Entre un cierto estrato de periodistas y comentaristas políticos, a los que Naky Soto engloba bajo el cognomento de “lojanalistas”, corre como moneda frecuente la idea de que entre las razones principales de la negativa absoluta del grupo en el poder de dar cabida a la candidatura de María Corina Machado está la de que un triunfo de Machado significa una política de venganzas y represalias contra ellos. Se añade que eso ayuda a explicar la mayor condescendencia hacia la candidatura de Rosales, que aparece en esa “narrativa” como una figura más moderada y conciliatoria.
Ese enfoque ha adquirido un ropaje politológico, pues varios exponentes de esa disciplina académica han usado con frecuencia la terminología de los llamados “costos de salida”. El concepto se refiere a los costos que significaría para la cúpula en el poder salir de él, y se deja por sentado que esos costos serían mayores con Machado que con cualquier otro, y en particular que con Manuel Rosales.
Creo que se trata de una perspectiva errónea. Ojalá ese fuera el problema. Todo el tema de la suerte posterior del actual grupo de poder, una vez que hubiera salido del poder, puede ser objeto de negociaciones políticas de tipo clásico. Digo más : una persona con posturas tradicionalmente duras como Machado tiene más margen de maniobra en ese terreno que dirigentes habitualmente vistos como más blandos o dóciles. Su fama de intransigencia le permite llegar a unos acuerdos de más alcance que en todo otro caso. En la historia política del mundo hay bastantes episodios de esa clase. Si ese fuera el verdadero asunto, más prometedora es una negociación con Machado que con cualquier otro dirigente político aparentemente más suave . Pero ahí está el detalle : que ese no es el verdadero asunto.
El verdadero tema es que el auténtico y definitivo costo, el costo en verdad impagable no es otro que la salida misma.
La amplia difusión del tópico de los costos de salida me parece que en realidad refuerza lo que es un mero pretexto que oculta lo que en verdad está en juego, la necesidad absoluta de la permanencia en el poder.
Se le puede asegurar a quienes abandonen el poder las mayores garantías: palacios y odaliscas, viajes en jet privado, estancias imperturbadas en mansiones de lujo. No. El problema no está ahí : el problema está en si siguen teniendo el poder o no. Seguir ahí, ese es el objetivo supremo.
Por lo demás, fuera del poder, ninguno de esos responsables con tantas facturas pendientes está seguro. Nadie puede garantizar larga y plena seguridad a personas con tantas cuentas pendientes. Hay cosas que ya no dependen de negociaciones internas, sino de procesos internacionales que tienen su propio curso. Luego está el paso del tiempo. Las cosas no se olvidan. Las faltas cometidas tienen paciencia y nadie puede asegurar que no llegará el día en que pasen su factura.
Pero nadie va a venir con venganzas en Venezuela, ni Machado ni nadie. No es para los poderosos cosa de escapar de represalias La imagen en verdad temible, la situación insoportable, el costo de salida que no se puede pagar, es el mero verse fuera del poder.
Estos temores, estos costos, son situaciones psicológicas y como tal cambiantes. Por otra parte es el mundo del poder un mundo de círculos concéntricos. Está el núcleo central, y luego vienen, uno tras otro, círculos menos comprometidos, menos endeudados. Quién sabe qué alquimia hay allí, dentro de cada círculo y entre ellos, ante el panorama de una situación objetiva, nacional e internacionalmente, cada vez más insostenible, cada vez más ingrata. Tensiones internas, sospechas por doquier, reproches reprimidos, la conciencia, más en unos que en otros, de estar haciendo mal, de estar haciendo daño.
Y así como hay costos de salida, hay costos de permanencia. Altísimos, cada vez más altos. Puede que cueste salir, pero es seguro que también cuesta permanecer. Ha de costar seguir respaldando una situación que no tiene recuperación posible y cuyo único futuro es más represión, más arbitrariedad, más precariedad nacional, más sufrimiento popular.
Cada involucrado debe hacer su balance y ver qué costo es mayor, si el de salida o el de permanencia. Lo que es seguro es que el costo de permanencia crece de manera inexorable, lo cual en definitiva hace que el problema de permanecer sea mayor que el de salir. Sobre todo si están a mano formas pacíficas, constitucionales y democráticas de parar esa dinámica infernal.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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