“Se pueden hacer muchas cosas con las bayonetas… menos sentarse encima de ellas”, Charles Maurice de Talleyrand (De un discurso en el Congreso de Viena, 18 de septiembre de 1814 al 9 de junio de 1815).
“Comerciar con autócratas promueve la autocracia, no la democracia”. “No hay orden mundial liberal”, Anne Applebaum
En la era contemporánea, es insuficiente atribuirle la estabilidad de una dictadura al sector militar, ya que igualmente en muchas democracias del mundo están situadas las fuerzas armadas más poderosas del mundo. El mismo Talleyrand comentaba que con las bayonetas se podían hacer muchas cosas menos sentarse en ellas, mostrando lo inestable de un poder político principalmente sostenido por sólo el poder militar. En los escritos de Armando Gagliardi, “De la democracia a la dictadura” (contenido en el libro, “Fragmentos de Venezuela, 20 escritos de economía”, 2017); y Bruce Bueno de Mezquita junto con Alastir Smith en sus libros “La lógica de la supervivencia política” (2003) y “El manual del dictador” (2012), nos explican la relación entre economía y políticas públicas, para definir cuándo un régimen es democrático y cuando no.
Entre los tres escritos podemos concluir que ni el autócrata más poderoso tiene la capacidad de hacer todo lo que desea, ya que generando el poder que ejerce existe una serie de poderosas estructuras y resortes que pueden eyectarlo del mismo si comete un error en sus acciones. Los gobernantes de un país tienen la administración del patrimonio público de una nación o sociedad. El gobernante, sea democrático o autocrático necesita un determinado grupo de apoyo que le otorgue el poder que otro actor social desea para gobernar el país. Dicho grupo en términos de Bueno de Mezquita y Alastir Smith se le denomina “coalición ganadora”.
“Es muy difícil que una dictadura pueda invertir en infraestructura, salud, educación, seguridad pública, entre otros, porque necesita el grueso de los recursos estatales para garantizar la fidelidad de quienes lo sostienen en el poder”
Para un gobernante democrático, la coalición ganadora que sostiene su poder la componen la ciudadanía que votó al gobernante y le dan su respaldo para ejercer su poder. En contraste, en una autocracia/dictadura, esa coalición es numéricamente inferior, integrada solamente por los líderes militares, burócratas, jefes de inteligencia, empresarios prebendarios del Estado y otros funcionarios que mantienen su régimen estable.
En una democracia, la coalición ganadora se sostiene por el electorado real, que, en resumen, son todos los ciudadanos que con derecho a votar, apoyen o no al gobernante de una nación en un momento dado. Un gobernante democrático necesita mantener apoyos en el electorado real, aunque no sea en la totalidad. Porque incluso en una democracia, un presidente puede ganar la elección y ejercer el poder con una proporción relativamente pequeña de los votos totales.
En comparación, las dictaduras se sostienen con un grupo mucho más reducido de actores que tienen mucho poder e influencia, una élite de cientos de personas comparándola con los millones que necesita un gobernante democrático. Un gobernante en democracia necesita el apoyo de una gran porción de la población del país que gobierna, entre un tercio y la mitad de la misma.
El gobernante de un país es dueño de los recursos del patrimonio público, con el mismo obtiene los apoyos de su coalición ganadora. Este patrimonio puede repartirse de forma pública o privada. En este último caso es cuando se habla de corrupción.
En democracia, para obtener el apoyo del electorado, el gobernante tiene que hacer uso del patrimonio común en bienes y servicios públicos en la mayor envergadura posible. En una autocracia, esa provisión puede ser mínima, hasta llegar a ser microscópica, para sólo sostener el mínimo de las capacidades del Estado.
“Las dictaduras se caracterizan por gobernar naciones más pobres que las democráticas”
Porque en una dictadura, para sostenerse, el patrimonio público en vez de dedicarse a los servicios públicos, es necesario dedicarlo a beneficiar de manera privada (corrupción) a los miembros de su coalición ganadora para mantenerse en el poder. Muy rara vez se ven dictaduras que gasten cantidades significativas de recursos del patrimonio público en el bienestar de su población, porque tienen el imperativo de satisfacer al pequeño grupo que lo sostiene de la forma más eficiente posible. Eso mata el mito de que las dictaduras pueden generar bienestar en las personas que gobiernan, aunque sí puedan alcanzar altos niveles de crecimiento del PIB. Las dictaduras se caracterizan por gobernar naciones más pobres que las democráticas.
