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Rememoración de los lyncheros – La Gran Aldea

En 1869, metido  a pronosticador, un general Cornelio Muñoz dijo que eran entonces tan bajas y oscuras las expresiones de la política venezolana que jamás se repetirían en el futuro porque, de lo contrario, se perdería la República. El doctor Manuel Modesto Urbaneja secundó entonces la opinión, hasta el punto de asegurar que era tan hondo el abismo de pasiones y de carencia de ideas reinante entonces que, así como demostraba la existencia de un peligroso purgatorio de pasiones en el que ardían los líderes de la sociedad, auguraba la voluntad de evitarlo después. De un lóbrego agujero se pasaría necesariamente a una etapa de civismo capaz de permanecer sin trabas, remachó. Si no, la anarquía y la ignorancia cavarían la tumba del establecimiento. Veamos la razón de las opiniones, para que ustedes digan desde la atalaya de nuestros días si acertaron o no.

La reciente muerte del general José Tadeo Monagas había dejado a los ejércitos sin una conducción respetable, su hijo y su sobrino se disputaban el poder con más ambición que pensamiento,  con espuelas en lugar de neuronas, hasta el punto de que podía encontrar cimiento cualquier aventura. Los periódicos se desbocaban en invectivas, llovían los pasquines  llenos de injurias y mentiras, en cada Estado de la recién creada federación los mandatarios hacían lo que les parecía y la hacienda estaba en ruinas. En las manos de un inexperto y veleidoso José Ruperto Monagas la sociedad era un compendio de calamidades, en medio del cual se formó en Caracas, concretamente en la parroquia de Santa Rosalía, un grupo de agitación llamado de los lyncheros que aterrorizaba a los habitantes de la ciudad que no congeniaban con sus simpatías políticas.

Los lyncheros eran unos provocadores de barrio que insultaban a los transeúntes sin que la policía impidiera sus desmanes, habitualmente orientados contra personas sospechosas políticamente, es decir, contra los opositores al gobernante de turno. Los escribidores, los comerciantes, los oficiales de las tropas, los miembros del clero y hasta las damas de sociedad eran el objeto de sus ataques, sin que existiera la posibilidad de detenerlos debido a que eran ruperteños.

La hazaña estelar de los lyncheros se llevó a cabo durante la noche del 14 de agosto de 1869, frente a la residencia familiar del general Antonio Guzmán Blanco. Habían invitado Guzmán y a doña Ana Teresa, su señora, a un baile de gala como jamás se había celebrado en la ciudad: tarjetas timbradas, licores importados, menú anunciado previamente,  formalidad de etiqueta, la mejor orquesta y  programa con las  danzas de moda que hasta la prensa había adelantado. El festín  fue abortado por los lyncheros, quienes impidieron la entrada a la mayoría de los invitados, todos personajes  del naciente  jet set venezolano, algunos de ellos miembros del cuerpo diplomático, y se atrevieron a lanzar piedras hacia la sala de la casa. En la mañana siguiente continuaron la agitación frente al domicilio sin que los agentes del orden público se tomaran la molestia de evitarla, mientras corría el rumor de que el propio jefe del Estado había dirigido  los desmanes a través del telégrafo desde un cuartel de Valencia. La situación hizo que Guzmán se asilara en la legación de los Estados Unidos y se marchara de inmediato  al exilio, con todo el sigilo del mundo porque los armadores de trifulcas merodeaban en el vecindario con la intención  de apresarlo, o de someterlo a oprobio público.

Se conoce el resultado del episodio, de trascendencia histórica: Guzmán encabezó desde el extranjero un movimiento armado que no solamente lo  condujo  en triunfo hasta  la casa de gobierno, sino que también inicio una prolongada dominación que cambió el rumbo de la sociedad. Pero ahora no se trata de hablar sobre lo que sucedió entre nosotros en lo que resta del siglo XIX, sino de preguntarnos sobre la consistencia de las observaciones del coronel Muñoz y del doctor Urbaneja referidas al principio. ¿El futuro acabó con los elementos destructores del proyecto republicano? ¿La sociedad venezolana  logró que desaparecieran unos ignaros y groseros antirrepublicanos como los de 1869? ¿Los lyncheros y sus promotores son, de veras, cosas del pasado? No parecen preguntas tontas en estas vísperas electorales.

La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.

rpoleoZeta

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