“¿Qué le digo yo a mi alma? Si mi canción no está terminada. Si no tiene emoción”
Alejandro Sanz.
Max Weber, economista y sociólogo alemán, en su obra “La política como vocación” (1919), afirmaba que“es evidente que la militancia del partido, sobre todo, los funcionarios y empresarios del mismo, esperan el triunfo de su jefe una retribución personal en cargos o en privilegios de otro género…También en lo ideal uno de los móviles más poderosos de la acción reside en la satisfacción que el hombre experimenta al trabajar, no para el programa abstracto de un partido integrado por mediocridades, sino para la persona de un jefe al que él se entrega confiadamente. Éste es el elemento “carismático” de todo caudillaje” (Weber, 1919, Pág 14).
La política es siempre antropomórfica. El conflicto político en torno al poder tiene que expresarse necesariamente en contra o favor de figuras políticas como personas reales, más que por programas de gobierno o ideologías partidistas. Es algo de lógica elemental: son las personas las que hacen efectivamente la política, no las ideas ni los programas. El candidato, el parlamentario, y el gobernante, al menos en democracia, son elegidos porque son símbolos de la política que representan.
“Y como el político no sólo es una persona que se representa a sí misma, sino que también es símbolo del espíritu político del electorado, debe aparecer como responsable no sólo de sus propios actos sino, como ocurre al final del siglo XX, del malestar político general”. (Mires, 2005, Pág: 125). Es decir, es imposible hacer política sin recurrir al personalismo y el carisma de los políticos que actúan dentro de esa actividad, especialmente en el acto de conseguir el poder por medio de los procesos electorales contemporáneos.
Por eso cuando menos es extraño que en Venezuela, ante la campaña electoral que realiza la oposición por su candidato Edmundo González Urrutia y del cual María Corina Machado es su representante más reconocible, se le acuse de “personalista”, “emocional” y “de falta de propuestas impersonales”. Toda la historia de la política electoral, incluso en los regímenes parlamentarios más democráticos e institucionalmente racionales del mundo, las campañas electorales están a años luz de ser completamente despersonalizadas, intelectuales y meramente programáticas.
El ascenso del chavismo fue el comienzo del fin de lo que llamaría el mismo Max Weber de la autoridad racional-legal (Weber,1996) en Venezuela, donde una persona o institución ejerce su poder en virtud del cargo legal que tienen. Allí la autoridad exige la obediencia al cargo en lugar de a la persona investida de ese cargo. En contraste, el gobierno ejercido por autoridad carismática donde casi todo reside en el encanto personal del líder, lo que genera en consecuencia la ausencia de ese líder por cualquier motivo puede provocar la disolución del poder de la autoridad (Weber, 1996). En resumen, es un orden político en que la regulación del poder no proviene de leyes e instituciones políticas, sino de la relación emocional del líder con sus seguidores.
Sabemos por experiencia propia que esa forma de autoridad no es compatible con las democracias modernas, que contienen mayoritariamente elementos legales-racionales, y más bien sirven de coartadas por regímenes autoritarios, como el que rige actualmente a Venezuela.
No obstante, hay una diferencia abismal entre gobernar principalmente por elementos carismáticos y otra alcanzar el poder de gobernar (por elecciones) gracias a elementos emocionales-carismáticos. En las democracias, el poder se alcanza por elecciones y para al menos aspirar al poder por esta vía hay que hacer campañas electorales. Y por lo menos en lo observado dentro de las democracias del mundo, para ganar una elección ningún candidato desarrollaría su campaña sin pasión ni emoción, completamente centrado en sus programas de gobierno y su ideología política, exponiendo sus propuestas electorales de forma completamente fría y despersonalizada de sí mismo. Una campaña completamente intelectual y flemática no existe al menos por parte de algún político que aspire el poder en democracia.
