El mandato de Juan Vicente Gómez fue un periodo marcado por el autoritarismo y, prueba de ello, es el hecho de que gobernó de manera vitalicia. Hizo de la presidencia una especie de propiedad suya, de la cual dispuso a su leal saber y entender, como mejor le convino para ejercer el poder, de acuerdo con el ya fallecido Manuel Caballero —reconocido historiador, ensayista y periodista venezolano— en su obra Gómez, el tirano liberal. Durante el mandato del General Gómez, que se extendió durante veintisiete años desde 1908 hasta 1935, fueron innumerables los atropellos contra los derechos humanos y las violaciones a las libertades de la población venezolana.
De acuerdo con Caballero, a diferencia de gobiernos anteriores que ejercieron la crueldad en las primeras fases del establecimiento de sus mandatos y que a medida que se fueron consolidando disminuyeron el nivel de atrocidad, Gómez practicó una crueldad que al inicio podría considerarse incluso benevolente, “pero cuando ya el régimen se podía considerar consolidado, cuando enfrenta sus primeras fisuras en la unanimidad y luego una conspiración seria, como en 1913 y 1918, su crueldad parece no conocer limites”.
Aunque los defensores del gomecismo intentaron justificar sus acciones como necesarias para mantener la paz y evitar las guerras civiles que anteriormente habían devastado al país, lo cierto es que durante estos años la historia registra una oscura época de torturas y represión, lo que significó un retroceso para el sistema carcelario en Venezuela. Mientras que otros presidentes iniciaron un proceso de humanización en las cárceles, Gómez reintrodujo la crueldad.
Terror y violencia en las cárceles de Gómez
Las principales cárceles en donde se distribuían la mayor cantidad de reos eran La Rotunda de Caracas, el Castillo libertador de Puerto Cabello, el Castillo San Carlos del Zulia y la Cárcel de Las Tres Torres de Barquisimeto. En La Rotunda, particularmente, estaban encarcelados muchos de sus enemigos políticos. Nada más entre los años 1913 y 1921 habían registros de cincuenta y tres prisioneros muertos allí sin necesidad de «levantar patíbulos», dice Caballero.
La estrategia de aislamiento que representaban los calabozos significó una doble tortura: no sólo era el sufrimiento vivido en soledad, sino el desconocimiento total de la vida de los familiares. Al mismo tiempo, los familiares no tenían posibilidad de saber la suerte corrida por su ser querido, lo que alimentó el terror que los venezolanos sentían hacia Juan V. Gómez. Estos calabozos, en donde permanecían encerrados los opositores, eran llamados por los propios carceleros como El Olvido y es que, de hecho, Gómez olvidaba a sus prisioneros. Habían en las cárceles reclusos procesados por delitos comunes, quiénes estaban en mejores condiciones; luego estaban los presos políticos y militares, quienes “estaban a la merced del dictador: de su voluntad dependía no solamente su libertad, sino también su integridad física y su vida misma”; finalmente estaban los delincuentes menores, quienes no tenían proceso ni defensa alguna y cuyo “delito verdadero, irredimible, era ser pobres”. Estos últimos vivían y padecían el castigo infrahumano de estas cárceles y que mayormente no correspondía al delito cometido.
En este lóbrego y triste capítulo de la historia venezolana, una de las torturas más atroces es el castramiento por colgamiento de los testículos, en donde no se niega la participación de José Vicente Gómez, hijo del general Gómez y vicepresidente de la república. Aunque no hay evidencia de que su padre participara de estas torturas, sí hay “suficiente testimonio de primera mano no solamente de que estaba al tanto de ellas, sino también de que en determinados casos las ordenaba o las cubría con su autoridad”. Para los presos políticos, llevar grillos no resultaba tan atroz como ser colgado por los testículos o las palizas a muerte. Lo peor de todas estas violaciones era su carácter de cotidianidad, como quien vive y hace lo ordinario. “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, sentencia Caballero. Violar de manera sistematica los derechos humanos de las personas no solo conduce al detrimento y desprestigio de los gobiernos ante la opinión pública, sino que institucionaliza el terror de la ciudadanía a sus gobernantes. Gómez no hizo sino ejecutar las técnicas aprendidas en la guerra durante la paz.
El fantasma de la primera mitad del siglo XX
Con la muerte de Juan Vicente Gómez el 17 de diciembre de 1935, se designa a Eleazar López Contreras como presidente encargado hasta la celebración de nuevas elecciones. El 25 de abril de 1936, López Contreras es elegido por los senadores y diputados del Congreso Nacional como presidente de la república, contabilizando 121 votos a favor, 1 en contra y 1 nulo. Esto demostró a la población civil que un régimen que permitiera “mayores libertades democráticas no estaba planteada en lo inmediato”, afirma Rodolfo Montes de Oca en su libro Sospechosos Habituales —producto de una larga investigación de cuatro años—, en el que recoge la historia de las luchas que se han llevado a cabo en el país en la búsqueda del reconocimiento de la dignidad humana.
