La cruzada por rescatar a su papá del secuestro y los votos que le heredó en Caldas lo metieron en la política, supo moverse y hoy cree que puede ser presidente
Mauricio Lizcano fue el primer exfuncionario del actual Gobierno nacional en anunciar que buscara la Presidencia de la República. Ya han pasado varias décadas desde que inició su trayectoria política y nadie se explica cómo un ahijado del expresidente Álvaro Uribe Vélez terminó colado en el primer gobierno de izquierda en Colombia. Su historia es más complicada de lo que se cree y, quizás, no es tão camaleónica como parece. Así fue como saltó a la política.
Era un joven de 23 años que crecía tranquilo en Manizales, mientras su papá, Óscar Tulio Lizcano, era elegido representante a la Cámara por Caldas por el Partido Conservador. Se movía entre Bogotá y el departamento, convencido de la importancia de cuidar sus votos. En una de esas correrías, en agosto del año 2000, cuando Colombia estaba acorralada por la guerrilla, fue secuestrado por integrantes de la cuadrilla “Aurelio Rodríguez” de las FARC-EP.
Atrás quedaron los días de tranquilidad en la familia que, durante ocho años, esperó el regreso de Óscar Tulio. Cada prueba de supervivencia era más desesperanzadora que la otra. El mayor de los Lizcano, Mauricio, dedicó sus días a alzar la voz para que ningún otro colombiano repitiera su historia. Sus palabras hicieron eco y su figura comenzó a ganar notoriedad. Su nombre empezó a resonar en titulares de periódicos, noticieros y emisoras radiales. Comenzó a relacionarse con figuras nacionales, incluido el entonces presidente Álvaro Uribe. Eran tiempos de la Seguridad Democrática.
Cuando el Ejército lo encontró, acompañado de un guerrillero arrepentido tras su fuga por las selvas del Chocó, Óscar Tulio Lizcano ya era otro hombre. Lo mismo ocurrió con Mauricio.
Tenía 32 años. Saltó de la denuncia pública a la contienda electoral. Con la figura de su padre aún fresca en la memoria colectiva y un capital político ganado a pulso, Mauricio se dedicó a cosechar la siembra de años a lo largo y ancho del departamento de Caldas.
Fue así como, bajo el aval del Partido de la U —que en ese entonces representaba el uribismo, una poderosa fuerza triunfante—, Mauricio se lanzó a la Cámara de Representantes por Caldas en 2006 y resultó elegido con una votación significativa. Su apellido, su relato familiar y su trabajo como vocero de víctimas del secuestro le abrieron las puertas del Congreso, donde pronto empezó a destacar por su capacidad de negociación, con formación técnica.
Comenzó su ascenso político y formó parte de la coalición de gobierno que apoyó a Juan Manuel Santos. En 2016, como presidente del Senado, respaldó la negociación de paz entre el gobierno Santos y las FARC. Lizcano, hábil para moverse entre tensiones y, sobre todo, en medio de las divisiones internas del Partido de la U, se encontró en medio de la creciente confrontación entre dos viejos aliados: Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, quienes habían sido sus tutores mientras su padre luchaba por su supervivencia en las selvas del Pacífico.
Aunque su origen político estaba en las entrañas del uribismo, para entonces ya había empezado a construir un perfil más independiente, con un discurso conciliador y orientado a los resultados, lo que lo posicionó como un jugador clave en la transición política del país.
Su cercanía con el expresidente Álvaro Uribe fue tal, que incluso le pidió que fuera su padrino de bodas durante su primer matrimonio, un gesto que en su momento selló públicamente una alianza política y personal. Pero llegó el reacomodo de Lizcano.
Más cerca de la negociación de paz y de la modernización del Estado, terminó bajo la sombrilla de Cambio Radical y fue coordinador de la campaña presidencial de Germán Vargas Lleras en 2018. En ese entonces, Gustavo Petro era su contendor.
Durante años lo tachó de Populista. Eran adversarios políticos. El entonces líder de la Colombia Humana consideraba, en el 2017, que el entonces experimentado exsenador era simpatizante de la “clase política tradicional y corrupta». Nada anticipaba que podrían terminar de aliados.
El responsable de que se fumara la pipa de la paz fue Alfonso Prada, uno de los primeros santistas en unirse a la campaña que llevó a Petro a la Presidencia en 2022, además de ser su primer ministro del Interior. Petro sabía que los votos de la izquierda y el Pacto Histórico no le bastaban para ganar por sí solo, por lo que comenzó a buscar alianzas sin ningún filtro ideológico. Políticos tradicionales, alejados de la izquierda, comenzaron a acercarse a él, entre ellos Lizcano, quien se unió de la mano de quien Petro nombró coordinador político. Prada, Roy Barreras, Armando Benedetti, Luis Fernando Velasco y Mauricio Lizcano apostaron por él y coronaron su victoria.
Mauricio logró generar empatía con Petro, quien lo vinculó al equipo de empalme, donde se abrió camino y aportó metodologías aprendidas en un curso en Harvard. Estas fueron su pasaporte de entrada a la Casa de Nariño, donde fue nombrado primer director del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República (Dapre). Sin embargo, perdió el pulso con la empoderada Laura Sarabia, salió del círculo presidencial y pasó al Ministerio de las TIC, haciendo un cálculo político cuyo resultado aún está por verse.
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