El chavismo, como todo sistema estructuralmente populista y autoritario, emergió, se desarrolló y se fortaleció desde la división de la sociedad. La creación de enemigos externos (“el imperialismo”) y enemigos internos (“la oligarquía”) fue fundamental en la narrativa del padre de la desgracia, Hugo Chávez. Ya en la época de Nicolás Maduro, cuando veían que el apoyo popular disminuía a la velocidad en la que los jóvenes emigraban, decidieron crear matrices y falsas luchas entre aquellos que decidieron comenzar una nueva vida fuera del país y aquellos que siguieron en nuestra tierra. Pero no pudieron. No lo lograron. Fallaron. La migración más grande del mundo (que ya roza los nueve millones de personas) terminó siendo el más grande error del chavismo, pues no solo tiene a un país fuera de un país contando lo que ocurre en Venezuela, sino también a ciudadanos que se fueron físicamente pero no de corazón ni de mente, por lo cual han (hemos) decidido ser parte activa de la lucha por el rescate de nuestra República: informamos, verificamos noticias, ayudamos a organizar redes y colaboramos con la organización interna. La tiranía nos ha separado en kilómetros, pero hoy estamos más unidos que nunca.
Como ya se ha explicado en reiteradas ocasiones, esa palabrita “compleja” que se le agrega a nuestra emergencia humanitaria, significa que esta no proviene de un desastre natural o una guerra (convencional). Lo que viven los venezolanos es absoluta responsabilidad de quienes han manejado los mayores ingresos petroleros de nuestra historia pero, por diseño político, han tratado de ejercer el mayor control social posible para arrodillar a la población. No fueron “las sanciones” ni los “ataques económicos”. Fueron ellos, los que están en el poder que, con una mano roban y con la otra asesinan.
Sin embargo, esta táctica soviética encontró a una sociedad resiliente y una juventud que, sin conocer la democracia, la anhela y la visualiza para su futuro inmediato. La hiperinflación, la escasez de nuestro período especial (sí, como el de Cuba), los días sin agua por tubería, los hospitales sin insumos y hasta aquella semana de 2019 en oscuridad total no pudieron rompernos, por el contrario, nos permitió organizarnos más y mejor entendiendo que, así como había un régimen antidemocrático, también había un Estado inexistente. Y esa organización, la de nuestras familias y amigos, la de nuestro metro cuadrado que durante un buen tiempo susurró el deseo de cambio, fue la base para los Comanditos y la plataforma 600K que, el 28 de julio, votó y defendió esos votos. Ya no hay susurros, ahora hay gritos de libertad, libertad, libertad. Lo vimos en campaña con los recorridos históricos de María Corina Machado, lo vimos en las urnas y lo vamos a ver cuando Edmundo González Urrutia cumpla con lo que ya hemos expresado el 67% de quienes pudimos votar: asumir como presidente de Venezuela.
Se equivocaron pensando que, como la gallina de Iosif Stalin, volveríamos a sus manos por dádivas cada vez más humillantes. No tomaron en cuenta nuestros 40 años de experiencia democrática.
Llegó el 23 de octubre de 2023, nuestro primer hito político en mucho tiempo. Y aquí, hay que decirlo, no fue un solo error de parte del régimen, sino varios. El primero de ellos, sin duda, fue subestimar a quien hoy lidera el país (no a la oposición; al país). El segundo fue considerar que este proceso electoral sería un fracaso y no levantaría a los venezolanos; una percepción errada, por cierto, impulsada por varios dirigentes opositores (?) que, como ese grupo que se autodenomina “analista”, no la vieron, no la ven, ni la quieren ver. Permitieron que ocurriera la elección Primaria y tuvieron que ver, en vivo y directo, cómo más de dos millones y medio de personas participaron en un proceso democrático, transparente y poderoso donde, el 93% de estos, decidieron un liderazgo y una ruta (más que una candidatura) con rostro de mujer. Si Nicolás Maduro jamás pudo legitimarse a través de elecciones, María Corina Machado validó su histórico liderazgo a través del primer proceso electoral democrático en muchos años.
Si la Primaria fue un error de cálculo de la nomenklatura chavista, todo lo que giró en torno a las elecciones del 28 de julio fue una consecución de fallas de su parte. Para empezar, creyeron que la proscripción de Machado sería un golpe irreparable y que ella llamaría a la abstención. Error. Luego bloquearon la candidatura de la profesora Corina Yoris e intentaron posicionar una candidatura con la que se sentirían más “cómodos” para hacer sus desmadres. No lo lograron y, al final, con la postura decidida de María Corina y el “ok” de todos los partidos que conforman la Plataforma Unitaria y el resto de la unidad democrática, se confirmó que el diplomático Edmundo González Urrutia ya no sería la “tapa” sino el candidato formal. Permitieron su candidatura creyendo que el desconocimiento de González Urrutia y su avanzada edad les facilitarían las cosas. Error.