«Quienes obvian el papel de la emocionalidad en política electoral o son individuos ingenuos políticamente y muy cínicos en el plano moral»
El Estado democrático liberal por una parte institucionaliza el conflicto por el poder mediante mecanismos (organizaciones y normas, formales e informales) que permiten administrar el conflicto entre partes a menor coste que la violencia. Para el Estado en democracia la política es asunto de regulación instrumental y secular del poder. Para los políticos, las maneras de alcanzar, mantener e incrementar el poder. Para la ciudadanía, el elector, mezcla su racionalidad instrumental con ilusiones, fe y esperanza para escoger quien debe ejercer ese poder. Por lo tanto, es más que absurdo no pedir a un político cuyo acceso al poder y su mantenimiento en él depende del voto de los ciudadanos que no apele a los sentimientos de los electores. Un científico social que critique a un político por apelar a la emocionalidad y las esperanzas depositadas en su persona por los electores al mismo tiempo que explota la frustración contra el adversario político que tendría ese mismo electorado, es tan absurdo para un como estigmatizarlo por usar un discurso excesivamente lírico o escatológico.
Pero en Venezuela ha surgido un grupo específico de intelectuales que tratan de disfrazar sus sesgos políticos, su vanidad académica y frustración de que el candidato que lidera actualmente a la oposición en las elecciones de este año no es de su agrado, a través de un vacuo y frío esnobismo intelectual.
El peligro de un político no es que apele a las emociones del electorado para llegar al poder por medio del voto. El verdadero peligro reside en que, llegado al poder, desee que el poder resida en una autoridad carismática dependiente de las emociones que su liderazgo origina en la ciudadanía y no en un marco institucional democrático sólido. No se debe confundir los modos del político en campaña, que el que debe desempeñar cuando tiene el poder del Estado.
El chavismo no acabó la democracia porque Chávez fuese un candidato carismático (y Maduro actualmente intente serlo), sino porque ya de por sÍ su entrada en la política fue violenta e ilegal el 4 de febrero de 1992 y desde que se presentó para aspirar al poder electoralmente, su programa político era abiertamente anticonstitucional, antidemocrático y autoritario y que terminó concretándolo en su ejercicio del poder dentro del Estado. Lo que se hace en campaña como candidato es muy distinto de lo que se tiene que hacer cuando se dirige el Estado. Más material habría para debatir academicamente si el candidato y su representante tienen un programa de gobierno viable o no, o si el nivel de organización para defender el voto en un contexto de nula institucionalidad electoral está a la altura de las circunstancias.
«Jugar a estar más allá del bien y el mal no es opción en estas elecciones entre democracia y autocracia»
Quienes obvian el papel de la emocionalidad en política electoral o son individuos ingenuos políticamente y muy cínicos en el plano moral. En un país sin Estado de Derecho, confiabilidad electoral y constantes violaciones a los derechos humanos, preocuparse porque la representante del candidato de la oposición (que hay que recordar, no aspira formalmente a ningún cargo público) use la emoción y la esperanza para captar electores es cuando menos risible. Lo que hace ese político/candidato es auténtico Real Politik, no los ejercicios de abstracción académica con que se critica su forma de hacer política electoral. Una campaña política no es una conferencia académica ni debe serlo, a menos que se aspire a que simplemente que sólo puedan elegir los que tengan determinado bagaje cultural (y según la psicología de masas, ni electores con ese perfil están exentos en absoluto de los elementos emocionales y carismáticos de la política real). Política sin sentimientos es como una canción sin emoción destinada al fracaso de captar la atención de la audiencia a la que se dirige.
Esta campaña electoral no es una corriente dentro de un contexto democrático. Es una campaña electoral por la democracia, donde el candidato de la oposición tiene como objetivo reconstruir las instituciones democráticas que regulan el poder de los gobernantes entre otras cosas. Es decir, si se hace campaña de forma emocional y personalista es porque el objetivo es instaurar la lógica racional y legal del Estado destruido por 25 años de autoritarismo carismático, una vez se llegue al poder.