Este periodo es reconocido por la reorganización y resurgimiento de partidos políticos como la Unión Nacional Republicana (UND), el Partido Republicano Progresista (PRP) y el Frente Nacional de Trabajo (FNT), entre otros. Ya renovados, tenían como fin la lucha por las “reivindicaciones populares, de las garantías y derechos inherentes del ser humano”. Sin embargo, a pesar de estas nuevas “libertades”, se decretan nuevas leyes que prohíben las reuniones en espacios públicos. También se suprime la libertad de manifestación y, en lugar de encarcelaciones, se emplea el exilio forzado.
Con el término del mandato de López Contreras asomándose, organizaciones de la sociedad civil del país tratan de darle fin a la hegemonía del gomecismo. Sin embargo —y como era de esperar—, el 30 de abril de 1941 es nombrado presidente de la república Isaías Medina Angarita. Si bien pertenecía a la larga línea de sucesión del gomecismo, su mandato representó la apertura a nuevas libertades. Es Medina quien legaliza las acciones del Partido Acción Democrática, así como la promulgación de la Ley de Hidrocarburos, el nuevo Código Civil, la Ley de Impuestos sobre la Renta y la Ley Agraria. Además de las anteriores, Medina permitió la libertad de prensa y de propaganda ideológica, incluyendo la celebración de reuniones.
No obstante, su presidencia tampoco estuvo exenta de tendencias autoritarias. Montes de Oca documenta incidentes como la disolución de sindicatos y de la Convención Nacional de Trabajadores, así como los arrestos de los periodistas Francisco José Delgado, Raúl Domínguez, Alfredo Tarre Murzi y Raúl Juan López C., aunque estos fueron liberados pronto y no representó “una limitación sistemática como los gobiernos que lo antecedieron”.
Los acontecimientos anteriores, aunados a los lazos evidentes del gobierno con el gomecismo, llevarían a un grupo de dirigentes de AD, junto a la joven oficialidad de las Fuerzas Armadas, integrada entre otros por los mayores Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud y el capitán Mario Vargas a orquestar un golpe de Estado en octubre de 1945. Dicho golpe terminaría con el derrocamiento de Angarita y el establecimiento de la Junta Revolucionaria de Gobierno, lo que marcaría la desaparición completa del gomecismo de la política venezolana y su reemplazo por un gobierno comprometido al desarrollo de un Estado democrático.
Un expediente negro en la política venezolana
La nueva Junta Revolucionaria de Gobierno, compuesta entre otros por Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, empezaría a trabajar en pro de restaurar la libertad de expresión y promover el respeto a la democracia y los derechos humanos. Es así como los miembros de la junta establecen reformas políticas que permitan plenas garantías a los partidos políticos de Venezuela, independientemente de si suscribían a ideologías izquierdistas o no, así como contribuir a “[…] la reivindicación de los derechos postergados en décadas pasadas como el reconocimiento del voto universal, directo y secreto para hombres y mujeres”. Por primera vez en la historia nacional se le otorgaba al pueblo la oportunidad de elegir al presidente, al mismo tiempo que la mujer era reconocida como un sujeto políticamente autónomo e igual de capaz que su contraparte de participar en las urnas electorales.
Sin embargo, los horrores del gomecismo también marcaron su propio antecedente en la historia del país. Todas aquellas estrategias de censura, persecución política y metodos de tortura quedarían en la memoria histórica como herramientas a disposición de cualquier futuro régimen que busque legitimarse a través de la violencia y el miedo.
Marcos Pérez Jiménez, luego de asumir la presidencia tras el fraude electoral de 1952, se convierte en el segundo regente venezolano del siglo XX en valerse de ellas. Sus políticas, concordes al “Nuevo Ideal Nacional”, estaban destinadas al desarrollo y modernización del país a partir de la explotación petrolera. Sin embargo, fuera del campo económico promocionaba campañas de persecución, tortura y encarcelamiento de sus adversarios políticos; son bien conocidos, por ejemplo, los abusos cometidos en la prisión de Isla Guasina. Esta, y otras medidas arbitrarias, representan para Montes de Oca “un retroceso cuantitativo y cualitativo de los derechos y garantías que se venían legitimando en la sociedad desde 1936, para concentrar el poder en un grupo de militares y civiles afines”. Resulta evidente la inspiracion en el antiguo régimen de Gómez y sus mecanismos de control sociopolítico, aunque el equipo de investigación de El Pitazo señala una diferencia clave: Jiménez podía apelar a los logros económicos y arquitectónicos de su gobierno para desviar la atención de los abusos que se cometían.
No sería sino hasta el golpe de Estado del 23 de enero de 1958 que la represión estatal generalizada acabaría. Tras el derrocamiento de Pérez Jiménez, no aparecería en Venezuela ningún otro sistema de control a gran escala sino hasta finales de siglo, con el ascenso de Hugo Chávez al poder y el establecimiento del socialismo bolivariano desde diciembre de 1999.
