El momento histórico que hoy vive Venezuela abre las puertas a la renovación de ideas, de consensos sobre nuestro funcionamiento como país. Esas ideas y consensos deben discutirse y acordarse de manera amplia, es una tarea que no solo incumbe al liderazgo, político o gremial, o a las élites del país. Es una discusión de todos y para todos.
Veo este proceso influenciado por las ideas sobre liberalismo político de John Rawls. Entre esas ideas nos menciona el concepto de consensos por superposiciones, que se refiere a la convergencia de diferentes perspectivas sobre distintos temas, buscando un terreno común que satisfaga las necesidades e intereses de los diferentes sectores de la sociedad, sin importar ideologías, doctrinas o visiones particulares respecto al desarrollo de la vida nacional.
Hay algunas características relevantes acerca del proceso de definición de ese terreno común. En primer lugar, debe ser una aceptación voluntaria, de ninguna manera puede surgir de la imposición o la coerción de los grupos de poder. Segundo, debe conseguirse a través de la argumentación de ideas, de la evidencia empírica y alejarse de ideas utópicas, que a veces embelesan, pero no por ello dejan poco prácticas. Tercero, se caracteriza por el respeto al proceso de intercambio de ideas, que nada tiene que ver con la aceptación o la sobreconsideración de esas ideas, sino al respeto que existe al disponerse a escucharlas e intentar entenderlas. Y cuarto, el objetivo es, en todo momento, el bien común, que todas las partes involucradas puedan mejorar su bienestar con dichos consensos.
Venezuela ha carecido de ese terreno común, no hemos sabido delinearlo, visualizarlo, quizás porque hemos considerado que era una tarea ajena a nosotros como individuos, como sociedad, que debería ser algo mágicamente dado. Por ejemplo, el respeto a la ley, es una idea muy lógica, práctica y necesaria, pero no es un amplio consenso que obedecer el marco jurídico es una acción que nos beneficia a todos, que ayuda a la resolución de conflictos, a la convivencia, a la paz, a la justicia.
Otra idea que debería ser ampliamente aceptada, consensuada es el respeto a la propiedad privada. Que cada quien tenga el derecho de que le respeten la suya y el deber de respetar la de los demás. Quizás otro consenso pudiese ser la valoración de vivir en democracia y del rol activo que debe tener cada miembro de la sociedad en defenderla.
Quienes leen estas palabras seguro tendrán otras ideas propias de un consenso necesario. Mi invitación en este punto de nuestra historia es que las planteemos, las discutamos en los diferentes espacios que frecuentamos diariamente, nuestras casas, nuestros trabajos, con nuestros amigos, que nos preguntemos genuinamente ¿Cuál es nuestro terreno común?
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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