Y justamente para tener recursos en la compra de lealtades, las dictaduras por lo general se caracterizan por gobernar las naciones con mayores tributos posibles, lo que desincentiva la iniciativa privada y el crecimiento económico en general. Un autócrata tiende a tener una estabilidad política mucho más sólida cuando su coalición es pequeña, para que cada miembro de la misma le toque una porción mucho más grande del patrimonio común que administra el gobernante, y así ellos tener mayores incentivos de mantener el statu quo imperante.
En democracia es casi obligatorio dedicar la mayor parte de los recursos del patrimonio común de la nación en la provisión de bienes y servicios públicos para satisfacer a la ciudadanía electora, y menos a particulares con poder e influencia. Dado que las coaliciones en democracia son demasiado grandes para comprar su lealtad a través de bienes privados y corrupción, y por lo tanto es necesario repartir dicho patrimonio en obras y servicios que alcancen al mayor número de habitantes. De esta manera, un gobernante democrático necesita repartir el mayor número de bienes públicos, tanto para garantizarse el apoyo de la ciudadanía como incentivar el desarrollo económico. Por eso, salvo extrañas excepciones, los países más ricos y con menos corrupción son aquellos con mayor calidad en su democracia, al igual que mayor libertad económica.
Al mantener una tasa impositiva más baja, y dedicar una mayor proporción del tesoro público a inversiones productivas, tales como: infraestructura, investigación o educación; los gobernantes democráticos logran al mismo tiempo aumentar el bienestar de la población y aumentar el tesoro público a repartir.
En autocracia las cosas son a la inversa. Al no necesitarse el apoyo de un electorado para mantenerse en el poder y más de grupos particulares, el autócrata invierte poco en la nación y mucho en financiar sus apoyos privados. Es muy difícil que una dictadura pueda invertir en infraestructura, salud, educación, seguridad pública entre otros, porque necesita el grueso de los recursos estatales para garantizar la fidelidad de quienes lo sostienen en el poder. Por eso, salvo excepciones muy bien estudiadas, las dictaduras no pueden crear verdadero desarrollo económico y social en un país, como le es impuesto a las democracias (especialmente las más sólidas).
Además, permitir a una dictadura acceder a mayores ingresos en su patrimonio común bajo la premisa falsa que la prosperidad democratiza una sociedad puede ser fatal. A menos que dicho proceso esté sujeto a sólidos acuerdos con poder de sanción para que se cumplan los acuerdos de liberalizar y democratizar un país, lo que logran es el efecto contrario. El autócrata obtiene mayores recursos para comprar lealtades dentro de su coalición ganadora, los cuales no serán usados para generar bienestar en el país, ya que el autócrata, aparte que necesita todos los recursos posibles para comprar lealtades, un aumento del bienestar de la ciudadanía puede generar demandas de libertad política y democracia, que obviamente a él no le convienen. Dar recursos a un déspota sin estar sujetos a sanción si no cumple las obligaciones de invertirlo en el país, es hacerlo más poderoso y hace más reducido las probabilidades de liberalizar y democratizar la sociedad que gobierna.
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Bibliografía:
-Balza Guanipa, Ronald y García Larralde, Humberto (2017). “Fragmentos de Venezuela: 20 escritos sobre economía”. Caracas, Editorial AB Ediciones UCAB, Caracas.
-Bueno de Mesquita, Bruce; SMITH, Alastair (2012). “The Dictator’s Handbook: Why Bad Behavior is Almost Always Good Politics”. New York: Public Affairs.
-Bueno de Mesquita, Bruce; SMITH, Alastair; Siverson, Randolph M.; Morrow, James D. (2003). “La lógica de la política de supervivencia”. Cambridge: MIT Press.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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Esta es una traducción de El Tiempo Latino. Puedes leer el artículo original en Factcheck.org. Escrito…
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