Aunque originalmente argumentaba ser el líder de un movimiento reivindicador del pueblo, pronto revelaría sus inclinaciones autoritarias: Human Rights Watch reportó que tan solo en el período 1999-2010, el chavismo había “socavado sistemáticamente la libertad de expresión de los periodistas, la libertad sindical de los trabajadores y la capacidad de las organizaciones y defensores de derechos humanos de promover derechos básicos”, a lo que se le suma la persecución de sus contrincantes políticos. Las investigaciones de la ONG expanden estos reportes al citar múltiples irregularidades, como las detenciones de la jueza María Lourdes Afiuni, el periodista Francisco Pérez y Guillermo Zuloaga, entonces presidente de Globovisión. Entre otros casos, se incluyen el debilitamiento de los sindicatos de trabajadores a favor de aquellos simpatizantes con su ideología, así como las repetidas intervenciones de CONATEL en la radio y televisión nacional, lo cual ha obligado a medios opositores como RCTV a cerrar sus puertas.
Tras el fallecimiento de Chávez en el año 2013 y el posterior ascenso al poder de Nicolás Maduro Moros, la situación de los derechos humanos no cambiaría mucho: a las faltas anteriores se suman más detenciones arbitrarias, represión y torturas contra los manifestantes durante las protestas del año 2014, en las que hubieron abusos graves por parte de las fuerzas de seguridad, cuyas consecuencias se tradujeron en cientos de arrestos, decenas de heridos y tres muertos. Human Rights Watch detalló en su informe que, a menudo, los manifestantes recibieron disparos de perdigones o fueron alcanzados por bombas lacrimógenas. Algunos detenidos podían ser interrogados en fuertes militares o, por el contrario, ser enjuiciados sin la posibilidad de contratar un abogado defensor. Sin embargo, no siempre era lo que ocurría: muchos otros, luego de ser detenidos, eran sometidos a varias formas de tortura, como brutales golpizas, descargas eléctricas, quemaduras o permaneciendo esposados a otros prisioneros para formar cadenas humanas. Con frecuencia, estas demostraciones de violencia física eran acompañadas de amenazas de muerte o violencia sexual para disuadir a la víctima de ejercer su derecho a protestar.
Desde entonces, la represión ha sido una constante en las protestas. En 2017, la ONU denunció el uso de fuerza excesiva contra los manifestantes, señalando después de varias entrevistas privadas e investigaciones que más de cinco mil personas fueron detenidas y otras 124 fueron asesinadas, de las cuales 75 fueron a manos de las fuerzas de seguridad en conjunto con milicias armadas progubernamentales. La Patilla recogería los testimonios de Adriana Pichardo y Delsa Solórzano —de los partidos Voluntad Popular y Encuentro Ciudadano, respectivamente—, además del de Ana Leonor Acosta de la Coalición para los Derechos Humanos y la Democracia, quienes formaron parte de las voces que condenaron la represión durante las protestas de ese año, denunciando que fuerzas del orden y milicianos nuevamente fueron responsables por la muerte de 43 personas y la detención de más de 1000, la mayoría menores de edad.
Human Rights Watch confirmó que el problema de la violencia de Estado persiste hasta hoy. Luego de las elecciones presidenciales de julio de 2024, celebradas bajo sospechas de fraude, las fuerzas de seguridad y los “colectivos” volvieron a suprimir las voces que se oponían a Maduro, el candidato oficialista reelecto. Al igual que en las protestas anteriores, la represión dejó tras de sí un importante saldo de 24 muertos y más de 2000 detenidos. Una vez más, el gobierno venezolano “ha asesinado, torturado, detenido y desaparecido a personas que apostaron por la democracia en Venezuela”, dijo Juanita Goebertus, directora de la División de las Américas de Human Rights Watch.
En el transcurso de los últimos 25 años, el régimen político del chavismo se ha cobrado la vida y la libertad de una gran cantidad de personas. A pesar de las denuncia contra la violación de los derechos humanos en Venezuela por parte de diferentes ONG del país, como Provea, y también de distintas organizaciones internacionales, tanto Chávez como Maduro no han dudado en ejercer el poder a través de la violencia y el miedo, mucho menos en utilizar la violencia desmedida en contra de aquellos que desean un cambio político y social en Venezuela. Ante la gravedad del panorama sociopolítico actual en el país, es fundamental que la comunidad internacional reafirme “su compromiso por la democracia y los derechos humanos en Venezuela y presionar para que el gobierno de Maduro rinda cuentas por las atrocidades que ha cometido”, afirma Goebertus.
Referencias bibliográficas
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Equipo de investigación de El Pitazo (2018). De La Rotunda a El Helicoide: la historia de la tortura en Venezuela. Venezuela. Diario Tal Cual. Artículo en línea, disponible en: https://talcualdigital.com/de-la-rotunda-a-el-helicoide-la-historia-de-la-tortura-en-venezuela/
Montes de Oca, Rodolfo (2022). Sospechosos habituales. Diez aproximaciones a los antecedentes históricos del movimiento por los derechos humanos en Venezuela (1936-1999). Venezuela. Provea.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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