escritos posteriormente, y en documentales cinematográficos que destacan las actuaciones criminales de William Jackson, Henry Morgan, Miguel Vascongados, Francisco Nau, Gramont y otros. Todos ellos, transportaron a sus países de origen, inmensas riquezas, obtenidas con rapiña y muerte.”

Gibraltar 400 años. (Memorias). (1995). Gilberto Mora Muñoz.

Quizás sea algo aventurado, atrevido, formular un parecer que relaciona a la literatura como un único compromiso del autor para mostrar con su oficio la develación de una realidad de injusticias que no siempre es percibida abiertamente por el común, o que, en algunos casos, es acallada, enmudecida, por determinados intereses de acuerdo al sistema de valores culturales imperantes. En efecto, podría opinarse, como en este caso hago, que se trataría de una literatura al servicio de una causa determinada. Esto no le resta valor si fuera posible conciliar la estética de las palabras con el propósito instrumental de ellas. Del mismo modo, cuando la trascendencia del escritor se empina más allá de las formas, del solfeo esmerado causando admiración por las maneras en cómo se narra una historia, el cometido insurgente de las letras cobra otras dimensiones. En tal sentido, y visto así, las obras literarias dejarían de concebirse privilegiadamente como un instrumento social, un panfleto incendiario con fines al margen de la creación literaria.  Hecha esta reflexión, que de seguro ha sido realizada en mejores términos por otros, me animo a decir que Otras Fabulas del agua, logra conciliar admirablemente los propósitos estéticos con los históricos con interés pedagógico.  

VI

Vazimba

Él, negrero

Ella, esclava en las plantaciones de Gibraltar 

Él, prisionero de sí mismo

Ella, princesa de ébano en su despojado reino 

Él, esclavista, mercader de sueños 

Ella, memoria del reino usurpado

Los aromas del chorote y las fragancias 

del melao de panelas se cuecen 

en calderos a fuego de leño

en el estremecido trópico.

Los látigos, los cepos y las carimbas 

enrarecen el límpido cielo. 

Nace Vazimba 

Lleva el nombre de sus ancestros

Madre África descarta otros bautismos

Vazimba se llamará

La niña que de mis entrañas brotó

Es río y miel que en mi sangre navegó

Y Vazimba por nombre llevará 

Crece en los ranchones al calor de los cautivos 

Nace irredenta, huracán en los cañaverales,

Inquietud del cacaotal. 

Desencuentros entre el traficante de sueños 

y la mujer de ébano, impuso 

la voluntad del amo.

Vazimba, una pieza de Indias, sería vendida 

a tratantes de otra hacienda en el caserío La Barúa, 

uno de los seis caseríos del municipio Urdaneta 

del cantón Gibraltar.

Vazimba es joven

Es primavera en la turbidez del trópico, 

es aire, tierra, agua y 

fuego en la memoria de su madre quien la recuerda ante 

el esplendor de un relámpago silente y siente en sus entrañas 

el fulgor de las estrellas en Madagascar,

los antiguos ríos de astros que alguna vez navegaron en su sangre.

Vazimba es movimiento 

Invoca la voluntad de sus ancestros 

y concita su fuga 

y azuza partidarios 

y crea en inhóspita región montañosa 

un cumbe para el encuentro 

adonde concurren cimarrones de Capiú, 

Cimonó, Muyapá y Bobures.

Cazadores de cimarrones asaltaron el cumbe. 

Las aves bajo las oraciones de un anciano

incorporado al recinto se convirtieron en resistentes defensores

portando arco y flechas curtidas en ponzoña de macaurel y dientes de tigre, 

lanzas armadas con punzantes como cortantes lajas y macanas con garras de jaguar,

defendieron el lugar del anhelado encuentro. 

Liberaron a los cimarrones de sus cazadores,

que marcaron retirada.

Los cimarrones de Vasimba

rehicieron los muros de piedra y las empalizadas, 

el reino de la ansiada libertad.

Volvieron a sembrar y a cuidar de sus sembradíos y cosechas 

y otra vez volvieron a encender las 

hogueras y a tocar los tambores 

y a bailar y a cantar y a tocar 

y a beber 

-Una luna intensa lanzaba 

geranios sobre el cumbe

en ocasión de celebrar a Legba

y volvieron los cazadores con 

sus dogos hambrientos

y sus armas de muerte.

Muchos perecieron,

entre ellos el anciano poseso de las oraciones

y ya jamás se convirtieron los pájaros 

en los guardianes del recinto. 

Otros partieron montaña arriba, 

más adentro del silencio.

El dolor se acrecentó 

en la despiadada lluvia,

el tambor silenció su 

trueno.

Entonces la sangre corría en sus ríos 

y las aves entonaron un 

canto que aún se escucha entre 

las piedras.

Ajé Benito Ajé Benito. Marullos.

Otras fábulas del agua. (2022). Alexis Fernández.  Editorial Kuruvinda

Nuestro poeta Rafael Cadenas tiene una valiosa reflexión sobre la literatura en nuestros tiempos, es una afirmación realizada hace ya mucho, sin embargo, a mi juicio, conserva una pertinencia insoslayable en el presente. 

“Al hablar de la contribución que la literatura podía darle al hombre en estos momentos, pensábamos sobre todo en la posibilidad de que lo ayudara a descubrirse; le asignábamos un trabajo doloroso, un trabajo que tiene mucho de desenmascaramiento y contemplábamos la idea de una literatura implacable. En realidad, casi toda hoy es un monumento a la distracción. Ella seduce al hombre, es la Circe de la cultura; lo mete en un cerco verbal y lo cubre de ideas, impidiéndole muchas veces el contacto directo consigo mismo, con todo. Se convierte entonces en otro de sus escapes: en lugar de sacudirlo, lo arrulla; lo mece, no lo estremece.”

Realidad y literatura. (Editorial Equinoccio). Rafael Cadenas. 

En Otras fábulas del agua de Alexis Fernández, su contenido no sólo estremece, seduce ingeniosamente con sus palabras bien concebidas.  

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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