Si los críticos tienen fuertes reservas sobre la orientación política e ideológica del candidato y su programa de gobierno, en democracia tendrán instrumentos de sobra para frenar las propuestas que le desagraden y apoyar la que son de su gusto. Jugar a estar más allá del bien y el mal no es opción en estas elecciones entre democracia y autocracia. La democracia implica conflicto, desacuerdo, negociación, acuerdo y consenso entre las partes, con la atenta supervisión de las instituciones políticas democráticas y el ojo de la ciudadanía. La autocracia que hoy conocemos sólo sabe de imposición unilateral sin responder a nada y nadie, de allí el desastre político, económico y moral que vive ahora nuestro país.
Y para finalizar este escrito, ante tanta reserva de recurrir al carisma y la emocionalidad en política, hemos de recordar que ante el contexto de autocracia que vivimos, es poca o nula la institucionalidad política del país para reconstruir la nación en los diversos ámbitos que son necesarios hacerlo. Eso hace aún más imposible no recurrir a los elementos carismáticos y sentimentales de hacer política para dicha reconstrucción del liderazgo político. El autor rumano Serge Moscovici (1993) plantea una división en dos grandes grupos de caudillos o líderes modernos en política: caudillos “mosaicos” y los caudillos “totémicos”.
Los líderes del tipo totémico se transforman a sí mismos en ídolos para captar la mirada de las multitudes. Los retratos y emblemas llevados por las masas imponen su mando invadiendo todos los ámbitos, desde los hogares hasta los lugares públicos. Atrapados por las ideas y las imágenes, los individuos van perdiendo el uso del pensamiento crítico, y el líder que sabe convertirse en ídolo goza de la soberanía absoluta sobre todos los hombres puesto que logra gobernar directamente sobre sus conciencias. En contraposición, los líderes del tipo mosaico buscan identificar a la masa con una idea y se eclipsan detrás de ella, esforzándose por anular los signos exteriores de su poder. En toda circunstancia, su actitud se mantiene sobria y su autoridad discreta. Y mientras que los líderes mosaicos se presentan como personas humildes y de gran modestia que pliegan sus ambiciones ante la causa y no al revés, los líderes totémicos hacen constantemente alarde de sus cualidades extraordinarias para atraer sobre ellos la atención de la colectividad, creando alrededor de su figura un aura de omnipotencia y de infalibilidad sobre sus acciones. Los líderes mosaicos piden a las masas que se nieguen a la satisfacción inmediata de sus deseos y pasiones en pos de un ideal superior.
En un contexto de baja o nula institucionalidad, es imposible no apelar a los rasgos personales y carismáticos de los líderes políticos que hacen la lucha para hacer renacer la democracia en Venezuela. El carisma se puede usar tanto para destruir instituciones que regulan el poder como el de (re)construirlas. Anhelemos que toda la esperanza y pasión que origina la campaña que actualmente lidera la oposición para crear una transición hacia la democracia se canalice por medio de un liderazgo mosaico que frene la megalomanía que genera el poder y frene la tentación de los demás de querer imitarlos. En cambio, evite ver la realidad a través de los ojos del poder político, para construir un proyecto de país en conjunto dentro de un contexto de libertad y democracia.
Fuentes:
MIRES, Fernando (2005). “La revolución que nadie soñó (O la otra posmodernidad: la revolución microelectrónica; la revolución feminista; la revolución ecológica; la revolución política; la revolución paradigmática)”. Editorial Nueva Sociedad, Buenos Aires.
MOSCOVICI, SERGE (1993). “La era de las multitudes: un tratado histórico de psicología de las masas”, FCE, Buenos Aires.
WEBER, Max (1919). “El político y el científico”. Editorial Alianza, Madrid.
WEBER, Max (1996). “Economía y sociedad”. FCE, México D.F.
La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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