Ya en campaña, asumieron que el terrorismo de Estado, la imposibilidad de viajes en avión para el liderazgo opositor y la hegemonía comunicacional les serviría para disminuir los deseos de cambio y la organización. Ocurrió todo lo contrario, pues cada recorrido de María Corina era más grande que el otro y, entre pueblo y pueblo, no solo hablaba con los residentes sino también con los militares y policías de las alcabalas. La esperanza se hizo tan grande como la extensión del territorio venezolano. El deseo de cambio se fortaleció. Y, con ello, la organización se consolidó. En apenas unas semanas “Edmundo pa’ todo el mundo” era una frase que se decía en cada calle del país, en cada grupo de WhatsApp y en cada red social.
El tándem María Corina ― Edmundo se volvió un problema mucho mayor, para el régimen, que haber permitido la candidatura de Machado. En ninguno de los casos contaban con números electorales para vencer, pero al final tuvieron a la líder del país recorriendo cada pueblo (y venciendo los obstáculos que ellos mismos ponían, lo cual aumentó la épica contra el poder), y al candidato (hoy presidente electo) tendiendo puentes, hablando de transición, organizando y siendo un factor de una unidad cada vez más consolidada. La candidatura de González Urrutia fue un enorme acierto de la oposición, pero esta llegó luego de un error no forzado del chavismo.
Así, ocurrió el 28 de julio. Tampoco creyeron que los Comanditos y los 600K tendrían el nivel de organización, compromiso, valentía y entereza que tuvieron. No entendieron que, quienes antes eran sus bases, ahora se habían sumado a la defensa del voto de la oposición. Pensaron que lograrían una diferencia con la que podrían jugar a su acostumbrado fraude y, también, que no podríamos tener las pruebas en mano. Error. Ese plan que María Corina Machado ya mencionaba hace una década, de mostrar las actas oficiales en una página web, estaba pensado y trabajado. Se votó, se defendió el voto, se guardaron las actas (con ayuda del Plan República, punto no menor) y se mostraron al mundo. Elvis Amoroso solo pudo leer un número en una servilleta, pero el Comando ConVzla publicó estado por estado, mesa por mesa, la verdad. El poder quedó descolocado y el tirano, desnudo.
El chavismo, asumiendo tener todo bajo control, invitó como observadores/acompañantes electorales para el 28 de julio únicamente al Centro Carter, con quienes históricamente se han sentido a gusto, y a un Panel de Expertos de la ONU, creyendo que su informe final sería privado para la lectura exclusiva de António Guterres. Se equivocaron.
Los primeros no solo dejaron claro que la elección no fue democrática sino que, también, avalaron los resultados que la oposición, con actas en mano, han mostrado al público: el vencedor con más de 30 puntos de diferencia fue Edmundo González Urrutia. Y los segundos mostraron su informe abiertamente, dejando claro, también, que el CNE no cumplió «las medidas básicas de transparencia e integridad» y advirtiendo que la no publicación de resultados detallados «no tiene precedentes en las elecciones democráticas contemporáneas». Esto causó la reacción colérica del inestable Jorge Rodríguez y, justo cuando Lula da Silva y Gustavo Petro intenta lanzarles un salvavidas (es decir, una posibilidad de que se genere una transición con ellos quedando bien) proponiendo una nueva elección, este grita iracundamente que propondrán una «reforma (i)legal» para prohibir la observación electoral en Venezuela y, de paso, reconoce que vigilaron/espiaron ilegalmente las comunicaciones de los miembros de la ONU en el país. Se equivocan de nuevo.
Son más de dos mil secuestrados, más de 20 inocentes asesinados y torturas constantes. El terrorismo de Estado (y así lo ha catalogado la propia CIDH) ha sido la única respuesta de un régimen al que solo le queda la fuerza bruta y el horror. Pero, como solo saben doblar la apuesta, decidieron, además despedir a trabajadores de la administración pública y sacar a familias enteras de los apartamentos otorgados por el Estado (sin título de propiedad) porque estos pusieron en WhatsApp algo que no le gustó al poder.
Su idea clara es el avance soviético al totalitarismo, pero el delirio de verse acompañados únicamente por las armas los está haciendo tensar mucho la cuerda. El paso siguiente al miedo y el terror es la indignación y hoy no están golpeando a «la clase media» de la infame Lista Tascón, hoy están golpeando a quienes antes eran sus bases y ahora son el principal motor de cambio. Arrinconar (o creer que se arrincona) a quienes tienen poco que perder pero mucho por ganar, no siempre es una buena idea.
Sí, las tiranías y dictaduras se equivocan. Por eso, a pesar de la narrativa de los propagandistas (ya saben, esos que hacen encuestas, «análisis», negocios, lobby y un largo etcétera) que buscan vender a Nicolás Maduro como invencible, hay que seguir. Hay que presionar. Hay que obligarlos a que se sigan equivocando. Hay que avanzar justo cuando ellos creen que lograron apaciguar el descomunal deseo de cambio expresado en las urnas.
La unidad, la estrategia y el compromiso incansable de los ciudadanos son las llaves para transformar la adversidad en una victoria histórica para Venezuela.
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