Hay opositores que: pregonan la importancia de dialogar con Maduro. Destacan la institucionalidad de Padrino López. Consiguen virtudes en Lacava. Confían en Jorge Rodríguez. Aplauden a Delcy Rodríguez. Salen en medios de lavadores de dinero. Pero no pueden ni ver a María Corina. Curioso.
Repiten que para alcanzar la transición democrática, hay que estar dispuestos a tragar sapos. Sin embargo, cuando se abre el banquete, se ponen exquisitos. No aceptan cualquier clase de anuro o anura. Al parecer, los prefieren color carmesí antes que azules.
Todo lo saben antes de que ocurra. Tienen la virtud de ver más allá de lo evidente. Lástima que ese don de la clarividencia se les desarrolló tarde, pues algunos hace 25 años estaban embobados vitoreando al comandante, sin atisbar el tsunami que venía. Claro, cómo prevenirlo. Un militar que encabezó dos golpes de Estado, admiraba a Fidel Castro y prometía arrasar con todos sus adversarios. Imposible adivinarlo.
Pronosticaron con absoluta certeza que las primarias se hundirían en el caos. Jesús María Casal estaba por renunciar. “Es que lo dejaron solo”, argumentaban. El proceso no se puede organizar sin el CNE. Lloverán las denuncias de fraude. La participación será muy baja. Nadie reconocerá el resultado. Ese mismo día la Plataforma implosionará.
Los más afligidos ante el inexorable derrumbe, solicitaban postergar la cita. Eso sí, aquel domingo, con su rostro pétreo, acudían a votar por Venezuela. Faltaba más. Pese a su sagacidad, ninguno percibió que las primarias serían el evento político más relevante del año. Al mejor cazador, se le va la tortuga.
Dueños de la verdad escrita en mayúsculas, exigen humildad a la ganadora. Militantes de partidos unipersonales, admiradores de caudillos y antiguos miembros de cogollos, reclaman consultar a todos y cada uno. Ella podrá representar a más de 2 millones de votantes, pero ellos se representan a sí mismos. Y eso es suficiente.
Ayer criticaban a los que instigaban peleas intestinas por la conducción de la oposición. Hoy pretenden atizarlas sin piedad. Su concepto del “consenso” es peculiar. No se trata de un consenso “a favor” de una candidatura unitaria, sino “en contra” de quien asumió esa responsabilidad por mandato popular.
Fieles creyentes de la democracia hasta que les toca sufrir sus rigores, promueven fervientemente el diálogo, aunque ciertas condiciones aplican. Pese a contar tantos años como errores en la política, son rigurosos al momento de evaluar los pecados ajenos. Ignoran el propósito de enmienda. Les obsesiona el cumplimiento de la penitencia.
Hablando claro. El triunfo de María Corina Machado significa un golpe muy duro de asimilar por diversos sectores del mundo opositor. Eso está totalmente justificado. Incluso en los momentos de mayor unidad, María Corina ha sido un verso suelto. Por decir lo menos.
Sus posiciones han ido casi siempre a contracorriente del liderazgo tradicional y la opinión “publicada”. Máxima exponente de la línea “radical”, es el azote de aquellos que promueven el diálogo, acercamiento y entendimiento con el oficialismo. Sus detractores la acusan de obstaculizar las negociaciones y los esfuerzos por alcanzar la transición democrática.
Para enfrentar su duelo, afirman que María Corina ha logrado ascender gracias a que corrigió las fallas que todos le apuntaban. Es decir, porque les hizo caso. La díscola atendió a los sabios. Sin embargo, no la perdonan. Señalan que la actual es la “generación de cristal”, pero hay bastantes veteranos que exhiben una epidermis altamente sensible.
Antes de las primarias, le pedían que diera un paso al costado. Cuando las ganó, le pedían que diera un paso al costado. Y ahora, consecuentes, le piden que dé un paso al costado. Desde esta perspectiva, su mayor aporte a la causa sería desaparecer del mapa. Advierten que se cree “Juana de Arco”, cuando ellos quieren que ande por las calles como “La Dolorosa”.
La comparan con personas que están siendo investigadas por crímenes de lesa humanidad y el robo de miles de millones de dólares. Eso, lejos de afectar a María Corina, solo pretende lavarle la cara -y las manos- a los culpables del desastre. Si ella continúa llamando al voto, no puede descartarse que ellos, desconcertados, convoquen a la abstención.
Quien esto suscribe ha dicho en este mismo espacio que María Corina muy probablemente no será la candidata presidencial. Parto del principio de que el chavismo jamás le levantará la inhabilitación. No porque sea muy “radical”, como expresan aquellos que copian el discurso oficialista y terminan justificando la arbitrariedad. Sino porque las encuestas -incluso las elaboradas por sus acérrimos cuestionadores- muestran que hoy es la gran favorita.
También he escrito aquí que María Corina debe ejercer su liderazgo sin imposiciones, fomentando un diálogo respetuoso y amplio con los partidos y sectores de la sociedad que apuestan por el cambio. La oposición jamás ha tenido un “jefe”, un caudillo, y ella no puede pretender serlo. Al contrario, tiene que trabajar por atenuar las discrepancias y cultivar la confianza, tan venida a menos desde hace muchos años en el campo opositor.
Igualmente, subrayo que María Corina ha dado su palabra de que no abandonará la ruta electoral. Ese es el compromiso que ha asumido y está obligada a cumplirlo, así ella no pueda inscribir su candidatura.
No se trata de un cheque en blanco. El “pacto” suscrito con la ciudadanía y sus aliados políticos apunta a la participación electoral sin ambages. Llamar a la abstención o cualquier salida ajena al voto, rompería el acuerdo y llevaría a la oposición al enésimo fracaso.
Nadie puede aspirar y exigir un apoyo incondicional, menos quien resalta el valor de ser un ciudadano libre y no borrego. Mucho menos sería sano caer en personalismos. Pero una cosa es asumir una posición vigilante con una perspectiva crítica, y otra dedicarse a minar y debilitar al principal activo de la oposición en estos momentos.
Deberían saberlo estos cultores de la centralidad y moderación. Evitar caer en extremismos. No todo es bueno, ni todo es malo. Eludir la natural inclinación al sectarismo. Construir puentes y apuntalar las coincidencias, en lugar de alimentar la espiral autodestructiva de los últimos años. Aunque sea por un momento, abandonar la miseria y la ruindad. En fin, digerir su despecho con dignidad.
Mientras atacan a María Corina, Nicolás Maduro sonríe. Más allá del puesto que termine ocupando en esta etapa, María Corina es y será en lo inmediato un factor clave para el éxito de la oposición. Salvo que algún iluminado considere mejor esperar sentados hasta 2030. Lanzarse contra María Corina es, en definitiva, lanzarse contra la posibilidad de allanar el camino hacia el triunfo electoral.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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